Sueños, delirios y celos

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El segundo día de trabajo había comenzado. La noche pasó rápido y había soñado otra vez con ella. Se encontraba enérgico, fue el primero en llegar, ya que los de primer año tendrían su clase en la primera hora.

Todos los profesores habían llegado y ella todavía no. Era extraño, generalmente, llegaba cinco minutos después de la hora estipulada, según le comunicó Marcus. El receso llegó y tampoco apareció por su taza de café. Observaba hacia la entrada, esperándola, pero es vez de eso, una joven mujer rubia de ojos verdes, ingresó y se acercó a él.

-Así que tú, eres Sebastián. Bienvenido, mi nombre es Phedra y enseño literatura aquí-

-Un gusto conocerte- contestó, serio.

-¿Puedo sentarme?- él asintió, dándole permiso -Así que, ¿Eres de Keisalhima? Debe ser un país muy hermo...-

El gritó de desesperación de uno de sus compañeros, no le permitió terminar, era Marcus pidiendo auxilio.

-¡Una ambulancia! ¡Rápido!- gritó en la sala de profesores -¡Gaia está desmayada en el laboratorio! ¡Nadie puede despertarla!-

Él no perdió el tiempo y corrió hacia donde se encontraba la joven inconsciente. Nunca tuvo ese tipo de reacciones tan precipitadas, la verdad, que se desconocía. Era el Soldado del Invierno y una de las cualidades que lo caracterizaban, era mantener la mente fría ante esas situaciones. Pero si se trataba de ella, de Gaia, era obvio que no podía controlarse.

Al llegar al laboratorio, muchos alumnos se encontraban en la puerta obstaculizando el paso.

-Déjenme pasar, por favor- pidió.

Le abrieron espacio y él se acercó a ella, que se encontraba con su cabeza sobre el regazo de la secretaria de la institución, que le daba aire con una hoja.

-¿Qué le sucedió?-

Preguntó preocupado. Estaba muy pálida y sus labios se encontraban morados.

-No lo sé, unos alumnos la encontraron así y fueron a buscarme- indicó la secretaria.

Tocó su frente y ardía de fiebre. Había ido a trabajar en esas terribles condiciones, seguramente, la lluvia del día anterior le había asentado fatal.

-¡Gaia!- la tomó del rostro con cuidado -¡Gaia! ¡Bonita! ¡Despierta!-

Era un soldado y tenía que hacer algo. La ambulancia tardaría mucho en llegar y ella, no despertaba. La cargó en sus brazos por mero impulso, tenía que bajarle la fiebre, como sea.

-¡Profesor! ¿¡Qué está haciendo!?-

Preguntó alarmada la mujer junto a ellos, cuando vió a la joven en los brazos de ese hombre.

-Voy a tratar de bajarle la fiebre hasta que la ambulancia llegue-

Salió del laboratorio y corrió con ella hacia las duchas del gimnasio de la institución. Los alumnos los miraban asombrados y maravillados. Parecía una novela juvenil lo que acaban de presenciar delante de sus ojos.

-Keilot- murmuró delirando -Ayúdame-

Acarició el rostro del hombre que la llevaba en brazos. Ella creía que él, era su esposo.

-Si amor, yo te ayudaré- respondió sin pensar y le tocó la frente con los labios -¡Maldición! ¡La fiebre no baja!-

Había llegado a la zona de duchas, la dejó recostada en el suelo, abrió un grifo de agua y se acercó a ella. Le quitó la camisa con cuidado y luego, su bata de laboratorio, sólo una franela negra cubría su cuerpo. Ella era delgada, pero no menuda, era perfecta y la tenía entre sus brazos. Pudo apreciar que, tenía una extraña cicatriz en el esternón y no pudo evitar acariciarla.

El Regreso de la Magia y la AlquimiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora