CAPÍTULO QUINCE

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LA PIERCECONDA 




Decir que la habitación del hotel era increíble, era quedarse corto: nada más entrar, dabas de lleno con un living, un sillón color crema de cuero estaba ubicado en el centro de la estancia con una mesa de cristal ratona en frente y un televisor enorme delante, todo decorado muy sutilmente en colores beige, con las terminaciones en madera.

Los inmensos ventanales daban una vista increíble de toda la ciudad de Nueva York, que se veía pequeña en comparación a lo que realmente era.

Había una mesa cerca de dicho ventanal, donde había una botella de vino tinto abierta con dos copas de cristal al lado, una hielera con una botella de champagne dentro y diversos platillos con comida de las cuales no quise saber que eran, por que si la veía en este momento —con los nervios que llevaba encima—, seguramente vomitaría.

Cerré la puerta detrás de mí dando un suspiro nervioso, mientras me decía una y otra vez que quería hacer esto y la realidad es que si lo quería, pero no por eso estaba menos nerviosa.

Los tacones resonaron en el piso de mármol de camino a la habitación que se encontraba en el costado derecho, y si bien no contaba con una puerta, el umbral que la dividía del resto de la habitación, le daba un aire íntimo.

La cama era enorme y tranquilamente podrían dormir tres personas ahí de lo grande que era sin siquiera tocarse. En la cabecera de la cama había un cabezal acolchado de cuero de color bordo que le daba cierto aire erótico a la habitación y el acolchado de color blanco impoluto que la recubría, largo un agradable olor a suavizante cuando me senté sobre él y sin poderme contener, me deje caer hacia atrás sobre la mullida cama, cerrando los ojos con placer por la comodidad de aquel colchón.

No se cuanto tiempo estuve en aquella postura, intentando regularizar los descontrolados latidos de mi corazón por la expectación, cuando de repente me sentí observada y abri los ojos, me encontré con la mirada azulada de Pierce, que tenía una de sus comisuras levantada con diversión mientras me observaba sin reparo alguno con los brazos cruzados sobre su pecho desde la puerta.

—Hola —fue todo lo que susurre, sintiendo mis mejillas ruborizarse aún más por la vergüenza, ya que todavía me encontraba acostada y con los brazos abiertos.

—Hola —respondió él, sin dejar de mirarme fijamente.

—¿Hace mucho que estás ahí? —Pregunte.

—No —fue todo lo que respondió, despegándose de la pared y comenzando a acercarse a mi.

«¿Ya íbamos a hacerlo?» De repente la comida y las bebidas que habían sobre la mesa me parecieron de lo más apetecibles.

Pierce me tendió una mano para ayudarme a ponerme de pie y cuando la mía se cerró sobre la suya, la corriente eléctrica que me recorrió el cuerpo entero me hizo sentir expectante a lo que haríamos.

Una vez frente a frente nos quedamos así, mirándonos, mientras su perfume dulzón casi me hace suspirar con placer.

—Vamos a comer algo —me dijo y sin soltar mi mano, comenzó a avanzar a la mesa.

Corrí una de las sillas y me deje caer en ella, había una bandeja llena de quesos y jamones que se veían riquísimos, ensaladas y diferentes salsas, una canasta llena de diferentes tipos de panes y un poco más alejada, otra bandeja plateada llena de fresas y a su lado, una pequeña olla de bronce tapada con un horno debajo, con lo que supuse sería chocolate.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora