CAPÍTULO TREINTA Y DOS

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UN BESO FRANCÉS



 —Wow... —dice ella, separándose un poco de mi para mirarme con los ojos bien abiertos.

—Demonios —murmuro, un tanto sorprendida por lo que acabo de hacer. —Yo no quería...

—¿Qué? ¿Besarme? —Dice ella por mi, sin embargo no parece cabreada, sino divertida, con su sonrisa de oreja a oreja.

—Yo pensé que..., por lo que íbamos a hacer con Pierce —sigo balbuceando.

—¿Qué es lo que íbamos a hacer con Pierce? —Dice ella de repente, con sus ojos entrecerrados en mi dirección y ahora aparte de diversión, hay auténtica curiosidad. 

—¿Acaso no lo sabes? —Pregunto, sintiendo mis mejillas arder por la vergüenza.

—¿Qué es lo que tendría que saber? —Pregunta ella en respuesta.

OhporDios.

Ella no lo sabe.

Ella.

No.

Lo.

Sabe.

—Nada —digo, medio chillando y tomándome de un trago la copa de champagne.

Ella me sonríe pícaramente, antes de tomarme de la mano y obligarme a sentarme con ella en el sillón, dejándose caer a mi lado mientras se acerca donde me encuentro para poder hablar conmigo por encima de la música.

—¿Te cuento un secreto? —Murmura en mi oído, haciendo que me recorra un estremecimiento. —Cuando escapé de mi boda luego de enterarme lo que me habían hecho, estuve más de un año sin poder volver a acostarme con nadie —dice, haciendo que me ladee hacia atrás para mirarla con sorpresa. —Lo sé, una locura —farfulla ella.

—No, lo entiendo —digo, porque realmente lo hago, estuve mucho tiempo sin poder follar tampoco.

—La cuestión fue que realmente mi autoestima había quedado por el suelo —dice, con un semblante triste en su bonita cara. —¿Sabes quien me hizo quererme nuevamente? Fue una mujer, una mujer maravillosa que me hizo amarme por lo que era, hizo que quiera mi cuerpo y aceptara lo que soy.

—Eso es bueno —murmuro en su dirección, sin entender muy bien su punto.

—Ella era asombrosa —dice, con una sonrisa nostálgica mientras supongo recuerda aquellos tiempos. —Me enseñó que no había nada malo conmigo y que si mi prometido me había engañado con mi mejor amiga no era mi culpa, sino de ellos. Y entendí también lo infeliz que hubiera sido si no lo hubiera descubierto, si hubiera atado mi vida a esa persona.

—Entonces..., ¿ella era tu novia?

—No —dice, negando con la cabeza rápidamente. —Era todo demasiado complicado para llegar a algo tan serio, pero si tu pregunta es si follabamos, si lo hacíamos y era genial.

—¿Osea que solo te acuestas con mujeres? —Pregunto, porque la curiosidad me puede.

—No, en absoluto —dice, sorprendiéndome. —Disfruto de una buena polla —agrega, haciendo que una carcajada brote de mi boca mientras ella me sigue. —La cosa es que no tengo preferencia, disfruto de las dos cosas.

—Eso es genial —digo, porque no se que otra cosa decir.

—Ahora dime, Minerva —dice ella, con la mirada encapuchada en mi dirección. —Nunca habías besado a una mujer, ¿verdad?

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora