CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

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SOY VULNERABLE A TU LADO MÁS AMABLE





Lucho contra la necesidad de dormir y si, se que tal vez piensen que soy una idiota porque luego de tener un orgasmo o sexo siempre quiero dormirme, pero déjenme que les cuente un secreto, creo que es algún tipo de mecanismo de defensa que creo mi propio cerebro para protegerme.

¿Se preguntaran porque? Pues la respuesta es simple: Harold.

Como se imaginaron y ya saben, mi relación con él fue un desastre, pero eso no quiere decir que yo no me diera cuenta de ello hasta que fue demasiado tarde, cuando me di cuenta que sus celos irracionales, los golpes cuando otro hombre me miraba, la necesidad de querer conocer gente y que él no me dejara, argumentando que con tener su atención tendría que bastarme, no eran una muestra de amor, sino de violencia. Pero cuando vives una vida como la mía, cuando toda tu infancia estuviste rodeada por gente a la que no le importabas un carajo, cuando solo fuiste una moneda de cambio para la gente que debería quererte más que a su propia vida, a veces el significado de la palabra amor pierde un poco su sentido original y se distorsiona, convirtiéndolo en algo que en realidad no es.

No es que justifique a Harold, sino que justifico mi falta de reacción ante la violencia que viví con él durante tantos años.

Es por eso que luego de tener un sexo violento con quien fue mi novio de la infancia, simplemente caía en la inconciencia, ya sea por los golpes o por el mismo auto desprecio que sentía hacia mi misma por disfrutar de ello.

Porque si, tenia orgasmos con él incluso cuando entendía que tenia que salir de esa relación tóxica y abusiva.

Soy sacada de mis pensamientos cuando Pierce vuelve a la habitación con esa sonrisa descarada que me corta el aliento. Lleva solo los bóxer puestos mientras me tiende una botella de agua fresca.

—¿Estas bien? —Pregunta.

—Si —respondo con la voz un poco ronca, porque vamos, follo mi garganta como un poseso.

—Lo siento si fui un poco rudo —murmura y puedo ver el arrepentimiento en su rostro.

—No lo sientas —digo. —Me gusto —y es la maldita verdad.

Pierce se sienta a mi lado en la cama, poniendo su enorme mano en mi pierna, su tacto pareciera que logra quemarme, erizando mi piel.

—Te veías muy bonita con mi polla en tu boca, tragando mi semen.

Se que mis mejillas están encendidas y sé también que aquello es algo que divierte muchísimo a Pierce. No respondo, porque no sé qué demonios responder, no es como si fuera a decir «oyeme, si, tu semen sabía genial», por lo que termino bajando la mirada, sin embargo su mano se posa en mi mejilla y sus labios se acercan a los míos, dándome un beso por demás dulce.

—¿Quieres hablar de ello? —Pregunta de repente, separándose un poco de mi.

—¿Hablar de que?

—De que te avergüenzas de que te guste el sexo un poco rudo —dice, así como si nada.

Miro hacia otro lado, porque a decir verdad no quiero que vea lo vulnerable que me siento en este momento, por el hecho de que pareciera que me conozca tan bien, como si fuera un maldito libro abierto.

—Minerva, no debes avergonzarte con el sexo.

—¿Y si eso es alguna especie de trauma por lo que me paso? —Susurro, todavía sin mirarlo.

—No creo que sea una especie de trauma —comienza diciendo él. —O tal vez si, pero eso no quiere decir que sea algo malo.

—¿No?

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora