CAPÍTULO TREINTA Y UNO

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CUMPLEAÑOS DE PIERCE




Estoy nerviosa como la mierda, no voy a negarlo, pero simplemente quiero dejarme de vueltas y he tomado una decisión, una decisión de la que no estoy al cien por cien segura, pero..., no lo sé, simplemente quiero probar.

Y si, sé que te estás preguntando de qué demonios estoy hablando, pues..., he decidido que voy a probar a su manera.

¿Ya descubriste a la manera de quien? Pues si, a la manera de Pierce.

Espero a que me de la señal de pase para entrar en su oficina y lo encuentro allí sentado tecleando con velocidad en su ordenador.

—¿Si? —Pregunta con amabilidad en mi dirección, solo un par de segundos despegando la mirada del ordenador.

—Yo... —murmuro, apoyándome en la puerta de entrada sin moverme, de repente paralizada. —Yo..., venía a desearte un feliz cumpleaños —suelto de sopetón.

Me mira por unos cuantos segundos un tanto confundido observándome en detalle, antes de asentir.

—Gracias, pero faltan algunos días para ello —dice suavemente en mi dirección, a lo que asiento, mientras él deja a un lado su ordenador y termina relajándose en su silla. —¿Qué haces aquí, Minerva?

—Yo estaba pensando... —susurro, sintiendo mis mejillas hervir. Esto fue una idea terrible. —Estaba pensando que quiero darte algo de cumpleaños —me obligo a decir.

—¿Algo como qué? —Pregunta él, sin dejar de observarme fijamente, cruzando sus brazos en su pecho y yo me pierdo en ese movimiento, en cómo sus músculos se tensan debajo de su camisa de un impoluto blanco.

—Oh, tu sabes... —digo de manera distraída con un ademán de mi mano.

—No, no lo sé —dice él, apoyando ahora sus codos en el escritorio. —¿Qué es lo que vas a regalarme por mi cumpleaños? —Insiste mientras veo el brillo de deseo en su mirada, quemando mi maldita piel.

—Un trio —suelto.

Y luego nos fundimos en un espeso e incómodo silencio, Pierce abre la boca un par de veces, como si fuera a decir algo y luego la cierra, como si se arrepintiera.

—¿Un trio? —Pregunta al final.

—Si —digo—. Pero...

—¿Pero? —Me incita a continuar.

—Pero tiene que ser con una mujer, es decir, tu, yo y otra mujer.

—Lo entiendo —dice, asintiendo, aunque no luce muy convencido.

—Bien —respondo con un asentimiento.

Pierce se pone de pie de repente, caminando en mi dirección —donde todavía estoy apoyada en la puerta—, hasta posicionarse en frente mío, poniendo uno de sus brazos a cada lado de mi cabeza, encerrandome.

Decir que la cercanía me abruma es poco, porque a decir verdad, hace mucho tiempo que no follamos y mi cuerpo comienza a pasarme factura.

—¿Por qué? —Pregunta lentamente.

—¿Por qué, qué? —Pregunto en su lugar.

—¿Por qué quieres hacer esto? —Pregunta, agachando su cabeza hasta estar a mi misma altura. —¿Por qué ahora? No quiero que hagas nada obligada, Minerva.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora