CAPÍTULO DIECISIETE

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EL DÍA DESPUÉS DE LA FOLLADA 





Me di cuenta de que Pierce estaba ignorándome, cuando pasaron cinco días después de haber follado como posesos y no volví a verlo, aunque si tengo que ser sincera, la realidad es que si nos vimos, o por lo menos yo lo vi a él, ya que el muy idiota no era capaz de siquiera darme una mirada de reojo.

Me dije a mi misma que aquello era normal, había sido solo un polvo y si bien mi parte infantil y soñadora había deseado que él se enamore completa y perdidamente de mi como suele suceder en las historias de amor, había otra que me decía que Pierce me había dado las oportunidades que me había dado en relación al trabajo, por el simple hecho de que quería follarme, y ahora que lo había obtenido, me ignoraba.

«Maldito hijo de puta»

Pero, como siempre, recapitulemos a lo último que supieron sobre mi:


Pierce me sienta sobre el retrete, envolviendo un mullido albornoz a mi alrededor cuando me vé tiritar por el frío. Yo me siento un tanto adormilada, y a decir verdad, nunca me había sentido tan agotada en mi vida, pero luche contra la somnolencia, primero porque no quería irme de cara al piso y segundo porque me daba un bochorno terrible dormirme cada vez después del sexo.

El baño era enorme —como todo en esta maldita habitación de hotel—, la bañera de un impoluto mármol blanco, con hidromasaje y una ducha en un rincón. Las terminaciones en él eran todas de una madera brillante, los cajones llenos de más toallas de las que podríamos usar, sin embargo lo más espectacular, eran las vistas que había frente a dicha bañera: podía ver absolutamente todo Nueva York desde aquí, las cientos de luces encendidas que brillan en los distintos edificios a lo lejos, así como también los destellos de las luces de los autos que se frenan cada tanto y vuelven a arrancar.

—Es hermoso... —susurro.

—¿Que? —Pregunta Pierce, de todas maneras sigue mi mirada y se percata de lo que dije. —Está bien —responde, con un vago encogimiento de hombros.

Lo veo tocar el agua de la bañera, tanteando si se encuentra a una buena temperatura, y yo me pierdo observandolo, porque vamos, que casi no he podido hacerlo y tú quieres que te lo detalle.

Pierce tiene el cuerpo musculoso, sin embargo no por demás, sus piernas son fibrosas y largas y su trasero, «ohporDios», estoy segura de que él se sacó la lotería en la repartición de traseros. Voldemort sonríe cuando me engancha mirándole, sin embargo lejos de molestarme con ello y hacer que me sonroje más, me tiende una mano, invitándome a meterme dentro de la bañera.

—Mierda —me quejo, aunque no se si de placer o porque en realidad me queme.

—¿Está caliente? —Pregunta él, observando cómo me siento dentro.

—No, esta bien —respondo, dando un suspiro cuando logro meterme dentro, con el agua llegando por encima del ombligo, el vapor formándose poco a poco a medida que el agua sigue cayendo del grifo.

Pierce apoya su mano en mi espalda, indicandome que me haga hacia delante para poder entrar él, que termina acomodándose detrás de mí, con mi espalda apoyada en su pecho.

Suspiro por lo natural que se siente todo esto, porque si, más de una vez antes de decidir que follaria con él, había tenido muchísimas inseguridades, porque no siempre se siente aquella conexión que sentí con Pierce al estar juntos, como si lo hubiéramos hecho cientos de veces antes.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora