Frente a una pizarra

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Shikamaru y Lee estaban sentados en la mesa, y por primera vez, el Nara había llegado con mas de cinco minutos de anticipación. Y es que había decidido pasar por algo antes, calculando los minutos exactos para no retrasarse, ni para llegar demasiado antes.

Ambos oyeron la puerta, y él levantó la vista para mirar a Temari entrar por la puerta de más a la izquierda.

Ella saludó mientras ponía las cosas en la mesa y sacaba sus libros junto a sus apuntes.

—¿Lograron llegar a algo?

La rubia los miró. Y tomó su plumón.

—Lee tiene los cálculos —Shikamaru le tendió el café que le había comprado.

Ella miró el vaso que él le tendía, y luego levantó la vista para encontrarse con los ojos del Nara.

Ambos se miraron. Él, intentando no darle una mirada penetrante, sabiendo que ella se pondría algo esquiva. Ella, intentando disimular que no estaba sorprendida, y que aquel gesto resultaba de lo mas natural, siendo compañeros de trabajo.

—Con tres de azúcar y uno de canela —levantó sus cejas, disimulando naturalidad e inocencia.

—Gracias —Ella tomó el vaso y luego apartó la mirada para concentrarse en lo que Lee tenía en su pantalla.

Shikamaru sonrió al notar que no había sido en vano su amabilidad.

—Aquí tengo lo que obtuvimos, Temari-sensei—Lee también bebió de su café—. Es una curva agradable.

Temari caminó hacia allá, y se inclinó para observar mejor la computadora portátil. Ignorando que seguía bajo la mirada analizadora del Nara.

Shikamaru estaba seguro de que la comisura de sus labios se había contraído sin desearlo. No podía ser algo de solo su cabeza. Algo le decía que ella también lo sentía. ¿Pero cómo lo aseguraría? Habían hablado, habían compartido, y habían intercambiado ideas durante esas dos semanas. Aunque de forma bastante profesional y seria.

No podía asegurarlo en realidad, pero sentía que algo más había detrás de la mirada de esa rubia.



«—¿Quieres algo?—ella volteó a mirarlo.

—solo un cappuccino por favor —guardó sus manos en los bolsillos de su chaqueta.

Ella miró a la joven que atendía.

—Quiero un mocaccino y un cappuccino.

—¿Algo más?

—No, gracias.

Ella miró hacia un costado, y él le indicó una mesa donde podrían sentarse mientras esperaban.

—No sé cómo no tienes frío.

Él se vio la ropa que llevaba puesta, y luego la miró a ella.

—puede que tenga...solo un poco—sonrió mientras corría la silla para sentarse—pero no es que le dé mucha importancia.

Ella se sentó también. Frente a él.

—¿A qué hora tienes tu examen?

—10:30 —suspiró— y detesto cuando son temprano por la mañana. Nunca despierto sin un buen café.

No sin tu compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora