La culpa nunca era de solo uno

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«—Cuando vayamos a Rusia —él la abrazó—. Puedo esperarte en casa con chocolate caliente.

Ella se acurrucó en él.

—Pero podrías ponerle café.

—Bien—sonrió— pero cuando me esperes tu, no puedes ponerle café.

Ella se rió y le besó la mejilla.

—No lo haría.

Ella volvió a beber otro sorbo de su mocaccino.

Era invierno, pero ambos volvían a sentarse en el pequeño muro de piedra que cercaba la ladera del cerro, y que daba con la vista a todo el basto océano.

—¿No.. has considerado otra opción? ¿Además de Rusia?

Él negó con la cabeza.

—Llevó soñando con la universidad de Moscú desde que tenía 15 años.

—Pero...

—¿Revisaste los programas? —preguntó mientras bebía su cappuccino.

—Sí... lo hice.

Hubo un silencio. Él la abrazó más.

Shikamaru volteó a mirarla.

—¿Y?

—Bueno... Tiene buenos programas.

—Tiene excelentes programas para física de partículas...

—Sí... —ella bajó la vista a sus pies. La piedra del muro resultaba ser algo fría—. Bueno... No son como los de Suiza. Pero no está mal.

—¿Por qué preferirías Suiza antes que Rusia?

—Suiza tiene el acelerador de partículas.

—¿El CERN? ¿No es para físicos experimentales?... Tú eres teórica.

—Sí, pero grandes científicos de reúnen en ese lugar a analizar los resultados. Son grandes centros de científicos... y me parecía atractivo.

—¿No te gusta Rusia? —él se alejó un poco para mirarla.

—Sí. Bueno, no tengo problema. Postula tanta gente a Suiza, que dudo que me acepten de todas formas.

—¿Pero dices que en Rusia no tendrías buenos contactos?

—Bueno, sí. —se encogió de hombros— Rusia también es bastante reconocida en ese sentido. No tengo problemas.

—Entonces postulemos a Rusia—Sonrió.

Ella asintió y volvió a mirar el mar, mientras la brisa removía los mechones de su cabello.»




El eco de ese grito parecía que se había oído por todo el pasillo.

Ella se llevó una mano a la frente, mientras intentaba desechar el malestar que le presionaba y le quitaba el aire. No había podido guardárselo por más tiempo. Lo había soltado, todavía seguía sintiéndose pésimo, pero al menos ya lo había soltado.

No sin tu compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora