17 Anna se había quedado sola

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Anna creció con salud y soledad los siguientes diez años hasta convertirse en la princesa que todo Arendelle apreciaba, a pesar de conocerla tan poco. A cualquier lugar a donde fuera lo llenaba de luz con su voz melodiosa y su desbordante energía. Y su divertida torpeza. Todos en el castillo le tenían aprecio, sus padres, los pocos trabajadores y se rumoraba que también Elsa. La última le resultaba difícil de creer, pero trataba de no pensar en eso y disfrutar de las pocas cosas que podía en su vida.

Anna a pesar de todo el dolor de los años había encontrado la felicidad. Al principio le había costado superar la separación de su mejor amiga y se aferraba a su reencuentro con todas las fuerzas de su corazón. Le cantaba en invierno para que saliera de su cuarto e hicieran un muñeco de nieve, pasaba con sus muñecas y bicicletas frente a su puerta para tentarla a asomarse, algunas veces incluso le había suplicado que saliera de rodillas. Pero Elsa no cedía, y cuando la rechazaba Anna no insistía, entendiendo por su tono de voz que la respuesta era definitiva.

Se había tenido que conseguir una nueva mejor amiga, y el puesto lo ganó Juana de Arco, retratada en una pintura en el salón. A ella fue a contarle sus tristezas y enojos, travesuras y desventuras. Con su gran imaginación armaba conversaciones completas no sólo con ella, también con el resto de personajes colgados en la pared. Tenía su propio círculo social y aunque a veces la realidad la entristecía y veía en sus rostros sólo pintura seca, la mayoría del tiempo lograba distraerse y mantenerse positiva.

Además, no estaba del todo sola. Toda la mañana Gerda la acompañaba como su institutriz, y aunque le daba muchos dolores de cabeza a la pobre mujer Anna y ella se querían mucho. Cuando los cuadros no le daban las respuestas más satisfactorias iba con ella y le hablaba durante las lecciones ignorando los llamados de atención. Normalmente Gerda le respondía secamente para callarla por fin. Anna a veces insistía, a veces Gerda cedía. Pero su mejor confidente y persona más preciada era su madre. Siempre positiva como ella, con un temperamento más parecido al de su hermana. A ella recurría por amor, abrazos y consuelo. Con ella hablaba sobre Elsa.

—Quise tomar un vestido prestado de Elsa el otro día.

Su madre alzó la vista de las cartas que estaba revisando. Anna llevaba un rato dándose vueltas por el estudio, debatiéndose entre contarle o no.

—La verdad no creí que fuera a molestarse ya que siempre usa los mismos vestidos aburridos... Además, los míos están arruinados, siempre terminan estropeándose y a ella le sobra suficiente para compartir—. Exclamó la princesa jalándose la falda—. En fin, estaba buscando en el vestidor cuando noté que ella estaba ahí conmigo, usando el tocador.

—No jales la tela, Anna.

—Entonces me preguntó que por qué estaba toda mojada y tuve que explicarle que me había caído a la fuente persiguiendo un cerdo.

—¿Un cerdo? —casi gritó Iduna creyendo que su hija se había fugado de la fortaleza.

—Sí, un cerdo se coló a los jardines y yo lo perseguí. Lo atrapé, pero me caí en a la fuente. El cerdo está bien, por cierto—le dijo con una risita. La reina suspiró y le devolvió la sonrisa.

—En fin, Elsa se rio. Se rio en serio. No era una de sus risas de cortesía. Aunque tampoco fue una GRAN risa. Fue una risa corta pero verdadera. Entonces aproveché para tomarle unos zapatos blancos que me encaaaaantan y ella no quería prestármelos y me quitó uno de las manos. Y, y... yo sé que estuvo mal, yo sé cómo es ella, pero estábamos charlando normal así que lo olvidé por un segundo y traté de quitarle el zapato de las manos y...

Iduna la miró mientras Anna movía las manos a los lados de su cabeza, no sabiendo si explotar o usarlas para cerrarse la boca. Intuyó en un segundo lo que había pasado.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora