7 Y sus ojos se encontraron

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—Te pedí que, por sobre todas las reglas, no cedieras a esta clase de cosas. No ahora.

—Creí que si había nieve no pasaría nada —susurró bajito, mientras su padre la miraba desde arriba, tratando de mantener la calma.

—¿Recuerdas que te lo pedí, Elsa? ¿O ya lo olvidaste?

—Pensé que si había nieve, aunque la magia se escapara, ella no lo notaría...

El rey resopló con fuerza y su hija se hizo chiquita en su lugar, tratando de esconder su cabeza entre sus hombros. Si permanecía de pie era porque sabía que si se sentaba se sentiría más vulnerable y su regaño sería peor. Desde siempre le habían enseñado que debía de mantenerse firme en los enfrentamientos, erguida y mirando a los ojos. Tal y como una reina. Pero aún era una pequeña princesa y se le hacía difícil comportarse con madurez.

Al menos, seguía parada.

—Lo siento—susurró.

—Elsa, no me sirve que lo sientas—su voz seguía en el mismo tono de siempre, pero a pesar de los esfuerzos que hacía su padre, la furia que lo inundaba se reflejaba en cada palabra—. Necesito que obedezcas.

—Lo siento—repitió mirando al suelo, parpadeando varias veces para contener las lágrimas.

—¿En serio? Porque parece que no te importa. ¿Qué tiene que pasar para que entiendas lo que debes hacer?

Elsa sintió las manos y los pies fríos. Se mordió el labio inferior y apretó la falda de su vestida para contenerse.

—No puedes hacer lo que te plazca—le regañó sin dejar de mirarla fijamente—. Si quieres jugar con Anna como antes tienes que tener control total. Tiene que estar ella a salvo en cualquier circunstancia.

—A salvo... —moduló Elsa, enfadándose un poco. Parecía que su padre no la hubiera escuchado decir varias veces que lo ocurrido había sido un accidente. Parecía que insinuara que ella era un peligro.

Pero el rey no la oyó y, por lo tanto, no pudo corregirse. Siguió hablando.

­—Concéntrate en la situación, Elsa. Sigue mis órdenes, y cuando no haya más riesgos de que la lastimes o te descubra, volverás con ella.

Elsa alzó la vista por fin. Confundida. Triste porque sabía la respuesta que obtendría por aquella confusión.

—¿No volverá a saber? —Preguntó, sintiendo como su garganta se cerraba.

Agdar tomó aire y cerró los ojos un momento. Habló con calma, procurando que la noticia fuera lo más digerible para su hija.

—Tú sabes que Anna siempre creerá y querrá probar que puedes vivir en un mundo que no te juzgará por lo que posees. Aunque es pequeña lo pelea, tú bien sabes lo que nos ha costado mantenerla callada.

Eso era cierto. Cada vez que Elsa había dudado en utilizar sus poderes, cuando había tratado de ser más prudente, Anna siempre le insistía en que no era algo que tuviera que ocultar, no era algo por lo que sentirse avergonzada. "Tus poderes son lo más hermoso en todo el mundo, Elsa", le decía, y, por mucho tiempo, la mayor le había creído. Quería seguir compartiéndolo con quien tanto la admiraba.

—Pero... —casi sintió como su padre afinaban sus sentidos para prestarle especial atención a sus siguientes palabras. Aquello la hizo dudar. Bajó el volumen de su voz para terminar—...nunca le dijo a nadie. Podría seguir guardando el secreto...

Elsa por nada del mundo quería causar otro silencio. Los silencios provocaban que su mente siguiera la conversación de mil formas distintas, todas horribles, que le causaban dolor de estómago y preocupación infinita. Pero prefería un silencio a la desesperación de su padre transmitida en un suspiro. Casi un gruñido. La calma se había perdido.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora