39 Debí haber estado contigo

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Jack estaba viviendo modestamente en una cueva escondida detrás de unos grandes árboles. Ayudó a Elsa a subir, sosteniéndole ambas manos, manteniendo el equilibrio a pesar de ir de espaldas. Dentro, sin decir ni una palabra, le indicó donde sentarse en medio de la oscuridad. La lluvia empeoraba con cada minuto, ambos estaban completamente empapados. Aun así, Jack se las arregló para encender una fogata en medio del lugar frente a ella, iluminando su humilde morada. Elsa miró a su alrededor con atención. El techo no era muy alto, ni la cueva muy profunda, aunque el muchacho podía estar de pie sin golpearse y tenía bastantes pertenencias. Había papeles y libros tirados en el fondo en una orilla; el abrigo azul estaba del otro lado extendida con una especie de esfera encima, plumas de ganso y otros artilugios. Entre ellos se extendían varias cobijas coloridas formando un nido revuelto. En frente tenía puesta la fogata, con piedras formando un circulo alrededor marcando su lugar. Aun sobraba bastante leña cerca del fuego, lista para usarse en cualquier momento junto con una tetera vieja, una olla oxidada, un plato y un vaso. 

—Lo mejor será que te quites esa ropa o te vas a enfermar —le dijo el muchacho.

Elsa volvió su vista a Jack, estaba de pie en la entrada, mirando la lluvia. La miró de reojo antes de percatarse del pequeño bolso que le colgaba en la espalda. Estaba tan mojado como ella, escurriendo. Elsa lo notó en el mismo momento y ahogó una maldición. Se quitó el morral y lo abrió sabiendo perfectamente cómo iba a encontrar sus pertenencias. Se mordió los labios tratando de reprimir su enojo.

—Te daré algo seco —le dijo el muchacho caminando hacia sus cosas, temiendo que volviera a enfadarse con él—. Puedes extender tu ropa en la orilla. Está lloviendo hacia el otro lado entonces no le caerá agua y el fuego está cerca. En la mañana puede que esté secó de nuevo.

Elsa asintió y sacó sus escazas mudas de ropa. Exprimió su cabello y cada una fuera de la cueva y las tendió en el suelo junto con un pequeño peluche hecho a mano, un libro de páginas en blanco, su maquillaje y la propia mochila. Escondió los pergaminos detrás de ella y volvió a sentarse. Jack no tardó en traerle las cosas. Aun sin mirarla, le tendió un montón hecho bola que ella aceptó dudosa, notando las gotas que le escurrían del cabello. Se había quitado el poncho y el sombrero, la camiseta se le pegaba a la piel creando transparencias.

—¿Qué te pondrás tú? —le preguntó apartando la mirada por educación.

—Yo puedo esperar a secarme.

—Te enfermarás.

—No puedo enfermarme.

—¿A qué te refieres?

Jack le sonrió con los labios y volvió a alejarse hacia sus cosas, dándole la espalda. Se sentó en su nido y comenzó a rebuscar entre sus pertenecías. Elsa entendió que le estaba dando privacidad, aun así, tardó unos minutos en decidir a desnudarse. No despegó ni un segundo los ojos de la espalda del muchacho mientras se sacaba las botas, el abrigo, los pantalones y el resto de las prendas. Tenía la necesidad de indicarle que no fuera a voltear. Se contuvo porque aquello habría hecho mucho más incómodo el momento. Además, sabía que no voltearía hasta que se lo dijera. No sabía por qué estaba tan segura.

Descubrió con alivio que le había pasado una toalla para secarse todo el cuerpo. Al extenderla cayeron al suelo el abrigo azul, unos pantalones de tela gruesa y una cobija. Se vistió las piernas con rapidez, el calor no tardó en cubrirla. Aunque no le molestara el frío su cuerpo padecía sus consecuencias, y no tenía ganas de volver a tener un catarro. Tomó la otra prenda. Se animó a mirarla y a acariciarla con precaución. En sus recuerdos, Jack siempre estaba usándola. Aquel extraño abrigo lo diferenciaba de los demás, por su forma y su color, cubierta de una fina escarcha por la parte de los hombros. Era lo que lo hacía lucir mágico. Volvió a mirarle la espalda y se pasó el abrigo por la cabeza. Extendió el resto de su ropa y la toalla.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora