31 ¿Quién más?

710 70 4
                                    

Venía corriendo, esforzándose por mantener el ritmo en la subida. Sabía exactamente lo que quería contarle y no sentía más que una ligera molestia y una profunda pereza. Después de su huida de la fiesta y de haber llorado hasta perder el sentir de sí misma no tenía más que sufrir al respecto. Por el contrario, la vergüenza de su actuar la persiguió toda la mañana al igual que el dolor en los pies por los zapatos que no pensaba volver a ponerse en la vida. Con la tarde le llegó la paz que siempre la acompañaba al pensar en su amiga. Sabía que jamás obtendría ni le daría a ella lo que podría darle un hombre, pero no le importaba. Ella no quería eso, no era un hombre, gracias al cielo. No. Su intimidad y lo que podían lograr juntas iba más allá que lo que cualquiera del sexo opuesto pudiera ofrecer. Entre mujeres el acercamiento era diferente, más puro, más emocionante, más... Más. 

Llegaba a la cima pronunciando su nombre por sílabas, con el esfuerzo y cansancio reflejado entre cada una. Su chal viejo apenas alcanzaba a cubrirle los brazos, el vestido cubierto de tierra seca, los zapatos hechos un desastre. Notó su cabello disparejo volándole al viento. Suelto. Eso era nuevo. Al igual que la sonrisa, tan grande, tan estúpida.

—¡Me voy a casar!

Bueno, no era exactamente lo que estaba pensando. Sabía que quería hablarle de aquel hombre, pero no podía ser que quisiera casarse con él después de un día. Su amiga debió notar su sorpresa y disgusto, pues se apresuró a corregirse.

—Aun no me lo pide, no. ¿Tan bajo piensas de mí? A lo que me refiero es que he encontrado a la persona con la que quiero casarme, y creo que él piensa lo mismo de mí.

No le sonrió. Qué alivio que no acostumbraba a hacerlo, de ese modo la princesa no podía sospechar lo poco que le importaba la noticia. Lo mucho que la afectó la realización del hecho. Sólo esperaba que no viera en sus ojos el odio a su futuro príncipe.

—Tengo que contarte todo lo que pasó ayer, y tengo que presentártelo, obviamente. No me vas a creer de quién te estoy hablando, y menos después de nuestras primeras impresiones, pero verás que te caerá bien. ¡Adivina de quién se trata! No, espera, quiero decirlo yo, de verdad no te lo vas a creer, es-

—Lo sé. Los vi ayer.

—¿Nos viste? ¿Cuándo? No te vi. Es cierto, ya no pude encontrarte. ¿A dónde fuiste? Hoy estuve buscándote por todas partes, tu madre fue la que logró pensar en este lugar y gracias a Dios estás aquí porque empiezan a dolerme los pies. No podría seguir buscándote por más tiempo. Nunca habías venido por aquí, siempre estás en el lago, ¿por qué hoy no?

—No me apetecía. Quería estar sola.

—¿Pasó algo ayer?

—No me gustan las fiestas.

—Nos la estábamos pasando bien.

—Me quedé sola.

—¿De qué hablas? Ahí estaban las demás.

—Las sacaron a bailar.

—No te voy a creer que nadie se fijó en ti.

—Nadie quiere bailar con alguien más alta.

—Estás mintiendo.

—Sí y no. De todas formas, me quedé sola y me fui a casa.

Su amiga la observó por unos segundos, convencida de poder descubrir la verdad al contemplarla.

Las campanas a lo lejos marcaron las seis. Debía volver a casa.

Conflictuada, la princesa apretó los labios en lo que se debatía volver al castillo o seguir su conversación. Ella sabía que estaba siendo injusta y grosera, miró de nuevo las zapatillas de su amiga, llenas de lodo, rayadas. Traía hasta las medias sucias.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora