¡Crecer es tan complicado!
Por eso, en este diario pondré mis pensamientos, mis emociones, el problema que se vino cuando cumplí los diecisiete y, aunque sé que será difícil ocultarlo, mis esfuerzos de hacer lo mejor para que nuestro mundo no colap...
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30 de junio, 1999
Perdón que terminé tus páginas de forma tan abrupta. El llanto me carcomió y, una vez más, entré en crisis. No puedo entender cómo es que todo se tergiversó tan horrible y siniestramente.
[Fragmento ilegible]
Pero, mejor explicaré el resto de lo que ha sucedido durante los siguientes días, ¿qué te parece? Luego de desparecer así, creo que es lo más justo. Ojalá alguien se preocupara un poco por mí como yo lo hago con todo el mundo.
A veces, me siento tan poco comprendida...
¿Tú me comprendes?
¿De verdad te interesa lo que te cuento?
Sé que eres un pedazo de libro, papeles muertos que formaron parte de un hermoso árbol. No te ofendas, es la verdad. Empero, me gustaría que alguien me escuchara, aunque sea algo. Tal como ya lo dije, el resto de mis compañeros también están de vacaciones y de poder verlos, ya no tengo con quién hablar.
Perdón, también estoy devastada por lo que le pasó a la pobre Mel. Es una buena chica, nos llevamos muy bien. Pese a que forma parte de las chicas populares, ella no es como el resto. Es alguien muy centrado, tiene los pies en la Tierra y le gustan cosas muy interesantes. Creo que sería capaz de hablar con Mel durante horas como lo hacía con mi hermana, antes de que se convirtiera en un jodido Súcubo de Satán. Estoy segura de que, si le cuento todos estos secretos que sólo tú sabes, no me juzgará. Es raro, siempre tuvimos esa extraña conexión, desde que somos unas niñas. Dios, siento que me vendrían bien un par de sus consejos para lidiar con ese traicionero carácter.
Pero bueno, comenzaré por el principio.
Resulta que, durante siete semanas, desde el jueves 18 de abril hasta el domingo 6 de junio, instaló una Ley de Hielo peor que sus asfixiantes celos. Siquiera me miraba, apenas si mascullaba unos buenos días y, obvio, ya no hubo más besos ni abrazos. Pese a mis intentos por recobrar aquella bonita relación que solíamos tener, ella puso la situación aún más difícil. Por un momento, creí que todo esto era por despecho, pero supongo que también yo había rebalsado la gota de su vaso.
Sentía culpa, muchísima culpa.
Una vez más, sé que me lo busqué.
Aún dormíamos en la misma habitación, pero Lenore tomó un colchón del cuarto de invitados y lo llevó al piso. Dictaminó, sin ningún lugar a quejas o negociación, que ella dormiría una noche en la cama, yo en el suelo y viceversa.
¿Puedes creer que me hizo firmar un documento en el que expresaba mi absoluto consentimiento ante estas patéticas nuevas reglas y que, a último momento, le agregó un ridículo toque de queda?
Yo sólo podía leer, estudiar, hacer mi tarea o escribir hasta las nueve de la noche. A esa hora, ella se acostaba a dormir y yo no tenía permitido siquiera hacer ruido con mi walkman. Por otro lado, una tarde luego de la iglesia, me encontré con que la guitarra había desaparecido.