¡Crecer es tan complicado!
Por eso, en este diario pondré mis pensamientos, mis emociones, el problema que se vino cuando cumplí los diecisiete y, aunque sé que será difícil ocultarlo, mis esfuerzos de hacer lo mejor para que nuestro mundo no colap...
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1 de septiembre, 1999
Lenore y yo pasamos unas buenas vacaciones juntas, casi como en los viejos tiempos. Para que mi salud mejorara en óptimas condiciones, no fuimos a clases. Reímos mucho hasta que la cara nos dolió, nos contamos todos los secretos que nunca antes habíamos dicho, mantuvimos la casa en una pieza y, por supuesto, nos quedamos hasta muy tarde viendo películas. Algunas eran de dudosa reputación, pero Lennie insiste que luego de tener que aguantar horas y horas de sermones sobre la castidad de nuestras acciones, no nos hará tanto daño pecar un poco más.
Despertábamos temprano, a eso de las ocho de la mañana. Nos repartíamos las tareas hogareñas. Hay un ala de la mansión que a la que no podemos entrar porque hace años que no se encuentra la llave. Yo sostengo que, el día que abran esa parte del mausoleo, saldrán ratas del tamaño de un Tiranosaurio Rex. La mayoría de las habitaciones también están selladas, por lo que sólo nos dedicamos a limpiar los lugares habilitados. Para las dos de la tarde, ya teníamos todo más o menos en orden y ahí es cuando comenzaba la verdadera diversión.
Como ella ama ir al cine y quedarnos casi todo el día comiendo porquerías en algún shopping, hemos ido con frecuencia. Pagamos a un chofer de confianza para que nos fuera a buscar y trajera a casa en horarios más o menos "decentes". Hicimos la conexión del teléfono de línea al enorme aparato que padre le dejó en caso de emergencias.
Para ser sincera, luego de limpiar, estábamos casi todo el día fuera; esa mansión es tan grande y poco usada que suele volverse una cárcel de bonitos ornamentos. Es por eso que, durante los primeros días, sólo volvíamos para echarnos en el sillón y ver estupideces en la tele hasta que nos dolieran los ojos.
Digamos, decidimos tener nuestras propias vacaciones sin horarios ni responsabilidades marcadas.
Como sé que eres un diario muy chismoso, te lo confirmaré: la intimidad de la sala de cine ahora se volvió harto diferente. Intentaba ignorar las señales más obvias, como el que nos tomáramos de las manos y nos miráramos a unos pocos centímetros de nuestros rostros; pero llegó un punto en que esto se ha puesto muy difícil.
Si te lo preguntas, sí, la verdad es que hubo ocasiones en que perdimos la partida como las peores.
Seré sincera: nos hemos besado en medio de alguna que otra película, aprovechando que todos estaban metidos en su mundo. Si notaba que el contacto se volvía más y más indecente, nos alejábamos casi por mutua decisión.
No queremos que la gente nos mire más raro que de lo normal.
Además, las buenas costumbres y el miedo de encontrar a algún idiota seguidor de papá son cosas que siempre nos persiguen. Más de una vez ha pasado un brazo por encima del hombro y me besó escuetamente los labios mientras aprovechaba mi distracción.
Me gusta.
Dios, cómo me gusta muchísimo que lo haga; mi estómago se encoge de puro placer y los pensamientos obscenos se materializan con más fuerza que nunca. En algunos momentos, en tanto estamos besándonos, noto cómo sus dedos se cuelan dentro de mi blusa. Suele comenzar por debajo, acaricia mi estómago y va sentido norte. Cuando la peli se pone demasiado aburrida, juega a ir hacia el sur de mi anatomía, algo que no tiene permitido. (No aún, claro.). La última vez que esto ocurrió, me sobresalté, derramé la bebida y, gracias a mis "exageraciones", Lenore se echó a reír a carcajadas hasta que el guardia preguntó qué pasaba.