Ayúdame

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Ninguno de los dos estaba contento con esa situación. A Liliana le aterraba encontrarse de nuevo con alguien peligroso, o que el sol fuera a pillarla a medio camino si no se apresuraba y a Carlos le hubiera gustado acompañarla, su instinto de padre policía le decía que debía protegerla, pero sus piernas se lo impedían, pues cumpliendo con su trabajo fue que quedó semiparalizado de la mitad del cuerpo.

Liliana ya no era una niña, su trabajo le había costado mantenerse viva hasta esa edad, pero cuándo hay un apocalipsis tan grande y los grupos delictivos aprovechan esta oportunidad para unirse y tomar el control de todo un país entero, el que no se cague en los calzones no es una persona normal y ella lo sabía. No es lo mismo huir del sol a huir de una persona (o diez) con armas de alto calibre dispuestas a quitarte todo lo que llevas encima, hasta la vida.

Así que se preparó mental y físicamente para dicha tarea. Tomó sus armas blancas: un bate de béisbol, un hacha y un machete y se encaminó a la puerta, esperando en lo más profundo de su alma no tener que luchar por ella.

"Liliana, ten esto" Carlos le extendió el arma con el que había intentado suicidarse; una Beretta nueve milímetros con catorce disparos restantes en el cartucho. Liliana se la devolvió.

"No sé cómo ocupar esa madre, y no me vaya a salir el tiro por la culata, literalmente"

"Recuérdame que debo enseñarte a disparar para la próxima vez que tengas que irte" Liliana asintió con una sonrisa, se ajustó la mochila y salió de casa de Carlos.

Cerca de la medianoche, Liliana cruzó el enorme estacionamiento vacio de la plaza en el que se encontraba un Walmart muy grande, principal objetivo de los saqueos hacia unos meses atrás, y que ella esperaba tuviera un poco de algo en los estantes.

Silencio. Nada indicaba que alguien más aparte de ella estuviera en ese inmenso supermercado, la ciudad había quedado totalmente desierta y eso le provocó escalofríos. Sentía una cierta tristeza al ver el lugar tan ausente de personas, y el sentimiento se agravó cuando notó que los estantes y refrigeradores estaban casi vacíos, pues había cartones de leche o yogures que ya eran inservibles para cualquiera.

Quedaban restantes algunas latas de comida para animales, los cuales estaban igual de extintos que el resto de la flora y fauna del planeta y unas semillas de girasol empaquetadas que encontró bajo un anaquel y que echó a su mochila sin pensarlo dos veces. El resto eran vajillas rotas, comida en descomposición, cartones vacíos y basura en general. El lugar estaba a oscuras, por lo que Liliana tuvo que ocupar una linterna para ver con dificultad el lugar en el que se había metido, por lo que no notó la presencia de una persona que la miraba en la distancia, observando con detenimiento cada uno de sus pasos.

De pronto, el sonido de un cuerpo invadió el lugar.

"Mierda"

"¡¿Quién está ahí?! Liliana preguntó exaltada, apuntando con la débil luz de su linterna al lugar del que provenía el sonido, hasta que vio unas delgadas manos alzándose en la distancia

"No dispares, por favor no me hagas nada" el silencio volvió a perpetrar el lugar, y Liliana comenzó a caminar lentamente hacia la chica que se encontraba del otro lado del almacén, con los ojos cerrados y las manos en el cielo.

"No voy a hacerte nada ¿Quién eres?"

"M...m... me llamo A...A...Aurora, Aurora Toledo" Aurora estiró lentamente la mano hacia Liliana, quien la tomó, dudosa. Ella era casi veinte centímetros más pequeña que la mujer que tenía enfrente, y aún así, intimidaba mucho más; era un chiste muy recurrente en redes sociales que las mujeres pequeñas eran como chihuahuas, pequeñas y alteradas como demonios diminutos. Dentro de ese estereotipo Liliana entraba perfectamente, y Aurora, siendo más alta y con cara de ratón, poseedora de una larga cabellera rizada, era más bien tímida. Juntas parecían Pinky y Cerebro. Ciertamente Liliana era dominante por donde quiera que pasara.

"Liliana, Liliana Mendoza" ella había cambiado de nombre cuando se emparentó con Carlos y adoptó su apellido, para ella, él era su padre y esa era una de las formas de honrarlo. "¿Qué estás haciendo aquí?

"Estoy buscando refugio, un lugar para descansar, no quería importunarte...m...m...me tropecé sin querer y... y..."

"¿Vienes sola?"

Aurora asintió. Estaba cansada y con algo de miedo, le costaba que las palabras salieran de su boca, se quedaba dormida por momentos, como vaca lechera.

"Está bien, ven conmigo"

Liliana caminaba en silencio por detrás de Aurora, con el machete en su columna, cuidándose las espaldas, rogando que ella no fuera parte de algún grupo de asaltantes a punto de invadir su seguro refugio.

El edificio en el que vivían se encontraba al fondo de una calle cerrada, por lo que Liliana se tomó el tiempo de protegerla también.

Al llegar, quitó sus trampas improvisadas, en la calle y alrededor de la cochera exterior del edificio, abrió las puertas con cautela hacia el oscuro, caluroso y abrumador interior. Caminaron por el pasillo directo a casa de Carlos.

"¿Tan rápido llegaste? ¿Qué...?" Carlos abrió los ojos de par en par al ver entrar a la extraña en su casa. Su instinto le impedía confiar en alguien, pero su cariño a Liliana le hacía dudar de todo "¿Quién es ella?" su rostro se endureció y se cruzó de brazos, exigiendo una explicación.

"Se llama Aurora, y va a quedarse con nosotros un par de días"

"¿Con permiso de quién?"

"Con el mío propio"

"La quiero fuera de mi casa en este instante"

Liliana se sorprendió y se proponía a llevar a Aurora a su propio departamento, cuando ella la interrumpió y se giró en redondo para mirarla a los ojos. Parecía que sudaba frío y sus ojos imploraban piedad y se veía pálida bajo la tenue luz de las velas del lugar, sus brazos se alzaron, haciendo a Lili ponerse en guardia, pero ella no parecía capaz de hacer algo a pesar de que no dejaba de mirar fijamente a la mujer que tenía enfrente.

"Espera, no puedes echarme"

"¿Y quién dice que no puede?" La voz de Carlos se alzaba más y más. Liliana estaba expectante, sin decir ni una palabra y sin apartar la mirada o el machete. Aurora se quitó una cadena del cuello, con un corazón de plata que, al abrirlo, mostraba una memoria USB en su interior.

"Tengo que llevar esto a Nevada. Esto salvará el mundo"

Aurora tenía su sentencia de muerte colgada al cuello. 

Antes del AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora