Plan de escape

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Gabriel, Aurora y Liliana iban llegando a la plancha cuándo los soldados sacaban a una mujer a rastras, gritando desesperadamente, pero sin poder entender que era lo que decía, pues las personas estaban enardecidas y sus palabras ahogaban los gritos.

Alison exhortaba a las personas a defender su refugio, se veía imponente con los demás miembros del Consejo detrás de ella, dándole ánimos y apoyando su discurso bélico.

"¿Vamos a pelear entonces?"

"Nosotros lo haremos, ustedes tendrán que seguir su camino"

"¿Sólo así?"

"No se preocupen, alguien las acompañará"

Liliana sintió una punzada de decepción, pero no dijo nada, sólo vio a Aurora sonreír levemente y dirigirle la típica mirada que le decía que todo estaría bien. Ella volvió a sostener su mano, y terminaron de presenciar el discurso de Alison.

"¿Vamos a defender este lugar hasta la muerte?"

"Sí"

"No escuché nada ¡¿VAMOS A DEFENDER ESTE LUGAR HASTA LA MUERTE?!"

La gente vitoreó y gritó con entusiasmo y furia, no permitirían que les arrebataran el lugar que tanto trabajo les había costado levantar en pie, así que se dirigieron todos a la sala de armas, dónde previamente habían estado practicando tiro Aurora, Liliana y Gabriel, para prepararse y armarse con las medidas necesarias.

"Nosotras nos vamos a casa. También necesitamos prepararnos para irnos de aquí"

Y así lo hicieron.



Sentada en la oscuridad en el sofá floreado, Victoria esperaba que las chicas entraran a casa. Ahora estaba sola en la habitación y en el nuevo camino a emprender. Su hijo y su sobrina la habían abandonado y no había nada que ella pudiera hacer al respecto. Sólo le quedaba la esperanza que albergaba en el fondo de su corazón: que todo volviera a la normalidad y que el mundo estuviera a salvo.

El pomo de la puerta giró.

Aurora y Liliana entraban en silencio, sobresaltándose al ver la delgada y alta figura en el fondo de la sala, con un cigarrillo en la mano y el humo siendo exhalado. La punta roja del objeto revelaba que estaba a punto de terminarse.

"Niñas, que bueno que llegaron. Debemos preparar el plan de escape, nos queda poco tiempo"



Unos minutos antes de que el sol se asomara por el horizonte y el cielo rojo se tornara rosa, un par de soldados entraban acompañados de una mujer. Esmeralda, la esposa de Pedro, había pedido hablar con su esposo unos minutos antes de su asesinato.

El escalofrío recorrió su cuerpo al bajar las escaleras al oscuro y húmedo lugar en el que se encontraban las celdas. Ella nunca las había visto, había querido evitar todo lo relacionado al trabajo de su marido, sin embargo oía que no eran sitios agradables, y en la situación en la que estaban actualmente, era aún peor.

La celda se abrió, revelando a un hombre encorvado, con las manos en la cara y los ojos cerrados, como si rezara.

Pedro abrió los ojos al oír entrar a su esposa, quien se tiró a sus pies y reposó su rostro en las rodillas de su esposo. Él descubrió su cara y comenzó a acariciarle el pelo y a limpiar las lágrimas que caían a mares. Su pecho subía y bajaba en profundos sollozos.

"¿Qué hiciste, Pedro? ¿Por qué?"

"Supongo que no pensé bien las cosas"

"¿Y si te arrepientes y nos ayudas a defender este lugar? Fue tu hogar un día, aquí criamos a nuestros hijos. Tu mismo jugaste en estos parques"

"No, prefiero morir con la poca dignidad que me queda"

Esmeralda lo miró, indignada. No podía creer que estaba a punto de perder a su esposo y a él parecía no importarle en absoluto. Se levantó de su regazo y lo miró a los; no mostraba signos de arrepentimiento, de hecho, una pizca de burla y satisfacción eran visibles en sus ojos y en su sonrisa disfrazada de mueca. Estaba genuinamente feliz de acabar con su vida con tal de arrastrar a todos con él.

"¿Qué pasó con el Pedro que conocía?"

"Déjate de dramatismos, Esmeralda, bien sabemos que en la vida no terminas de conocer a nadie, pero tú nunca me conociste del todo. Además nunca me apoyaste y uno tiene que sobrevivir en este pinche lugar, así que no llores o vete, no quiero lagrimas"

Los soldados llevaban a Pedro sujeto y esposado de pies y manos; llevaba el cuello erguido, orgulloso, y así se mantuvo incluso cuando lo encadenaron a uno de los postes de las viejas canchas de baloncesto, a las orillas de la plancha en la que se encontraba el Consejo.

La escena parecía sacada del Medievo, pues todos estaban expectantes desde las casas que rodeaban la plancha y los jueces y verdugos frente a él, daban la sensación de que la Santa Inquisición estaba a punto de quemar a una bruja en leña verde, pues todos estaban frente a Pedro, usando una capa larga y negra que los representaba como lo que eran.

Los soldados se alejaron de él y se colocaron en la entrada de la Casa de la Comunidad con sus armas apuntando directo a la parte trasera de la cabeza de la víctima.

"Pedro González Mora, debido a la acusación de Alta Traición a nuestra comunidad, se le ha sentenciado a la Condena Máxima. Su cuerpo será calcinado con los rayos del sol en cuanto amanezca"

Él parecía solemne, no mencionaba ni una palabra, tenía cara de póker y se mantenía erguido en el tubo blanco.

Las personas no dejaban de observar el espectáculo y los rayos empezaron a vislumbrarse; el cielo estaba particularmente grisáceo esa mañana, pero no impidió la piel de Pedro se volviera roja al primer contacto.

Fue entonces cuando él comenzó a gritar.

"¡No! ¡Perdón! ¡Perdónenme!"

Pero todos estaban impasibles. El daño estaba hecho e ir por él era arriesgar innecesariamente la vida de alguien más. Moriría sí o sí.

"¿Acaso no me escuchan, hijos de puta? ¡PERDÓN! ¡PERDÓN!"

El sol alcanzó, primero los pies y enseguida el torso de Pedro, tornándolos de un rojo vivo, al dejar el músculo descubierto y después tiñéndolo de negro cuando todo comenzaba a carbonizarse. Los gritos eran ensordecedores, incluso para las personas que se encontraban dentro de las casas, pues terminaron cerrando las ventanas para dejar de ver tan atroz espectáculo.

El consejo no se movió.

Los rayos subieron rápidamente hacia el rostro.

Para este punto Esmeralda ya había volteado su rostro y lloraba amargamente, en silencio. No quería seguir viendo cómo su marido era cruelmente asesinado y no poder hacer nada para solucionarlo. Seguía furiosa por las palabras que le había dicho hacía unos minutos atrás, pero no podía dejar de amarlo sólo por eso.

Cuando el primer rayo tocó la barbilla de Pedro, esta se fue consumiendo y dejando ver el hueso, dando paso al músculo de las mejillas, los dientes y los pómulos; los ojos se empezaron a disecar, primero como pasas y luego nada.

La escena era horripilante, pero nadie se movía a pesar de los terribles gritos.

Hasta que por fin cesaron.

Alison se acercó al micrófono.

"Lamentamos profundamente haber tomado medidas tan drásticas. Prepárense para enfrentar nuestro destino esta noche"

Antes del AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora