El Túnel

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Después de un tiempo la charla se tornó amena, entre galletas de chispas y café. Hablamos de nuestros gustos y de lo que hacíamos; esto me gustaba, nos estábamos conociendo, y, finalmente, algo que nunca había hecho con nadie más me parecía agradable.

—Me gustaría tener sentimientos tan fuertes, la mayoría de relaciones románticas siempre son a medias —dijo conteniendo un suspiro y la mirada perdida en un rincón de una ventana, mientras detallaba, —lo que creo que eran— unos garabatos decorativos.

—Las interacciones son lo más complicado —y que me lo digan a mí— aunque el hecho de que la chica haya visto la ventana en la pintura, algo que él creía que era imperceptible para todo el mundo, le hace pensar que sí existe una persona que pueda entenderlo. Ernesto Sabato plasmó en El Túnel una buena historia de soledad, aislamiento e incomprensión, simplemente para hacerle entender al mundo que todos tenemos un poco de ello.

—Eres agradable, te apasiona lo que lees. Debes tener muchos libros en casa.

—De hecho no, soy lo que se llamaría una “lectora pobre”. Por lo general presto libros en la biblioteca de la universidad, aunque allá no haya tantos de literatura, o simplemente leo en la computadora.

—En mi casa hay una pequeña biblioteca, era de mi padre, mamá y yo la hemos agrandado con los años. ¿Te gustaría pasarte alguna tarde a tomar café y leer un libro? —se notaba nerviosa, era realmente adorable.

—Me encantaría —hablé sin extrañar mi timidez.

Al llegar a casa mis animalitos reclamaban comida, los alimenté y luego de relajarme en la ducha me senté en el sillón, debía preparar mi examen de relatividad. Pasaron las horas y entre ecuaciones y pensamientos rápidos el tiempo se me escurría de las manos como si fuera agua. Existía la luz líquida —eso decía la física—, pero el tiempo era simplemente un mero concepto. Pasaron las horas hasta que ya el cansancio era evidente, tendría un par de horas para dormir antes de irme al exámen.

Me levanté demasiado adormitada y la cantidad de cafeína ingerida no sirvió para nada, era un desastre trasnochando, mi cabeza estaba a punto de explotar y mi visión borrosa cual resaca, solo que no había ingerido una sola gota de alcohol.
Revisé mi teléfono, el cual estaba olvidado en el bolso desde el día anterior. Tenía unas llamadas pérdidas de Jean y un texto, lo abrí.

«Alice, lo siento, no puedo ir, ¿te parece si almorzamos juntas mañana?»

Respondí enseguida.

«Perfecto. En el restaurante de siempre».

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