¿Galletas?

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Estaba recostada en un sillón mientras leía un clásico de tragedia de Vargas Vila, la historia resonaba en mi cabeza con gran melancolía, y no era para menos, Aura o las violetas era un relato corto pero con alta dosis de tristeza. De pronto me encontré perdida en la habitación, con la respiración acelerada y mis ojos que se encontraban empañados por las lágrimas, con el sonido repentino del teléfono móvil quisieron arrojar todo su contenido en grandes  gotas sucesivas. Tome la llamada, en la cual no hubo saludo.

—¿Te gustan las galletas? —habló una voz femenina con más emoción de la que mi oído estaba dispuesto a soportar.

—Perdone, ¿con quién estoy hablando?

—Disculpa mi grosería, soy Adalís... el café... ¿Recuerdas?

—Si, lo recuerdo.

—Entonces ¿Dónde nos vemos?

—Cerca de la clínica hay uno muy bueno, ¿lo conoces?

—Si, ¿te parece bien a las 4pm?

—Estupendo. —Finalicé la llamada y volví al momento justo antes de esta. Mi libro.

Estaba todo empapado por las lágrimas, y mis lentes empañados. Me dirigí a lavarme la cara mientras pensaba en algo para ponerme, al final me decidí por un dulce vestido que me habían regalado hacia algunos días para mi cumpleaños, me había encantado pero no me había animado a usarlo. Me gustaban los vestidos pero rara vez usaba uno. Ese en verdad era lindo, era de una tonalidad casi blanca con unas diminutas flores color carmín.

Cuando entré ella ya se encontraba en una mesa y se dirigió a mí preguntándome: —¿Galletas?

Asentí con gesto amable y me senté, ya se encontraba todo en la mesa. Ella estaba hermosa y ahora que la tenía más cerca podía apreciarla mejor. Tome una galleta ensimismada y mientras la mordía no podía dejar de ver sus ojos, no podía distinguir si aquella tonalidad era verde o gris, o quizá una mezcla de ambos. Eran preciosos. Sentí su mirada situada en la galleta que me estaba comiendo, y luego en mi boca, aunque tal vez solo eran alucinaciones mías.
Permanecimos en silencio disfrutando las galletas, eran realmente buenas. No sabía de qué hablar, las interacciones sociales no eran mi fuerte, mi timidez era bastante grande.

—¿Te gusta leer? —me preguntó.

—Un poco —respondí tímidamente.

—Te he traído algo —me dijo mientras me extendía una pequeña cajita color rojo—. Quería disculparme.

—No era necesario —hablaba con sinceridad—, ya está olvidado.

—Ábrelo —obedecí instintivamente. Era un libro, sin duda. Al destaparlo inmediatamente lo reconocí. El precio de la sal de Patricia Highsmith.

—Gracias.

En realidad ya había leído el libro, pero en forma digital. Siempre había querido hacerme con uno en fisico pero nunca lo había comprado, puesto que ni siquiera tenía con quién compartirlo. Sentía que era un libro que había que leer con alguien para que fuera más placentero.

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