Extra

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—Alice, no puedes seguir huyendo de mamá y papá —inquirió Jean en un tono autoritario—. Ya no eres una niña, debes enfrentar las cosas, además, piensa en Adalís, ella merece un lugar entre la familia.

Esa última frase tuvo un fuerte impacto en Alice, era verdad, Jean tenía la razón, como siempre. La dulce mujer con la que había compartido su vida merecía más que nadie ser parte de eso que hacía mucho creía no tener, ese cariño y apoyo del grupo de personas que la vieron crecer, su familia. Sin embargo los recuerdos del pasado la invadían y los miedos volvían como monstruos feroces. En el pasado había sido rechazada por sus padres a causa de su ausencia de creencia religiosa, ahora, si se presentaba nuevamente en esa casa llena de recuerdos, debería enfrentar nuevamente a sus padres, pero ahora no sería una sola noticia, sino dos. Tenia una pareja, y está era una mujer.

—Tienes razón, Jean, le quiero como a nadie, se merece una aceptación completa, si no la consigo al menos debo intentarlo, de lo contrario estaría fallandole.

—Hablaré con mamá y papá, les diré que vienes a cenar.

—Está bien.

Al caer la noche Alice se encontraba frente a la puerta marrón que tantas veces había golpeado luego de llegar de clases, recordaba perfectamente la secuencia de golpes que caracterizaban su forma de llamar a la puerta, los yogures que papá le traía cuando salía a mercar, el chocolate con pan de mama luego de llegar del colegio, los juegos con Jean y muchas cosas más. «¿Como es que llegamos a esto?», se preguntaba, hasta que la puerta se abrió sin que ella hubiera llamado, para finalmente, sacarla de su ensoñación.

—Pasa —Jean la tomo de la mano y de un tirón la ingresó a aquella acogedora casa, cerrando la puerta tras de ella.

—Hola —farfulló Alice, presa de la incomodidad, a sus padres, quienes estaban frente a ella mirándola fijamente.

—Vamos a comer, ya tengo hambre —dijo enérgicamente su padre, él nunca perdía el apetito, por el contrario, entre más tensa y delicada fuera la situación, más hambre le daba.

Nadie hablaba, cada uno se concentraba en sus alimentos, así que, finalmente Jean terminó con aquel silencio sepulcral.

—Cuéntanos, Alice, ¿que ha sido de tu vida estos cinco años?
Alice no sabía cómo responder a aquella pregunta, así que simplemente pensó en responder como si estuviera hablando con un viejo conocido al que no veía hacia un largo tiempo.

—En realidad no mucho, estoy a punto de terminar la carrera, asesoro tareas entre semana y los fines de semana trabajo en una floristería.

—Eso es excelente, hija —dijo su padre mientras terminaba su plato de comida— en realidad te extrañamos por acá, pero entiendo que ya has hecho tu vida y has aprendido a vivirla sin nosotros... —dijo con tono lastimero.

La madre de Alice seguía sin mediar palabra alguna con la joven, era muy orgullosa para eso, por lo que Alice, aún con lo nerviosa que estaba, rebuscaba en su interior la valentía que necesitaba para decir lo que tenía que decir y acabar con ese mal trago lo más pronto posible, en dado caso, no tenía nada que perder, las cosas ya no podían ir a peor, ya los había perdido a ellos, y ya había aprendido a vivir sin ellos. En un inicio era duro, estar sola, sin contar con nadie, porque en ese momento el control de sus padres era tal que no permitían que Jean le visitara. Ahora ya no los extrañaba, no como al inicio de todo.

—Mamá, papá, en realidad he venido porque Jean me ha convencido. Sé que todo este tiempo no hemos hablado y que nuestras diferencias siguen y seguirán presentes, pero hay algo que creo que deben saber —hizo una pausa para tomar aire y valentía a la vez—. Estoy viviendo con alguien, se llama Adalís, es mi pareja.

Listo, al fin lo había soltado, ya podía respirar nuevamente, aunque los que parecía que no respiraban eran sus padres. Luego de un largo silencio Alice entendió que la situación no iba a cambiar, que todo seguiría igual, o incluso peor, así que les agradeció por la comida, se excusó para marcharse y se levantó de la mesa. Atravesó a grandes zancadas el comedor, luego el pasillo, llegó a la sala, tomó su bolso y se dirigió a la puerta. En el momento en el que tomó la manija en su mano la invadió un sentimiento de desilusión, a pesar de saber que no iba a funcionar, a pesar de saber que solo empeoraría, en el fondo  guardaba la débil esperanza de que por una vez, por una única vez la entendieran, y respetarán su decisión, pero evidentemente eso nunca iba a suceder, nunca iban a volver a ser una familia, y mucho menos iban a recibir a la mujer que ahora sí lo era para ella, a la mujer que ahora era su familia.
—Alice, espera —dijo Jean desde el pasillo mientras se acercaba de prisa a detenerla —. Debemos terminar de hablar de una vez por todas, a eso has venido, ¿no?

Era verdad, a eso había venido, ya no podía ir a peor, se repetía.

Llegaron su madre y su padre a la sala.

—Traela para que la conozcamos —dijo su padre.

Alice miró a su madre, no decía nada, así que Alice se disponía a marcharse.

—Pues algún día le veremos la cara, ya que más da — dijo su madre de mala gana.

Eso ya era algo, en realidad ya era mucho. Habían accedido a conocerla, pero no quería que Adalís pasara un mal rato, su deseo de protegerla se anteponía a las ganas de arreglar las cosas con sus padres.

—No quiero que ella pase un mal rato, no quiero que se sienta mal, ella ha estado en uno de los momentos más difíciles de mi vida, me ha dado su amor y apoyo. No sé si esto que estamos tratando de arreglar valga la pena, yo realmente espero que valga la pena. Me gustaría que las cosas mejorarán, que fuéramos una familia como cualquier otra, pero ella es parte de mí ahora, así que espero que me acepten tal cual soy, de lo contrario será mejor que no nos hagamos pasar un mal rato nuevamente.

Al fin. Lo había dicho, había descargado todo lo que necesitaba decir. Sus padres la miraban sorprendidos, incluso ella se sorprendía, ¿cómo era que había llegado a decir tal discurso sin pararse o atragantarse a causa de su timidez? Ella no lo sabía, pero una cosa tenía claro, no iba a permitir que Adalís pasara por lo que ella había vivido durante un largo año antes de marcharse de esa casa.

—Haremos que las cosas mejoren, Alice —dijo su padre.

Su madre se acercó, tomo el brazo de Alice y le dijo:— Traela mañana a almorzar, te prometo que no la molestaremos.

FIN


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