Los desconocidos.

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La idea principal había estado en sólo conseguir una mano masculina que le hiciera cariños y, si podía ser también, masajes. Fue por sentirse completamente solo y con necesidad de que alguien le toque el cabello para dormirse que lo hizo sentarse en su cama, con el entrecejo fruncido y un puchero en los labios.

Con veintitrés años debería de tener pareja, o por lo menos experiencia con parejas. Pero tenía dos décadas y tres años encima y él nunca había tenido algo serio en su vida, en el sentido amoroso, claro está.

Entonces aquél frío día de vacaciones que él pasó acostado en su cama y mirando viejas películas de comedia, él simplemente sintió un fuerte golpe en su pecho pidiéndole que pasara el día con un hombre que lo mimase y se riera con él de las mismas bromas de hace años. 

Pero no tenía siquiera un pretendiente conocido por el que tirarse a pedirle que pase con él un rato. Tampoco tenía pensado perder la dignidad y orgullo tan fácil.

Él era independiente, sin nadie que controle sus gastos, ni quién viene a casa, ni mucho menos sus llamadas telefónicas y, estando de pijamas y descalzo buscó en internet lo que nunca se esperó estar buscando y llamó, antes que la descabellada idea sea haga algo, digamos, descabellado para su desesperada mente. 

—Ehm, sí. Querría contratar sus... mm, ¿servicios? pero, eh, no quiero los servicios. Sólo quiero- sí, okay. Espero...

Su corazón palpitaba descontrolado y sentía su cara arder, a pesar de estar solo sin nadie juzgándolo, él se sentía avergonzado.

¿Llamar a un prostíbulo? ¿Qué mierda estaba pensando?

Cuando estaba a punto de cortar, porque al parecer al pedir un 'servicio' debes esperar ser atendido por una persona real y no por la maquinita contestadora con la que divagó apenas llamó, una fuerte voz masculina que le hizo temblar las piernas habló.

—Bien, tenemos a dos chicos ahora disponibles. Uno alto, músculos, piel pálida y especialista en mamadas. El otro es también alto, piel morena y sabedor de millones de posiciones que lo harán volar de placer. 

—Eh- Yo, creo que... ¿el primero? 

—Muy bien, sólo precisamos su dirección y ¿necesita sus servicios ahora o más tarde?

La idea de que un extraño, más bien, un prostituto llegara ahora y él sólo le pidiera por abrazos y caricias en elo pelo ahora parecía de lo más idiota. Probablemente el chico que viniera se le reiría en la cara y lo mandaría a la mierda, pero mejor intentar a luego arrepentirse de no haber hecho nada al respecto.

Dio su dirección y pidió los servicios para ese mismo instante.

No había vuelta atrás.

Ni se molestó en vestirse y aún de suéter gigante, pantalón de pijama que arrastraba y descalzo caminó a la puerta en cuanto el timbre sonó, media hora después. 

Sabía que tenía unas ojeras terribles, estaba despeinadísimo y olía a bebé gracias a estar metido todo el día en las sábanas lavadas con suavizante que a su madre le gustaba usar para la ropa de sus hermanitas; pero qué más daba, alguien que vende su cuerpo no puede hacerle cara de asco ni al más peludo y sucio cliente.

Abrió la puerta lentamente, sin siquiera reparar en mirar antes por los nervios y su corazón latió aún más fuerte.

Debería de estar caliente y tener una erección monumental al ver al semejante hombre que esperaba al otro lado del marco, pero él sólo sonreía y sólo imaginaba ese gran cuerpo abrazándolo. 

La altura era cierta, y la delgadez del chico hacía que parezca más alto y grandote. Tenía músculos, eso estaba claro, y tatuajes; junto a una hermosa cara bien marcada y algo aniñada, a no ser por la expresión pícara y coqueta.

Historias cortas y One shots. [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora