Una habitación oscura, dos sillas enfrentadas, un revólver sobre la mesa y dos almas desesperadas.
(...)
Hay muchas situaciones que pueden llevar a dos jóvenes chicos a estar enfrentados en un maloliente rincón sólo esperando la muerte, o también la victoria. Pero ninguna razón importa al momento en que el revólver es cargado con dos balas en el tambor y es cerrado, empezando lo que marcará sus vidas.
El chico de expresión fría coloca dos balas en el tambor del revólver, sus manos son ágiles y el de ojos verdes, justo en frente suyo, se pregunta cómo sus manos no tiemblan al hacer todo aquello, porque él mismo está como una gelatina, sintiendo el sudor frío bajarle por la espalda y un constante escalofrío recorrerle.
Sus manos hacen girar el tambor como sea y cierra al instante, para que no exista sospecha alguna de trampa. Y entonces no existe vuelta atrás; unos penetrantes ojos azules lo miran fijo y el revólver en sus manos parece tener alma propia y querer corromper su alterado corazón y distorsionada mente con sólo estar dentro de su campo visual.
Los sentidos del rizado están a flor de piel, sus oídos parecen taponeados por el silencio, todo su ser sintiéndose enfermo por la humedad del lugar cuando el sonido metálico del revólver dejado en la mesa resuena en sus oídos, rebotando en alerta en su mente.
—¿Estás bien?
Sus ojos se abren, mirando desesperado al chico frente suyo, mirándolo con el corazón en la mano, asustado como nunca antes estuvo en su vida.
—Tan bien como se puede estarlo antes de pegarse un tiro.
Los ojos del chico hasta llegan a parecer desconcertados, pero hay un entendimiento que casi lo tranquiliza.
—Sabes, no deberías estar aquí si es a la fuerza o algo así. Dejé en claro que no quiero jugar con marionetas de la mafia. ¿Debería hablar con Steven? Quizá se confundieron de jugador.
El rizado chico se queda en silencio y mira atento al otro, que intenta levantarse para buscar una respuesta, la idea de que podría amar algunas cosas de ese chico cruza su mente.
—Estoy aquí porque quiero. —sin embargo su voz tiembla y el ojiazul lo mira atento. —El amor te hace parecer un tonto.
Un disparo suena cerca y todo vuelve a quedar en silencio. El chico rizado mira hacia donde lo escuchó y sólo ve la oscuridad de aquella habitación, mas es totalmente consciente de que alguien murió del otro lado del muro.
—No te ves muy confiado.
Sus miradas vuelven a encontrarse y el rizado suspira.
—Y tu te ves muy confiado. ¿Quién es peor?
La respuesta es sólo una risa y el chico está extendiéndole la mano por encima de la mesa.
—Soy Louis y no es la primera vez que estoy en esto.
Sobrevivir a la ruleta rusa es algo de lo que Harry no está seguro de querer experimentar, pero toma la mano y la estrecha con la suya, sintiendo el calor.
—Harry. Y espero sigas ganando.—Los ojos de Louis lo miran serio, hasta preocupados, pero no dice nada. —¿Muy patético?
—La vida en sí es patética, sólo eso puedo decirte.
Harry suelta un suspiro cargado de pesar y mira el revólver, el estómago revolviéndose y una advertencia de que es demasiado tarde para arrepentirse iluminada como luces de neón en su mente.