3: whispers of are you sure

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Agosto 2020
Monte Carlo, Mónaco

Sabía que a Charles le había ido bien en la carrera de este fin de semana, no sólo porque la vi, sino porque sus mensajes para preguntarme si podía darle clases hoy lunes estaban llenos de emojis de corazón y hace eso cuando está feliz. Por otro lado, me emocionaba verlo de nuevo y espero que le sigan gustando las clases, porque siento que mi pasión por la música ha crecido desde que empecé a hacer esto.

Luego de haber venido cada lunes y martes por tres semanas, el portero me saluda al verle y ahora que sé que vive en el quinto piso, subo las escaleras a toda felicidad. No he vuelto a poner un pie en ese ascensor desde que me tocó hacerlo sola.

Toco la puerta del apartamento dos veces y espero a que Charles me abra tomándome un largo sorbo de mi café y quitándole los audífonos a mi celular para tirarlos en mi bolsa. No sé por qué, pero tuve una noche horrible y para calmarme tuve que meditar un largo rato, pero es ahora cuando me pega el cansancio.

—Buenas días —dice Charles abriendo la puerta lentamente—. ¿Todo bien, Flo?

—Todo bien y felicidades por el podio, Leclerc —murmuro sonriente—. ¿Me vas a saludar bien o...

El castaño sacude la cabeza ligeramente y se acerca a darme dos besos, colocando su mano en mi cintura, haciendo contacto con mi piel desnuda. Por dios, me voy a desmayar.

—¿Practicaste la sonata de Beethoven? —pregunto curiosa y este asiente.

—Me sigue costando mucho el final, pero ya verás. ¿Quieres agua, algo?

—No, no, estoy bien así —contesto rápidamente—. ¿Y tú, cómo estás?

—Muy, muy bien —dice sonriendo de menos a más y mi corazón se derrite—. La verdad, creo que nunca había estado mejor.

Tras eso pequeño momento, nos vamos directo a la sala de estar, donde estaba el hermoso piano como siempre. Charles se sube las mangas de suéter gris y es ahí donde observo fijamente lo lindo que se veía aún usando joggers negros. Sí, es sano decir que tengo un crush en este chico. Bueno, ¿quién no?

—Fleur —me llama y vuelvo a la realidad—. Te fuiste de este mundo.

—Uhm, sí, algo así.

—Te decía que dudo mucho lograr el final, pero lo voy a intentar y estoy grabándolo.

Asiento con la cabeza y lo veo prepararse para tocar Hammerklavier, una de las sonatas más complicadas que Beethoven compuso y mi favorita desde el momento en el que conseguí romperla toda en el final. Es una de las fugas más difíciles de todos los tiempos, pero eso no se lo conté al monegasco.

Cierro los ojos al escuchar las primeras notas y me dejo llevar por la música. Mis dedos se mueven como si estuviera yo tocando el piano y mi expectativa crece cuando el final comienza a acercarse. Escucho la respiración profundo de Charles antes del último movimiento y no sé cómo, pero consigue tocarla de manera increíble, muchísimo mejor que yo la primera vez que lo hice.

—¡No puede ser! —exclama volteándose todo emocionado—. ¡Dios, menos mal lo grabé!

—Estoy sin palabras, Charlie.

—¿Charlie? —pregunta curioso y quiero golpearme a mi misma por ser tan idiota.

—A ver, me cuesta pronunciar Charles a veces, Leclerc, Charlie es corto y lindo.

—Mi padre solía llamarme así —suelta pestañeando varias veces y creo que quiere llorar. Tremendo, Fleur, te la comiste—. Sigue llamándome así, me gusta.

El piloto se da la vuelta de uno y comienza la misma sonata desde la mitad, volviendo a lograr el final de manera impresionante. Me quedo como estatua viéndolo tan orgulloso de si mismo y para cuando caigo en cuenta de que no me he sentado en veinte minutos, mis piernas querían morir.

—¿Me aprendo otra? —cuestiona desde el piano y levanto la mano para negar con mi dedo—. ¿Por qué? Estoy en una racha.

—Mucho de algo no es bueno —murmuro viendo la vista de la ciudad desde el sofá—. ¿Te has dado cuenta de la linda vista que tienes?

Era la parte más linda de Monte Carlo, sin duda alguna. El mar, los botes, las calles iluminadas, todo lo que me hace sentir en casa. Leclerc se sienta a mi tras unos minutos y se coloca de la misma manera que yo para disfrutar del paisaje.

—No sé como, pero a veces ni me siento a ver el atardecer —murmura entre dientes.

Miro de reojo al monegasco un par de veces, pero este estaba tan concentrado en lo que tenía al frente, que nunca se da cuenta. ¿Cómo es posible que me sienta tan cercana a alguien que conozco desde hace un par de semanas?

Ambos perdimos a seres amados, amamos el piano y llegamos a ser introvertidos hasta cierto punto, pero más allá de eso, muy poco nos unía. Sin embargo, nunca me había sentido así por alguien más y no sé si él también se siente de la misma manera, aunque lo dudo, porque tiene novia y parecer quererla.

—Te voy a besar si me sigues mirando.

¿Qué?

Niego con la cabeza varias veces pensando que era cosa de mi imaginación jugándome una mala pasada, pero al notar la sonrisa pícara en el rostro de Charles, sé que lo escuché es correcto.

—Te lo advertí.

Cuando me doy cuenta, los labios de Leclerc estaban sobre los míos y a mi no me daba el pulso para reaccionar, hasta que siento como este se empieza a alejar lentamente tras mi nula respuesta, pero no me iba a permitir a mi misma no disfrutar de este momento. Claro que no.

Paso mis manos por su cuello y como puedo, intento unir nuestros cuerpos, si es que eso era posible. Sus manos se posan en mis caderas y sus dedos hacen círculos en mi piel, como si estuviera trazando un mapa sobre él. Muerdo ligeramente su labio inferior y este suelta un gruñido de lo más hermoso que existe. En un movimiento rápido, logra que me suba a su regazo y sus manos ahora se detienen en mis muslos.

Espera, ¿qué estoy haciendo?

—Charles, esto no está bien —murmuro despegando nuestras bocas—. Tienes novia y no quiero hacerle esto a ella.

—No, no, Fleur, por favor —pide sosteniendo mi cuerpo contra el suyo ligeramente—. No te detengas, por favor.

—¿Estás seguro de esto? —pregunto con un hilo de voz—. Puedes perderlo todo, ¿sabes?

—Nunca había estado tan seguro de algo.

Eso fue suficiente para mí. El vivir de la esperanza siempre ha sido suficiente para mí y aunque escuchabas voces en al aire que me hacían dudar de en lo que me estaba metiendo, ya era muy tarde. Me había vuelto adicta al sabor de sus labios en dos segundos y ahora no había vuelta atrás, aunque nada de esto me pertenecía.

illicit affairs | charles leclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora