Capítulo 1

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En un taxi, Lucila regresaba de la boda de su mejor amiga en dirección al hotel donde se alojaba desde que se había visto obligada a abandonar el departamento que alquilaba. La relación con sus padres era lo bastante complicada como para evitar recurrir a ellos, por lo que, en su lugar, optó por pedirle ayuda al papá de ella. Gracias a la oportunidad que este le brindó de trabajar para él por un tiempo, consiguió salir adelante. Sin embargo, no podía seguir haciéndolo. Daniela se iría lejos y ya nada sería igual.

Su amiga iba a establecerse en Misiones al regreso de su luna de miel, provincia en la cual tanto Pablo, su marido, como Lucas, el compañero de él, trabajaban como agentes de la Policía Federal en la delegación ubicada en la Triple Frontera. Eso, sumado a su reciente ruptura con Gabriel, el ex guardaespaldas de Daniela, la llevó a aceptar la oferta de sus primos para trabajar con ellos en la costa. Lo mejor que podía hacer era dejar de lamentarse y prepararse para su inminente partida. Necesitaba alejarse de todo y encontrarse consigo misma otra vez.

Pese a su firme convicción, a los pocos kilómetros, le pidió al chofer que diera la vuelta y la llevase al hotel donde sabía que Lucas estaba alojado. Había decidido no volver a involucrarse con alguien comprometido y, hasta donde sabía, él no solo tenía novia, sino que iba a casarse con ella. No obstante, desde que la besó hacía tan solo un par de horas, no había podido quitárselo de la mente. Algo en ese hombre, alegre, divertido y ardiente como el infierno, la atraía con fuerza, y aunque estuvo con otros en su vida, ninguno de ellos jamás la había afectado de ese modo.

Esa noche, en medio del primer baile de Daniela y Pablo, la siguió hacia el lugar donde intentaba ocultarse cuando la angustia la invadió. A pesar de que la alegraba la felicidad de su mejor amiga, no podía evitar sentirse miserable consigo misma. El contraste entre el rumbo que habían tomado las vidas de ambas era alarmante. Mientras que una había encontrado lo que siempre soñó, la otra había perdido por completo la brújula. Decidida a no arruinar ese día tan especial para ella, se alejó del bullicio en busca de un momento de privacidad.

Segura de que nadie podía verla, se escabulló hasta la arboleda ubicada justo a la orilla del río en una zona apartada y dejó salir las lágrimas que venía reteniendo durante horas. Entonces, en medio de sus sollozos, oyó su profunda y grave voz cargada de preocupación. Al parecer, su huida no había pasado tan desapercibida como pensaba. O, al menos, no para él. Y aunque en ese momento deseaba estar sola, le permitió consolarla. Algo en su persona la serenaba, la hacía sentir segura.

—Tranquila, bonita. No hace falta que digas nada —le había dicho él mientras la rodeaba con sus brazos y la acercaba más a su cuerpo—. Solo dejalo salir.

Y así lo hizo. Nada más sentir su calor envolviéndola, rompió en llanto, consciente de que se sentiría avergonzada después, pero ya sin energía para mantenerse en una pieza. La forma en la que le ofreció consuelo sin exigir ningún tipo de explicación a cambio la desarmó al instante. Ese hombre con quien apenas había intercambiado una conversación meses atrás cuando visitó a Daniela mientras ella y su marido se refugiaban en su casa, volvía a confortarla brindándole la fuerza que tanto necesitaba.

Al igual que aquella vez, se abrió a él. Le expuso su vulnerabilidad y le contó lo mal que se sentía por cometer el mismo error una y otra vez. Algo muy malo debía de pasar con ella para que siempre terminase involucrándose con personas no disponibles emocionalmente que no solo no la valoraban, sino que la hacían cuestionarse su propio valor. Tal vez, no era lo suficientemente buena para que alguien la quisiera de verdad.

—No, no. Voy a tener que interrumpirte justo ahí. —Se había apresurado a decirle—. Puede que no te conozca demasiado, pero eso no me impide ver lo valiente y fuerte que sos. ¿O acaso te olvidaste de cómo me enfrentaste el día que nos conocimos mientras te apuntaba con mi arma? No tenías ni idea de quién era yo y aunque estabas asustada, me plantaste cara. Eso no lo hace cualquiera. Creeme, no hay nada malo en vos y, si un hombre no es capaz de ver la maravillosa mujer que tiene enfrente, entonces es él quien no es lo bastante bueno.

Apuesta de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora