Capítulo 30

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A pesar de sus nervios, logró mantenerse en una pieza mientras Lucas hacía las presentaciones pertinentes. En ningún momento se apartó de su lado y, con un brazo encima de sus hombros, la mantuvo pegada a su cuerpo en un claro gesto protector.

Como Ana ya la conocía, fue la primera en acercarse y besarla con soltura y eso, de alguna manera, le transmitió la confianza que necesitaba. A continuación, lo hicieron sus padres, ambos con una tranquilidad que logró, al instante, serenarla. A pesar de saber que eran mayores que sus padres, parecían más jóvenes, sin duda, a causa de las expresiones alegres que podía ver en sus rostros. Al parecer, no eran esos monstruos que había imaginado en su mente. De hecho, eran todo lo contrario.

La sonrisa de Claudia al verla había sido inmediata y demás estaba decir que, por completo, cautivadora. Ahora entendía de quien la habían heredado sus hijos. Sus gestos eran extremadamente femeninos y sus ojos, del color de la miel, brillaron con intensidad al posarse en los de ella. Luis, por su parte, era todo un caballero y, al igual que Lucas, parecía sonreír con los ojos transmitiendo una calidez imposible de ignorar.

—Bienvenida a la familia —le dijo la mujer antes de dar un paso hacia ella y envolverla en un fuerte abrazo.

Se encontró a sí misma reprimiendo las repentinas lágrimas que, en ese momento, amenazaron con brotar de sus ojos. Si bien había supuesto que, por respeto a Lucas, serían amables con ella, jamás se imaginó que la tratarían con absoluta alegría y sincera aceptación. Aliviada, correspondió su abrazo y suspiró.

—Muchas gracias. Es un placer conocerlos.

—El placer es nuestro, querida —afirmó Claudia separándose lo suficiente como para poder mirarla a los ojos—. La felicidad de nuestros hijos es lo más importante para nosotros y la verdad es que nunca vimos tan feliz a Lucas.

Ella asintió, incapaz de emitir palabra. Si lo hacía, corría el riesgo de que su voz temblase y comenzara a sollozar.

—Encantado de conocerte por fin —agregó Luis apoyando una mano en su hombro—. Por un momento pensábamos que lo haríamos el día de la boda —bromeó.

—Lo siento, es que...

Ana debió advertir la vergüenza que sentía ya que, de inmediato, avanzó hacia ellos.

—Bueno, dejen ya de acaparar a la pobre chica —regañó con diversión—. ¿Por qué no van y se sientan a la mesa mientras yo ayudo a Lucila en la cocina?

—Sí, tenés razón. Creo que nos dejamos llevar por la emoción —reconoció su madre emitiendo una risita suave.

—Cierto —concordó su padre riendo también—. Vamos, cariño, ya escuchaste a Ana. No sea cosa que asustemos a la pobre chica.

Lucila advirtió que en verdad se preocupaban por ella y no pudo evitar sentirse conmovida. Aún sorprendida, buscó a Lucas con la mirada. Él la estaba observando y cuando sus ojos se encontraron, le dedicó esa sonrisa que tanto le gustaba. A continuación, se giró para acompañar a sus padres al comedor.

—Espero que te haya gustado mi regalo —dijo su cuñada en cuanto estuvieron solas.

—Eh... sí... muchas gracias.

La joven se carcajeó al ver que se ruborizaba en el acto.

—Perdón, puede que me haya extralimitado un poco —admitió con un arrepentimiento que no logró engañarla—. Pero fue más fuerte que yo. Además, supuse que no te gustaría tener nada de esa arpía en tu casa.

Y con ese comentario, Lucila lo supo. Ana y ella serían grandes amigas.

—Supusiste bien —convino con una sonrisa.

Apuesta de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora