Capítulo 28

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Menos de una hora después, estaban de regreso en el hotel. No obstante, Lucila no tenía ninguna obligación, ya que, luego de lo sucedido, sus primos se habían encargado de conseguir a alguien para que la reemplazara y, de ese modo, brindarle el tiempo que necesitaba para recuperarse sin tener que pensar en el trabajo. Y estaban contentos la verdad; la chica que habían contratado era muy eficiente y responsable.

En cuanto a la gerencia, Bruno no dejó que llamasen a nadie de afuera. Estaba seguro de que sus hermanos eran perfectamente capaces de cubrirlo durante unos días hasta que pudiese retomar sus actividades. Entonces, se haría cargo también del restaurante mientras Patricia se ocupaba de su pequeña hija. Aun así, sabía que no sería por mucho tiempo. Su esposa amaba su trabajo y, aunque en ese momento solo tenía ojos para su bebé, no tardaría en querer retomar sus tareas.

Luego de una muy necesaria ducha y arreglarse para la cena de esa noche, Lucila llevó a Lucas al área que su primo había reservado para la familia en el restaurante.

Se sentía un poco nerviosa. Esa noche le presentaría a su tía, la mujer que había sido casi una madre para ella y a quien adoraba con toda su alma. Cristina, a diferencia de Noemí, su mamá, era una persona relajada y fácil de llevar. Nunca había dejado que la traición de su ex marido y su posterior abandono condicionaran su vida y, con una valentía admirable, había cumplido con ambos roles parentales criando a sus hijos en un hogar amoroso y cálido.

Siempre había sido espontánea y emprendedora, con una energía inagotable, y eso había sido fundamental cuando, sola y con tres hijos, había tenido que improvisar para salir adelante. Amante de la bijouterie, consiguió trabajo en una joyería y, en poco tiempo, comenzó con sus propios diseños. Años después, creó su propia empresa. Su éxito, sin duda, fue el que inspiró a Bruno a seguir la carrera que le permitiría luego ser el dueño, junto a sus hermanos, de uno de los hoteles más codiciados de Villa Gesell.

Se detuvo en cuanto divisó a su primo mayor de pie junto a la silla donde se encontraba sentada Patricia. Sonrió al verlo mecer a su hija a la vez que le palmeaba con suavidad la espalda.

—Es adorable —susurró, embelesada.

—Lo es —concordó Lucas, a su lado.

No obstante, sus ojos no estaban en la joven pareja, sino en el bello rostro de la mujer que amaba.

Lucila amplió su sonrisa al darse cuenta y volteó hacia él.

—Te quiero. Te lo dije, ¿no?

La sujetó de la cintura y, con delicadeza, la acercó más a él.

—Sí, pero podés repetirlo las veces que quieras. Nunca me voy a cansar de oírlo.

Y sin más, la besó con suavidad, despacio, deleitándose con su dulce sabor y la calidez que solo ella era capaz de transmitirle.

—También te quiero, bonita —susurró contra sus labios.

Suspiró. Ella tampoco se cansaría de escucharlo.

De pronto, la voz de Daniela los alcanzó acaparando, en el acto, la atención de ambos. Recién llegaba junto a Pablo y, por la expresión en sus rostros, supo que seguían discutiendo. Horas antes, luego de que la emoción por la noticia de su embarazo pasara, se había molestado con ella por su imprudencia al subirse a un cuatriciclo en su condición. Sonrió al verlos. La personalidad impulsiva de su amiga volvía loco a su marido quien estaba acostumbrado a tener todo bajo control.

—Pero, amor, si te lo hubiese dicho antes, no me habrías dejado ni siquiera acercarme al cuatriciclo.

—¡Y no! ¿Qué esperabas? Lo que hiciste fue peligroso, Daniela. Podrían habernos chocado, incluso yo podría haber embestido a alguien. ¿Y si te caías?

Apuesta de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora