Uno

4.8K 270 46
                                    

Iba recostado en el asiento del copiloto. La cabeza apoyada sobre ambos brazos cruzados en su nuca, encima del respaldo y los pies reposando sobre el tablero. Tenía los ojos cerrados y, aunque escuchaba perfectamente el alboroto que se suscitaba en derredor, decidió hacer caso omiso. Al menos hasta que un golpe en su rodilla le obligó a abrir los ojos.

-Casi llegamos.

La sonrisa burlona en los labios del conductor lo instó a soltar un resoplido. 

Deseó decirle a Hidan que "casi" no era el equivalente a "ya", pero lo cierto era que tampoco quería desperdiciar energía para cuando llegaran al orfanato. 

-¿De verdad tu abuela hacía esto todos los años, uhn? 

La pregunta vino de la parte trasera de la camioneta. Y a él no le quedó más remedio que incorporarse y darse por vencido en su afán por tomar un descanso en el trayecto. 

-Todos los años, sin falta- contestó, impertérrito. No le agradaba la idea de abordar el tema en ese momento, ya que no deseaba recordar la muerte del único familiar que había cuidado de él. 

-¿Labores altruistas?

Ante la pregunta de Kakuzu, no pudo menos que terminar de espabilar.

-Ya les dije que no hay ganancias en esto- se removió en el asiento y miró atento hacia el paisaje que se iba perdiendo a su costado. 

Akasuna no Sasori estaba acostumbrado a hacer ese tipo de presentaciones porque era un legado de su abuela. Al menos dos veces al año llevaba a cabo un número con sus marionetas, ya fuera en hospitales, o simples espectáculos ambulantes. Lo que fuera con tal de alegrar un poco la vida de los niños sin padres, sin hogar, y sin posibilidad de costearse un boleto para ver un show con marionetas.

Su verdadero trabajo no distaba mucho de ello. Con la salvedad de que solía hacer sus presentaciones con mucho más público y bajo los reflectores de algún costoso teatro. Asimismo Sasori había heredado la fábrica de su abuela Chiyo. Se trataba de una modesta infraestructura destinada a la elaboración de marionetas artesanales. A Sasori le gustaba gastar gran parte del tiempo diseñandolas y fabricandolas. Sin embargo, nada le hacía sentir mejor que usar aquellas obras, exhibirlas al público, aunque este fuera infantil. Quería que el mundo reconociera su esfuerzo. El arte que prevalecía desde hacía décadas. 

-¿Media hora?- preguntó Deidara cuando el rumor del vehículo hubo cesado del todo. 

Hidan había aparcado en el estacionamiento delantero del orfanato. 

-Una hora- corrigió el joven de cabello rojo antes de disponerse a bajar uno de los pesados maletines de la parte trasera de la camioneta. 

Era la primera vez que se presentaba en ese orfanato, y seguramente sería la única, ya que, Sasori no solía repetir sus presentaciones, no las gratuitas. 

Exhaló pesadamente al reparar en el rostro cansino de sus compañeros. El viaje siempre resultaba la parte más tediosa pero, para bien o para mal, ya estaban allí.

**

Terminando de instalar la improvisada plataforma en el patio, Sasori advirtió que los niños comenzaban a llegar en grupos, cada cual acompañado de su respectiva supervisora. 

Cinco grupos fueron dispuestos frente a la plataforma. Una vez descorrido el telón, dio inicio el espectáculo. 

Las marionetas cobraron vida propia, desplazándose de un extremo al otro de las cortinas, charlando, gastando bromas ocasionalmente e instando a los niños a participar en el show. 

A mitad de la parafernalia, y siendo secundado por su compañero, Sasori prestó atención al público. Segunda fila, tercer lugar a la derecha. Allí había un niño de rebeldes cabellos dorados y resplandecientes ojos azules. Sin embargo no era su físico aquello que sobresalía del resto de los espectadores infantiles, sino su encantadora y divertida sonrisa. Fuera probablemente quién más aplaudía entre las cortas secuencias del espectáculo. 

Sonreía, saltaba y aplaudía, no obstante, no vitoreaba, no gritaba ni apremiaba a los títeres con frases elocuentes como hacían los otros niños. 

Sasori creyó que podría remediarlo, usando uno de sus títeres para animarlo a subir a la plataforma. Pero el niño se rehusó a acudir y, huidizo, se desplazó hasta el fondo del patio. 

A su lado, Deidara rió por el pequeño estropicio. Y no fue, hasta acabado el espectáculo, cuando Sasori preguntó por el nombre de aquel infante, que comprendió tardíamente su error. Fue uno de los niños quién se encargó de aclarar la situación, poniendo de manifiesto que aquel chico se llamaba Naruto y que, además, era mudo.

Perfectamente Imperfecto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora