Capítulo 18

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Capítulo 18

Desde el principio había pensado que esta misión se desmadraría. La situación entre los cuatro, antes de que la cuestión del giratiempos se presentara, y pasados cinco años desde la creación del grupo, era apenas sostenida por el objetivo a seguir. En eso, la Elite del Fénix estaba claro: desterrar del mundo mágico toda sombra de magos tenebrosos que vinieran a amenazar la paz lograda hace años, luego arduas y dolorosas luchas, y pérdidas. En el lapso transcurrido hasta el día de hoy, hubo reproches, miradas, odios velados, dolores exteriorizados, insultos, e incluso uno que otro golpe que alivianaba la tensión, pero nunca, nunca, perdían el eje. Siempre los unía el afán en tratar de mantener la paz y tranquilidad del mundo mágico. Ginny, Ron y ella misma, desde que volviera de Bulgaria, habían trabajado codo a codo por ello. A pesar de que ella sufría horrores cada vez que cruzaba la puerta del cuartel y lo veía, sentado, desgarbado, agotado, y sufriendo los excesos de una noche de juerga, y bacanal, y levantara esa mirada azul que toda su adolescencia había anhelado. Pero ya no eran los ojos azules puros, sonrientes, joviales. Sus ojos estaban gastados, rojos, tristes. Incluso con la llegada del nubarrón de emociones negativas que significaba Harry, la Elite estaba firme, aunque las peleas aumentaran, las palabras hirientes estaban a la orden del día, los vacíos, la mirada acuosa de Ginny ante cada insulto, o palabra cargada de odio de parte del gran amor de su vida; la mirada de rabia y más que nada celos de Harry, al ver a su adorada pelirroja, indolente, contar las osadas correrías sexuales que vivía. Y aunque Hermione supiera que eran puras mentiras, Ginny era tan convincente en su relato, sabía dar y recibir, y lo que le daba a Harry, lo hería en lo más profundo, porque él no era protagonista, ni siquiera un pequeño partícipe de la vida de la pelirroja. Y qué decir de los infortunios de la gran Hermione Granger, seguía aún boyando en el mar de las decepciones que había sido hasta ese momento su vida; soportando que le dijeran frígida, fría, heladera con freezer, por la manera tan calculadora y lógica de entender y enfrentar las cosas. Si, aunque arrastraban miles de problemas, locuras, desgracias, así la gloriosa e invencible Elite del Fénix, seguía traqueteando por un camino empedrado, y no les había ido mal.

Pero todo ahora se había ido por el excusado. La misión era un completo desastre, porque simplemente nadie estaba llevándola a cabo. Harry había decidido cambiar el futuro, y ella sabía, porque había leído varios libros al respecto, que la magia, tarde o temprano se las cobrada... y con creces. Suspiró. Todo lo que haces, sufre una consecuencia, que puede ser positiva o negativa, teniendo en cuentas los actos que pueden ser acertados o errados. Y vaya si ella lo sabía. ¿Cuánto hacía ya? Ocho años... ocho años de que cometió el estúpido error; ese traspié que la marcaría por mucho tiempo. Ese error que, de a poco, le fue quitando la vida, transformando a la lógica y determinada Hermione en un manojo de inseguridades, que provocaron que su cautela a la hora de tomar decisiones, tanto en el trabajo como en el amor crecieran exponencialmente, y con ello, su anulación completa como mujer... suspiró. Hasta que Ron, y sus palabras, tomara cartas en el asunto, y ella reflotara sus inseguridades y temores, haciendo que lo poco que hubiera recuperado, se fuera a la mierda. Lo pasado con Ron en la biblioteca, la estaba matando en vida. Escuchar sus palabras, su mirada de decepción, escuchar con dolor sus pasos cuando se iba, y lo peor, la indiferencia. Ya ni siquiera la miraba. Sus ojos se aguaron un instante. Lo peor de todo era que, en el curso de los nuevos acontecimientos, iba a tener que hablar con Ron en un futuro no muy lejano. Trató de serenar su respiración, una, dos veces.... No eran suficientes. Hablar con Ron, sería fácil, lo difícil sería el después. Ron no aceptaba, ni aceptaría nunca, su forma de ser. Qué diablos, ella misma no soportaba su forma de ser, pero no podía hacer nada por cambiar. Lo vivido con Viktor aun reverberaba en su memoria, y no la dejaba continuar...

Cuando ella había optado por seguirlo a Bulgaria, no lo había pensado detenidamente. Si lo hubiera hecho, quizás, habría desestimado la oferta, pero la herida que causara la actitud de Ron estaba latente, y supuso que cambiar de lugar, y alejarse de todo lo que conocía y dolía, iba a ser bueno. Viktor, desde el momento en que lo conociera en el Torneo de los Tres Magos, siempre había sido amable con ella y también demasiado comprensivo, cosa que tendría que haberla alertado en algún punto, porque nadie es extremadamente comprensivo, bajo ningún aspecto. Pero, al menos las primeras semanas de convivencia en Bulgaria, fue el caballero que la deslumbró en Hogwarts, mostrándoles los centros culturales, espacios recreativos, y bibliotecas, es decir todas aquellas cosas que la atraían y que a cada instante que veía, la convencían de que había tomado la mejor decisión. Ron dolía cada vez menos, y Viktor, bueno, Viktor era tranquilo, un buen oyente, poco conversador. No tenía la mirada turbulenta de Ron, esos ojos azules que de solo mirarlos adivinabas, lo que el dueño de esos ojos podría prometerte en una noche, entre las sábanas; y su cuerpo atlético, sin exagerar, alto... amaba cuando Ron se acercaba a su escritorio a observar algún dato encontrado por ella, y al levantar la vista, observar esa pequeña cicatriz que tenía en el mentón; aquella que se hiciera al jugar el ajedrez mágico, en su primer año, la primera aventura que vivieran juntos, en Hogwarts. En ese momento hubiera matado, sólo por poder lamerle la cicatriz, mientras él le hacía el amor, y la convertía en mujer. Si, porque ella, la exitosa e inteligente estudiante de Hogwarts, la chica cargada de lógica, y que no se movía por los instintos, hubiera dado su vida por el sólo hecho de sentir los brazos de Ron Weasley  rodear su cuerpo, sentir la manera en que se erizaba su piel, cuando los dedos de uno de sus mejores amigos la acariciaran, al menos una vez en la vida. Si, Hermione Granger tenía fantasías, y aun lloraba el nunca poder concretarlas. Tenía veinte años, y una maleta cargada de ilusiones. Quería ser feliz, y Viktor Krum, el buscador estrella, el niño mimado de Bulgaria le ofrecía, la olla de oro al final del arcoíris. Con Harry, fuera del país, Ginny fuera de su mente, Y Ron... Ron prácticamente vivía dentro de sus putas, ella había quedado sola; Viktor sólo había tenido que tenderle la mano y ella la había tomado, como Rose, aferrada a la tabla, después que se hundiera el Titanic.

Lo que no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora