Capítulo 14. El entrenamiento.

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— ¡Vamos, Priscilla! —exclamó Isobel McKinnon dando una palmada— ¡Tú puedes hacerlo mejor!

     Priscilla apretó los dientes con furia y afianzó el agarre alrededor de su varita, elevada en el aire. La fuerte brisa de la colina le alborotaba la túnica y arrancaba mechones de su trenza de cabello, además de que se le hacía casi imposible escuchar qué maleficios estaba pronunciando Alice, varios metros frente a ella, cuando movía los labios. Tenía el corazón acelerado y su mente iba a una velocidad impresionante, recordando y descartando cada hechizo aprendido durante todos sus años de estudio.

     Un chorro de luz escapó de la varita de su contrincante y Priscilla lo repelió con fuerza, pero saltó un lado para evitar ser derrumbada por su encantamiento escudo. Apoyó la rodilla en el piso y sin apenas mover la boca devolvió a Alice un ataque más fuerte y rápido de lo que su amiga pudo preveer. Priscilla corrió hacia ella mientras Alice escapaba del montón de tierra a punto de explotar.

— ¡Ascendio! —conjuró la de cabello castaño, y fue lanzada varios metros más allá del alcance de Priscilla. Grave error, porque el golpe al caer al piso le sacó todo el aire. Priscilla pidió a sus piernas un poco más de resistencia y continuó avanzando hasta la chica que apenas se recuperaba.

— ¡Atabraquium!

     De la varita de Priscilla salieron unas cuerdas marrones que, sin tregua ni medio tiempo, se envolvieron alrededor de las muñecas de Alice con tan fuerza que se le escapó la varita entre los dedos. Priscilla se llevó una mano al pecho, aún acelerado, y tomó una bocanada de aire fresco.

—Un final inesperado —comentó Madame Isobel acercándose a sus dos alumnas. Llevaba las manos cogidas tras la espalda y una elegante túnica púrpura—. Pero todavía tenéis demasiado miedo de lastimar a la otra. Mientras eso sea así, no podréis explotar al máximo vuestro potencial.

— ¿Quiere que nos hagamos daño? —refunfuñó Alice, que con los dientes intentaba deshacer las cuerdas que le cogían las manos y los pies. Priscilla se agachó de inmediato a su lado para ayudarla.

—Quiero que seáis despiadadas, niña, como serían los magos tenebrosos con vosotras si algún día os enfrentáis a ellos. Que sepáis que nunca estaréis frente a un contrincante que juegue limpio —Isobel puso los ojos en blanco—. Que no os preocupen las heridas. Aquí tenemos lo mejor para cuidaros.

     Las chicas compartieron una mirada exasperada a la que Isobel no prestó demasiada atención. Era mejor ella, sin embargo, que su madre. Calíope McKinnon, la bisabuela de Marlene, era simplemente aterradora. Evaluaba los progresos de las chicas al final de la semana, y al menos hasta ahora, solo se encargaba de decir lo mucho que apestaban todas. Sobre todo su nieta, quién, según ella, debería ser mucho más prodigiosa que el resto solo por ser una McKinnon.

     Después de revisar su reloj de bolsillo, Isobel consintió que regresaran al campamento. Anduvieron andando un par de minutos hasta llegar a un pequeño poblado protegido por varias colinas. No debían sobrepasar las cincuenta personas, y estaban organizados en una serie de tiendas alrededor de una fogata que se encendía en las noches y en las que se reunían todos en la mañana para leer la primera edición de El Profeta y compartir cualquier noticia que hubiesen recibido por fuentes extraoficiales.

     Priscilla y Alice se dirigieron al comedero, una de las tiendas más grandes. Se organizaban mesas largas y bancos como de campamento muggle y todos recibían el mismo menú en bandejas. Esa semana Priscilla se encargaba, junto a otros, de limpiar los trastos de la cena, así que podía comer el almuerzo con tranquilidad. A los que ya eran mayores de edad se les asignaba la limpieza de los baños para que no requiriese tanto esfuerzo, ya que podían usar la varita.

Friends [SIRIUS BLACK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora