Madara.

7.8K 235 111
                                    

El confesionario.

-Perdóneme Padre, porque he pecado -dijiste bajando la cabeza.

-Dime qué has hecho, hija mía, confiesa tu pecado y yo te daré el perdón.

*****

Tú eras una chica relativamente tranquila, siempre habías tenido que ser una chica recatada y discreta, tu familia era muy tradicionalista y tu madre decía que tus amistades eran malas y que te influenciaban demasiado.

A ti siempre te habían dado ganas de vivir tu vida sin importar el qué dirán y , en ocasiones lo hacías, pero una parte de ti siempre te detenía antes de lanzar todo por la borda.

Y por esa razón ibas rumbo a la iglesia, te habías fugado de clases con tus amigos (de nuevo), habían bebido bastante alcohol y las cosas habían subido mucho de tono. Además le habías mentido a tu madre diciendo que pasaste toda la tarde haciendo un proyecto escolar y ella te había creído. Habías conseguido dormir unas cuantas horas, tenías resaca y recordabas vagamente haberte besado con una de tus amigas y otras cuantas cosas
¿Qué diría tu madre?

Ajá, entonces por eso ibas rumbo a la iglesia, siempre que te sentías culpable por tu vida "pecaminosa" aplicabas la vieja y confiable: confesarte. En iglesias diferentes para que nadie supiera lo mucho que lo hacías. Con Padres distintos y sin dar muchos detalles.

Entraste al gran edificio, fascinada como siempre por las figuras de yeso y el aura casi místico del lugar. Desde pequeña siempre te habían enseñado que la iglesia era un lugar sagrado.

Te sentaste con un gran suspiro en la silla del confesionario sin sospechar que ese día todo sería muy diferente.

*****

Madara era un hombre que había amado la guerra en su juventud, siempre listo para acabar con el enemigo.

Cuando la guerra terminó se hizo un recuento de toda la gente que murió y a él lo condecoraron con una medalla "al valor", y a partir de ahí todo se vino abajo.
Más de cinco años en guerra, diario, sin descanso, se había hecho su rutina, su vida. Ahora que no había nadie con quien pelear sus emociones comenzaron a salir, la culpa llegó primero como un golpe en la noche, luego el remordimiento y los gritos incesantes de todos a quienes mató en nombre de su país.

El peso de esa medalla en su cuello era tanto que tuvo que buscar una manera de aliviar su culpa. Se unió a la iglesia y, sin saber exactamente cómo, terminó siendo un Padre, uno bastante atractivo que siempre llenaba las bancas de la iglesia durante su sermón. Tantas mujeres necesitadas y él con tan pocas ocupaciones. El aliviaría el dolor de todas y cada una de ellas, limpiarla sus pecados y les daría una santa follada tantas veces como fuera necesario.

Y justo había llegado una chica, joven e inexperta, necesitada de alivio.

*****

La puerta del otro lado del confesionario se abrió, luego alguien entró y volvió a cerrarse. La pequeña ventana de madera se abrió, dejando solo la rejilla para que no pudieran verse los rostros entre ustedes.

-¿Qué te trae hoy aquí, hija mía?

-Vengo a confesarme Padre.

-¿Confesar? ¿Qué cosa has hecho que te hace sentir tan culpable?

-Perdóneme Padre, porque he pecado -dijiste bajando la cabeza, por alguna razón su voz, que era grave pero tranquila, te provocaba escalofríos

-Dime qué has hecho, hija mía, confiesa tu pecado y yo te daré el perdón.

Y comenzaste a hablar de las mentiras a tu madre para irte de vaga con tus amigos, de como terminaron todos ebrios y un poco (solo un poco) drogados, de cómo habías besado a tu mejor amiga... Y él no te interrumpió sino hasta esta parte, dónde también aprovecho para sacar su miembro semi duro.

UchihasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora