Itachi.

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Cuervos.

En el punto más apacible del cerro, un auto estaba estacionado con dos mujeres fumando dentro.

(Tn), la mujer de cabello café habló primero:

-Itachi era encantador. Le gustaban las carreras, el vino tinto y mis piernas. Decía que yo era auténtica, que no estaría conmigo si no lo fuera. Le gustaba bañarse conmigo, ni siquiera me lo pedía, simplemente me sorprendía en la ducha. Esos gestos espontáneos me encantaban de él. Me decía alguna frase sacada de una revista y se sonrojaba cuando lo ponía en evidencia. A veces llegaba con rastros de perfume de cereza, porque a una de sus tías le encantaba abrazarlo. Al menos eso decía él. Me llamaba por teléfono en la madrugada, pues siempre supo que me gustaba dormir tarde. Entonces me contaba lo que iba a hacerme cuando me tuviera enfrente, y sabía sacarme una sonrisa traviesa con alguna locura que se le ocurría. Tenía un don para entrar al corazón de las mujeres, una vez me dijo que lo heredó de su abuelo. Cuando se sorprendía, sus cejas se arqueaban mucho. Eso me fascinaba.

La mujer de cabellos rosados habló después:

Definitivamente encantador. Me llevaba a mi restaurante favorito, y se ponía nervioso si se topaba con alguien que lo conociera. Decía que mis ojos eran ventanas a un universo distinto, ahora sé que lo sacó de una revista. Lo enloquecían los vestidos de encaje y mi perfume de cereza. Besaba mis oídos mientras me tocaba las piernas, así me convencía de ir a la cama. A veces, después de hacer el amor, yo despertaba de madrugada y lo sorprendía hablando por teléfono. Era un hombre con mucho trabajo, así que nunca lo cuestioné. Sí, Itachi estaba lleno de secretos.

Ambas mujeres estallaron en risas, y terminaron su cigarro casi al mismo tiempo. Después fueron a la parte trasera del auto y abrieron la cajuela.

Ahí estaba el cuerpo de Itachi, muerto igual que la yerba del cerro.

Estaba envuelto en sábanas y sacarlo no les costó trabajo. Lo arrastraron hasta la orilla de un barranco sin interrumpir en ningún momento la divertida conversación.

Intercambiaron un par de anécdotas más, y luego arrojaron a Itachi por el monstruoso precipicio, donde las piedras lo recibieron con hostilidad.

Durante los próximos días, los cuervos no pasarían hambre.

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