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Narradora

Caspian recordó al instante lo que iban a hacer. Se levantó y se vistió.

Aunque era una noche de verano, sintió frío y con gusto dejó que el doctor lo envolviera en una capa parecida a la suya y le colocara un par de tibios y suaves botines en los pies.

Bien tapados para que no los reconocieran por los corredores oscuros y calzando sus botines para no hacer ruido, el maestro y su pupilo abandonaron la habitación.

Caspian siguió al doctor Cornelius a través de numerosos pasadizos; subieron unas escaleras y, por último, cruzaron la estrecha puerta de una torrecilla que daba a la techumbre de plomo.

Las almenas a un lado, al otro la inclinada azotea; abajo, los sombríos jardines del castillo, iluminados por un débil resplandor; arriba, las estrellas y la luna.

Al llegar ante otra puerta que conducía a la gran torre central del castillo, el doctor Cornelius la abrió con su llave y subieron por la oscura escalera de
caracol.

Caspian se sentía cada vez más entusiasmado; jamás le había sido permitido subir esa escalera, era larga y empinada, pero cuando salieron al techo de la torre y recuperaron el
aliento, Caspian pensó que el esfuerzo bien valía la pena.

A lo lejos, a su derecha, podía ver con bastante nitidez las montañas occidentales. A su izquierda, el destello
del Gran Río. Reinaba un profundo silencio que permitía escuchar hasta el sonido de la cascada en el Dique de los Castores, a poco más de una milla de distancia. Reconocieron fácilmente las dos estrellas que habían venido a observar. Titilaban muy bajo en el cielo austral, fulgurantes como dos lunas y muy juntas una de la otra.

— ¿Irán a chocar?

Preguntó, con un tono de reverente temor.

— No, querido Príncipe

Respondió el doctor en un murmullo, al igual que el menor.

— Los grandes planetas del cielo conocen perfectamente los pasos de su danza, míralos atentamente, su encuentro es venturoso y augura un buen futuro para el triste reino de Narnia, Tarva, el Señor de la Victoria, saluda a Alambil, la Dama de la Paz, están alcanzando ahora el punto máximo de su conjunción.

— Qué lástima que ese árbol de allí tape la vista.

Lamentó Caspian.

— Habríamos visto mejor desde la Torre Oeste, aunque no es tan alta como ésta.

El doctor Cornelius guardó silencio y permaneció muy quieto, con sus ojos fijos en Tarva y Alambil. Luego, con un profundo suspiro, se volvió hacia Caspian.

— Escucha, has presenciado lo que ningún hombre vivo ha visto ni verá jamás, y tienes razón, se habría observado mejor desde la otra torre, pero te traje aquí por un motivo especial.

Caspian levantó sus ojos hacia él, pero no pudo ver su cara, enteramente cubierta por el capuchón.

— La virtud de esta torre.

Señaló el doctor Cornelius.

— Es que hay seis salas vacías bajo nosotros y una larga escalera, y que la puerta del fondo está cerrada con
llave, nadie puede escucharnos.

El Hijo Menor De Adán || Casmund [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora