¿Estás bien?

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La calma de Frank me hizo sentir alterado, porque como si nada hubiese ocurrido se sentó con su espalda reclinada en el asiento, y continuó conversando con el policía que iba en el asiento de copiloto como si fueran viejos amigos, no parecía tener preocupación alguna sobre lo que sucedió, incluso cuando le habían disparado con una pistola taser produciendo una fuerte caída que azotó su cuerpo contra el pavimento.

Su actitud me pareció una mierda, una estupidez que no sabía si lo hacía para mantener la calma y actuar relajado como si tuviese el control de la situación o simplemente él era así. No lo comprendí, y después de todo... poco lo conocía, tal vez nada.

Me observó como si examinara mi rostro, y abrió su boca — ¿Estás bien? — terminó su pregunta con una sonrisa dibujada en sus labios.

No entendí como tenía el descaro de preguntarme eso, estábamos detenidos, con nuestras muñecas esposadas en la parte trasera de un auto policial que nos llevaría directo a la estación donde nos detendrían por quizá cuanto tiempo, tendríamos que pagar una fianza en el mejor de los casos, y mis antecedentes quedarían marcados por vida, eso era motivo suficiente para irritarme más de lo que ya estaba.

— ¿En serio preguntas eso? — mi tono áspero reflejó cuanto me enfadó su consulta.

— Sí, eso estoy haciendo, ¿Estás bien? — repitió y arqueó sus cejas buscando mi mirada que evitó la suya.

Omití la respuesta, tensé mi mandíbula y sacudí mi cabeza casi rodando mis ojos, porque no, nada estaba bien, él no entendía que yo tenía responsabilidades, una vida, valores...un cargo que, para mí era bastante importante en el Museo Metropolitano de Arte, yo no era ninguna clase de anarquista que por la vida andaba rayando paredes, ni escapando de la policía, mucho menos me oponía a la ley. Yo la aceptaba, me adecuaba y obedecía.

En pocas palabras, siempre fui esa oveja siguiendo el rebaño, en cualquier situación posible.

Resoplé una última vez y no lo miré, simplemente lamenté mi blando carácter al no poder decir no, al no saber decir "no" y a la maldita persuasión que me embaucó.

Siempre tuve el poder suficiente como para pedir consejos, ir a las charlas, los instructivos semanales, e incluso donar un poco de dinero para el canil, pero ser parte de un grupo así, era mucho, demasiado para mí.

Sentí como mi ojo izquierdo cosquilleó, un claro indicio de estrés, porque cada vez que estaba molesto, estresado o pasaba un mal rato, éste comenzaba a temblar, y en ese preciso momento el sutil cosquilleo me hizo reconocer que pronto comenzaría a temblar, y eso incrementó mi enfado porque sabía que debía calmarme para mi propio bien.

— Hemos llegado jóvenes— el oficial que condujo habló por primera vez desde que nos subimos.

Las luces de las balizas se calmaron, sus colores intermitentes que no cesaron en todo el trayecto habían llegado a su fin, y tal vez esa fue una de las cosas que más me alteró mientras íbamos camino a la estación de policías.

Suspiré casi de manera dramática cuando el policía ayudó a bajarme del auto, me escoltó sosteniendo uno de mis brazos hasta la entrada, como un criminal cualquiera con las plásticas esposas que sostenían mis muñecas junto a mi espalda.

Al cruzar el umbral de la puerta de la estación, el aire acondicionado sopló fuerte en mi cara, removiendo mi cabello de un lado a otro y un gran reloj redondo nos recibió marcando las cuatro de la madrugada. Me lamenté arrepentido de todo, sacudí mi cabeza con frustración, no podía sentirme más ajeno e impotente a la situación.

• LOSING MY RELIGION • {Frerard}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora