Tengo que esperar tres horas a que el señor Haggard abra el local. Al menos no es una pérdida de tiempo, porque puedo averiguar mucho sobre él y sobre El Número Ocho. Pasé parte de mi adolescencia metida en ese local y por fuera parece igual, pero sé que en los últimos diez años ha pasado de ser un casi inocente bar para adolescentes lleno de billares a una casa de apuestas en la que no pueden entrar menores.
Y Lloyd Haggard es el responsable del cambio. Su nombre es falso, estoy segura. Surgió de la nada diez años antes, comprando cinco locales de forma simultánea. Pero según mis contactos, Haggard siempre está en este local. Curiosamente, el menos lucrativo de esos cinco locales, que siguen un corte similar.
Recuerdo brevemente a la señora Kauffman, que dirigía el local con mano dura. Era muy enérgica y evitaba las peleas y los trapicheos dentro con mucha habilidad. Las malas lenguas decían que escondía una escopeta bajo la barra y ninguno quisimos comprobarlo de primera mano, porque estábamos seguros de que abriría fuego. No se me ocurre qué pudo hacer que dicha mujer vendiera el negocio, con el amor que le profesaba.
Yo ya me había ido del barrio cuando eso pasó. Debía estar en la universidad cuando cambiaron de manos. Busqué brevemente a la señora por internet, pero no tenía tiempo para ello y no encontré nada relevante rápido. Es fácil dar con esquelas, así que supongo que vendió y se largó a una playa paradisiaca.
También puedo entenderlo, si lo pienso tranquilamente. Día sí y día también la policía se acercaba por allí a buscar a algún adolescente que había liado algo. Los trapicheos de drogas en las puertas eran muy comunes y también el acoso a adolescentes por parte de adultos. Me estremezco al pensar en ello y la ficha de James Burnside llama mi atención. Me saca dos años. Me pregunto si nos encontramos por aquí alguna vez.
No puedo evitar recrear una escena en mi mente con un par de billares de distancia, una sonrisa furtiva... Y el sonido de mi móvil me devuelve a la realidad. Es Fred, así que le cuelgo y vuelvo a clavar la mirada en la puerta, justo cuando un señor con un más que evidente problema de sobrepeso y unas bermudas ridículas, combinadas muy desafortunadamente con una camisa hawaiana se acerca a la puerta del local. Es Lloyd Haggard. Le reconozco por las fotos de su Facebook.
Silencio el móvil y recojo el iPad antes de salir del Mercedes. Espero hasta que abre la puerta, pero no le dejo entrar antes de abordarle. Me mira ligeramente sobresaltado cuando me planto a su lado. Está muy rojo y suda. Hace algo de calor, así que culpo a eso de su estado, pero quizá sea por el sobrepeso.
―¿Es usted Lloyd Haggard? ―le pregunto con tono profesional y autoritario.
Me mira entera. Yo me mantengo estoica, ya estoy acostumbrada a esas inspecciones, llevan toda mi vida haciéndomelas. Sus ojillos pequeños no me imponen mucho respeto.
―Eres muy pequeña para ser poli ―me suelta, haciéndome resoplar.
Luego entra en el local y apaga la alarma, yo le sigo dentro, abrazada a mi iPad, sin dejarle ver lo mucho que me ha molestado su comentario malintencionado.
―No soy policía, señor Haggard.
―Entonces está cerrado aún.
Sigue moviéndose, sin darme oportunidad a responder. Pone el aire acondicionado a tope con un mando y un chorro de aire helado me hace temblar un segundo. Es marzo, por mucho calor que haga me parece pronto para eso. Luego se mete tras una puerta y empiezan a encenderse máquinas a mi alrededor, que me hacen saltar en el sitio de nuevo. De pronto parece Las Vegas. O una versión muy cutre de ellas.
―Vengo de parte de James Burnside ―le digo, cuando vuelve a asomar la nariz sudorosa.
―Genial, dile a ese cabrón de Jimmy que me debe veinte de los grandes.
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El fuego no siempre quema
Mystery / Thriller🔥Ganadora Watty 2021🔥 Ada Irons quiere llegar a ser fiscal para ayudar a los buenos. Por eso sabe que bajo ningún concepto puede representar a alguien como James Burnside, un pandillero acusado de asesinar violentamente a cinco mujeres. Sin embarg...