Capítulo 9.- El contacto

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Salgo de la comisaría con el móvil pegado a la oreja. Pool no tarda ni dos tonos en responder. Estoy temblando y no voy a reconocer que quiero ver al enorme guardaespaldas para tranquilizarme un poco. Ya ves, es una tontería, no lo necesito. En realidad, lo que quiero es investigar y para eso sí que lo necesito. No es que acabe de amenazar al jefe de la policía y eso me haya puesto histérica.

―¿Señorita Irons? ―me pregunta preocupado.

―Tengo que ver el piso de Christal, ¿puedes llevarme?

―Sí, señorita. La espero junto a su coche.

Estoy a punto de decirle que no va a llegar antes que yo, porque estoy saliendo ya de la comisaría, pero entonces le veo plantado junto a mi Mercedes. Cuelgo. Se puede decir muchas cosas de esos pandilleros, pero no que no son eficientes. Aprieto más fuerte las carpetas y el iPad, para que no se me note el temblor de manos y acorto la distancia que nos separa.

Una mano en mi brazo me hace girar y estoy a punto de gritar por la sorpresa. Es Fred, con una cara de enfado que no consigue que me tranquilice precisamente. El temblor de mis manos aumenta ligeramente, así que aprieto mejor las carpetas.

―¿A qué estás jugando, Ada? ―me pregunta apretando los dientes.

―No juego a nada, Fred. Mentisteis y manipulasteis pruebas para encerrar a mi cliente...

―Tu cliente ―resopla interrumpiéndome―. Vas a defender a esa escoria.

―Es ino... No es culpable del crimen que le habéis colgado ―le digo.

Sigo atragantándome cuando trato de decir que es inocente, lo cual seguramente no sea lo mejor para él en un juicio. ¡Si es que de inocente no tiene un pelo! Pero Hawk oculta algo grave, estoy segura. Aquí hay mucho más de lo que puedo ver, y no controlar la situación me pone histérica.

―¡Joder, Ada! Vas a hacer que te maten. ―Baja mucho el tono, pero solo consigue sonar más escalofriante.

―¿Algún problema, señorita Irons? ―Pool de pronto está a mi lado.

De hecho, se coloca un paso por delante de mí, haciendo que Fred me suelte y tenga que dar un paso atrás para ver la cara al motero de dos metros. Y eso que mi novio no es bajito tampoco. Le miro horrorizada. ¡¿Qué hace?! ¿No iba a ser invisible y no sé qué más? ¿Por qué se mete?

―Espérame en el coche ―le ordeno, empujándole con el dorso de la mano para poder colocarme delante de Fred de nuevo.

―¿Moteros? ¿Son los pandilleros de Burnside? ―Fred me mira con el horror pintado en la cara y lo sustituye acto seguido la preocupación. Luego habla con tono lastimero―. Ada, te lo ruego, no te metas en esto, por favor.

Yo aprovecho la seguridad que Pool me otorga para preguntar. Es absurdo, ni siquiera debería tranquilizarme que un motero de dos metros con el pelo sucio esté cerca de mí. En condiciones normales seguramente estaría corriendo dentro de la comisaría para avisar de que un tío así me sigue. Pero me tranquiliza. Creo que es la sombra de Burnside, que me calma de alguna manera.

―¿Tú sabías que Christal era policía, Fred?

Mi novio me mira con los ojos muy abiertos y el horror pintado en ellos. Luego mira a Pool, pero este se mantiene impasible (yo también le miro de reojo, por si acaso, pero parecía saber lo de Christal).

―No era policía... ―niega Fred, pero su voz suena algo chillona―. ¿Otra vez vas a interrogarme, Ada? ¿Voy a tener que buscarme un abogado cuando estés cerca?

―Solo si tienes algo que ocultar. Hawk me lo ha confirmado. Que Christal era policía infiltrada, digo. Tengo pruebas, además. Lo que habéis hecho es muy irregular, ¿no? Por no decir que es ilícito.

El fuego no siempre quemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora