Capítulo 11.- El dormitorio de Jimmy

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No me sorprende que la habitación de Jimmy sea la que está al fondo del pasillo. Su dormitorio debe ser más grande y tiene cierto aire de importante solo por la posición en la que está. Aun así, no me interesa. He venido a descubrir cosas de Christal. Quizá tenga pruebas de que pertenecía al cuerpo de policía. Me vale una foto con uniforme, su placa, algún título... Lo que sea. Algo sólido.

Eileen se va cuando voy a pedirle que abra la puerta. Ni me mira. Mastica su chicle con la boca abierta de nuevo, sacude su coleta que ha dejado escapar algunos mechones lisos y se larga.

Pruebo a girar el pomo, por si acaso, antes de tener que bajar a pedir las llaves. Me sorprende que se abra con facilidad. No está cerrada con llave. ¿Cualquiera puede entrar aquí o es que no sube nadie que no sean los Burnside? No parece una casa privada, ¿de qué son las otras puertas entonces? Estoy confusa.

Y no me siento mejor cuando entro al dormitorio y lo descubro medio vacío. Hay algo de ropa acumulada sobre una silla, pero poco más. La cama grande está perfectamente hecha, con una colcha de colores sobre ella, el armario tiene la puerta cerrada y el escritorio está perfectamente ordenado con una pila de revistas sobre él.

Paso de largo para ir a la puerta restante, que deduzco que es el baño. Hay una toalla tirada dentro de la ducha, tiene rastros de maquillaje. Frunzo un poco el ceño y miro alrededor. Aquí no vive nadie. No hay maquillaje, ni cepillo de dientes, ni siquiera un peine. Ninguna mujer viviría así. Al menos si no fuera por obligación. Vuelvo a la habitación y miro las revistas. Son de moda. Lo que refuerza mi teoría de que aquí no vive nadie, porque al menos habría un pintalabios. Me asomo al armario también. Hay un par de zapatillas cómodas y algo de ropa de invierno, junto con unas mantas gruesas.

Agito la cabeza sin entenderlo y registro cajones. Hay alguna cosa olvidada: un pendiente, un reloj, una pila... No tiene sentido que Christal viviera aquí, aunque el dormitorio está impoluto, salvo por la ropa en la silla que ni siquiera está doblada, parece que la tiraron ahí sin más.

La cojo y la extiendo sobre la cama. Hay un vestido estrecho y bonito, de fiesta. Lo otro son vaqueros, un jersey y un par de camisetas. La talla de los vaqueros y la del vestido no es la misma. La parte superior podría ser ancha, pero no hay cinturón. Estoy segura de que ni siquiera pertenece a Christal. El vestido quizá sí, pero el pantalón es de otra persona. ¿Será de su novia? ¿Pasaron aquí una noche y dejaron ropa tirada y la toalla con maquillaje? ¿Tiene sentido?

Estoy registrando los bolsillos que parecen vacíos cuando Pool se aclara la garganta junto a la puerta, dándome un susto de muerte. Tiene un móvil extendido hacia mí, al que no le hago caso.

―Christal no vivía aquí ―le digo.

Se encoje de hombros y mueve el móvil hacia mí de nuevo. Creo que sigue enfadado conmigo.

―Es Jimmy, señorita Irons.

Parpadeo como una idiota tratando de sacar el sentido oculto a sus palabras. No es Jimmy, porque Jimmy está en la cárcel y no puede estar haciendo llamaditas telefónicas como si estuviera... en el bar tomándose una cerveza. Pero es Jimmy, al parecer, porque en esas cuatro palabras no encuentro ningún otro significado lógico. Cojo el teléfono y me lo llevo a la oreja.

―¿Sí, señor Burnside?

Una parte de mí espera que Pool se empiece a reír y me diga que, obviamente, era una broma. Pero la voz baja y rasgada de Jimmy suena al otro lado del cacharro. Y un escalofrío me recorre, porque estoy segura de que esta llamada es ilícita. El horario de llamadas de su prisión ya ha acabado, lo sé porque se pasó un mes llamándome a las nueve en punto de la mañana. Así que tiene un móvil de forma ilegal.

El fuego no siempre quemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora