Capítulo 7.- El mensaje de Christal

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―Christal Burnside no era policía ―niego como una idiota, revisando de nuevo los papeles hasta dar con su ficha―. Según la policía, la de verdad, era... bueno, no pone cosas bonitas y no quiero decirlas, pero no era policía.

―¿Te refieres a la misma policía que considera que puedo ser culpable pese a haber estado en otro lugar durante uno de los asesinatos con, precisamente, su jefe? ―se burla―. Te digo que mi hermana, Christal Burnside, era policía.

Trago saliva con dificultad. Y, por primera vez, cuando menciona a su hermana, me fijo en el dolor que trasluce su mirada. Si aún tenía dudas, las disipa en ese momento. Sus ojos casi amarillos se empañan sin llegar a aguarse y reconozco esa mirada. Es la misma que mis ojos muestran cada vez que pienso en mi padre. A veces, cuando me miro en el espejo, mis ojos verdes me recuerdan a los de mi padre y, entonces, veo esa misma mirada que Burnside muestra ahora.

―Cuéntamelo ―le pido―. ¿Por qué la policía no lo ha dicho?

―Estaba infiltrada y, como nadie lo sabía, es más fácil para Hawk ocultarlo.

―¿Crees que es el asesino, James?

―No lo sé. Como mínimo, tiene trapos sucios que trata de limpiar a mi costa. Aunque su coartada es la misma que la mía.

―Y si nadie lo sabía, ¿cómo lo sabes tú? Además, ¿no te molestaba? Dado tu historial...

―¿Quieres saber si mataría a mi hermana por traicionarme haciéndose poli? No, no lo haría. Sinceramente, nunca he tocado a una mujer, pero reconozco que el día que descubrí a mi hermana, le hubiese partido la cara, por inconsciente. ―Sonríe con pena y sé que no es verdad.

―Jamás le hubieras hecho daño ―le digo, casi acusadora.

Esta vez se ríe, pero alza la cabeza y clava la mirada en el techo gris y amarillo de la sala. Me pregunto si ha llorado alguna vez por su hermana. Me dan ganas de abrazarle, quizá porque estoy empatizando con ese dolor suyo, pero me mantengo en la silla.

―Estúpida. La mataron por meter las narices en este asunto, estoy seguro. Y eso dice algo de nuestro asesino en serie, Ada. Suelen ser metódicos, los he estudiado. Eligen a las víctimas siguiendo un patrón. Pero él se llevó a mi hermana para encubrirse, porque le había descubierto. Sin embargo, no se limitó a quitársela de en medio. Le hizo lo que a las demás... Ese maldito hijo de puta.

Aprieta los puños sobre la mesa y yo bebo del café que ya se ha quedado frío. Necesito algo fuerte para pasar esa sensación desagradable de mi estómago.

―¿Cómo supiste que era policía? Quizá alguien más la descubrió de verdad, parece un buen punto de partida.

James vuelve a reírse ligeramente y clava sus desconcertantes ojos en mí. Yo procuro parecer tranquila, pero de pronto entre nosotros flota una energía extraña. Una especie de empatía y confraternización en el dolor. No sabría explicarlo bien, pero creo que él también lo sabe.

―Déjame contarte algo de la tonta de Christy, Ada.

―Por supuesto.

―Tú también eres del barrio, ¿no? Sabrás cómo era. Niños corriendo por los parques y las calles sin supervisión paterna... Al menos mis padres nunca estaban para nosotros. Mi madre era una puta borracha y mi padre un pandillero, pasaba más tiempo en la cárcel que fuera. Cuando él estaba en la cárcel, mi madre se follaba todo lo que se moviera para conseguir un trago... Así que Christy y yo sobrevivíamos fuera como podíamos. Y a esa mocosa le encantaba jugar con los vecinos al escondite por el parque, joder.

Da un golpe a la mesa que está a punto de tirar los tres vasos. Yo apoyo la mano sobre la suya con suavidad, sin poderlo evitar. Creo que entiendo muy bien cómo se siente y quiero calmarle. Gira la mano y sus dedos atrapan los míos en un segundo. Sé que necesita ese consuelo, así que no los retiro. También me siento un poco mejor con el calor de su mano contra la mía.

El fuego no siempre quemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora