Capítulo 37.- El ADN

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Lo primero que he hecho ha sido llamar a Martha. Luego hemos reunido varias cosas que quiero llevarme del escondite de Christal y he preparado la grabadora en el momento exacto, antes de guardarla en mi bolsillo.

Jimmy y yo hemos hablado muy poco y básicamente ha sido para darnos instrucciones mutuamente. Luego hemos perdido unos minutos muy valiosos en firmar los papeles que nos pide el encargado del lugar. No tengo interés en que llame a la policía, Christal tenía pruebas que aún son importantes. Así que lo hacemos sin quejarnos. En realidad, Jimmy está pálido, serio, y parece tener pocas ganas de hablar.

La vuelta en coche es silenciosa. Tanto como el resto del tiempo desde que hemos oído el mensaje de Christal. Por suerte no estamos muy lejos. No me cuesta imaginar por qué la pequeña de los Burnside buscó un sitio tan cerca de su hermano. Le miro mientras conduce, con la mandíbula apretada y los puños cerrados con fuerza en el volante.

―¿Puedo preguntarte algo? ―le digo con suavidad.

―Claro, Ada ―murmura, y me parece que una parte de él no está en este coche conmigo.

―Tu hermana ha dicho que le quitaste la banda a tu padre, pero tu padre murió cuando tú tenías dieciséis y no tuviste el club hasta los veinticuatro, por lo que leí en tu ficha. Tenía entendido que alguien había llevado el club hasta entonces y que estaba desaparecido.

―Lo que hacía mi padre no era llevarlo, Ada, era un despropósito, pero sí, cuando murió hubo un vacío de poder y una guerra interna. Haggard por aquel entonces se llamaba de otra manera. Se hizo con el poder a golpe de machetazo, era despiadado y más listo que la media, el muy... ―Golpea el volante con un puño con fuerza―. La policía no podía dejar pasar sus crímenes, claro, incluso miran al barrio si empiezan a aparecer cadáveres con esa frecuencia y bestialidad. Yo trataba de ganarme la vida por mi cuenta, había comprado el Número Ocho, quería prosperar... Él apareció una noche, me ofreció unirme la banda y no pude rechazarlo. Pensé que podría convertirlo en un buen lugar, hacerlo un buen sitio para los críos idiotas como yo. Más tarde quiso comprarme el local y retirarse. Se cambió de nombre y ya sabes el resto. Me engañó el muy hijo de puta. No me puedo creer que tocase a mi hermana. Si no estuviera muerto le despellejaría personalmente.

Suspiro mientras aparca fuera del club. No sé si decírselo, pero cuando me mira con los ojos llenos de dolor no puedo evitarlo. No es que quiera regodearme en ello con crueldad, pero no puedo evitarlo.

―Te fiaste de un tío que se abrió paso a machetazos, Jimmy. ¿De verdad no te pareció alguien malo?

―Joder, Ada. Hay una gran diferencia entre dispararte con otra banda, o cargarte a los que quieren matarte para ocupar un puesto de poder y secuestrar, violar y matar chicas inocentes. Una puta enorme diferencia.

―¿Porque tú harías lo primero, pero no lo segundo? ¿Crees que todo el mundo es tan bueno como tú?

―Yo no soy bueno, Ada. Cuando encontremos a los otros tres tíos, lo que le han hecho a Haggard va a parecer un puto premio. Voy a encargarme de torturarlos y voy a disfrutar cada segundo. Y lo siento si no quieres oírlo, pero es lo que va a pasar.

Baja del coche y cierra de un portazo. Yo me quedo un momento sentada dónde estoy. Su pelo negro se bambolea con cada paso que da. Parece que lo tiene más desordenado de lo normal, supongo que porque la desesperación le ha hecho pasarse las manos por él repetidas veces. Ya no estoy segura de que sus palabras me horroricen como el primer día. Sé que quiere venganza y sé que no es malo, aunque se empeñe en hacérselo.

También sé que yo intentaré entregarlos a la policía antes de que él haga lo que quiere hacer, pero ¿y si se me adelanta? Bajo del coche y corro tras él. No consigo pararle hasta que entramos en la discoteca, pero dando una carrerita muy ridícula me coloco delante en la pasarela que lleva al nivel superior.

El fuego no siempre quemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora