Capítulo 23.- La sentencia

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Voy corriendo, porque llego tardísimo. Me dejan pasar a la pequeña sala y cierran tras de mí. No es un juicio de verdad, más bien una vista preliminar, pero hay un juez que puede conseguirme lo que quiero y me vale. Suelto la bolsa de tela que repiquetea en el suelo y luego dejo las carpetas y el iPad junto a Jimmy. Vuelve a llevar traje de preso naranja y tiene las manos esposadas a los tobillos con una cadena larga que rodea su cintura. Proceso el detalle con disgusto, aunque él me dedica una sonrisa que me parece muy íntima.

―Llega tarde, letrada ―me regaña el juez.

―Lo lamento, juez Stone, estaba fatal el tráfico ―miento, dedicándole mi sonrisa más inocente.

Me alegro de que de todos los jueces sea justo él quien nos ha tocado. El juez Stone era un buen amigo de mi padre, le conozco desde niña y es como un tío. Supongo que por eso sus ojos se abren mucho al verme las heridas de la cara, que no he tratado de disimular con maquillaje. De hecho, en lugar del traje de dos piezas habitual he elegido un vestido de corte elegante que deja a la vista mi brazo vendado también. No ha sido fácil subir con falda a la moto de Blue, pero merece la pena, porque las heridas producen el efecto que espero.

―¿Qué te ha pasado, Ada? ―El juez se inclina hacia delante en el estrado y me mira con el horror pintado en la cara.

―Prefiero esperar a mi turno de respuesta, juez Stone. Me temo que lo que me ha sucedido tiene que ver con el caso.

―Bien. Fiscal Henderson, proceda, por favor.

Me dejo caer en mi asiento junto a Jimmy y aprieto su brazo un momento, pasando mis dedos sobre su cicatriz. Luego me arrepiento, ha sido un gesto demasiado íntimo. Así que clavo la mirada en Henderson.

El fiscal actúa como si la sala estuviera llena de gente, aunque salvo nosotros, su ayudante (la señorita Cox), el juez, la taquígrafa que toma notas y un par de alguaciles no hay nadie más aquí. Se ajusta su traje carísimo y se pone de pie con mucho bombo. El fiscal Henderson tomó el mando tras mi padre. En su día pelearon por el puesto y creo que nunca me ha perdonado que mi padre le ganase. Me mira con una sonrisa pretenciosa tan postiza como la de Robinson (deben tener el mismo dentista). Henderson también lleva un peluquín negro que no da el pego. No se le mueve ni un pelo, sospecho que lo lleva grapado a la piel. Además, lleva una perilla la mar de ridícula, pero siempre muy bien recortada. No. No nos llevamos bien.

―¿Te ha costado salir de la cama? ―me pregunta Jimmy muy bajito en cuanto Henderson empieza a hablar.

―Cuando se ha quedado fría ha sido fácil ―replico bromista.

Y luego me sonrojo. ¡¿Estoy tonteando con él?! Por su sonrisa presumida de medio lado diría que sí, que lo he hecho, y que él lo ha interpretado así sin problema. Trato de centrarme en Henderson, pero solo logro escucharle a medias, no dice más que tonterías. En mi cabeza estoy preparando mi discurso. Blue y yo hemos dado vueltas durante más de tres horas para conseguir todo lo que necesito, pero en consecuencia no he tenido tiempo de prepararme bien lo que quiero decir. Y esto tiene que salir muy bien, porque literalmente nuestra vida depende de ello.

Jimmy se inclina hacia delante para tratar de mirar lo que tengo en las carpetas y yo le doy un golpecito para que pare. Se aparta un poco, pero hace un gesto de dolor y se lleva las manos a las costillas. El gesto no me pasa desapercibido, aunque está claro que pretende ocultármelo.

Ni pienso dónde estamos, porque ya sé lo que ha pasado. Tiro de los corchetes del horrible uniforme naranja y dejo a la vista la camiseta de tirantes blanca interior, que está manchada de sangre en varios sitios. Alzo la camiseta también. Su pecho musculoso y lleno de tatuajes y cicatrices me distrae un momento. Luego veo los moratones que se están formando en sus costillas.

El fuego no siempre quemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora