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El cielo permitió que se les escapara el rey que hasta entonces había esperado la oportunidad. Se encontró con sus súbditos y se puso al frente de su ejército. Watanuki fue el primero en notar su ausencia, cuando iban camino al castillo entre empujones de gente y abriéndose camino a fuerza de espada y magia.
-Falta poco para llegar. Entonces tendremos nuestro turno de contraatacar –Syaoran trató de tranquilizarlo.
Mientras tanto, Kurogane y Fay que protegían la princesa del reino de Fuego, los veían a lo lejos, preguntándose si en verdad llegarían a salvo.
-¿Estarán bien?
-Será mejor confiar en que sí.
En eso, Syaoran les gritó una maldición desde dentro de la tienda de acampar, reclamando algo más de ayuda, advirtiéndoles que se les había escapado uno. Fay y Kurogane mitad sorprendidos por ese comportamiento y mitad desinteresados, contestaron:
-Sabíamos que no sería problema para ti.
-No compares, estar en pie de guerra con... -gruñó Kurogane echando por tierra varios hombres.
-Lo bien que se la deben estar pasando –terminó la frase el maestro Fay.
Aunque lo entendía, no podía decir qué era más fácil. Ahora Sakura estaba erizada de miedo y llorando... no sabía qué más hacer. Enterró la espada manchada de sangre. Lejos de hacer una pausa y dar tiempo a la chica de controlarse, terminó de arrebatarle las vestiduras. En cierta forma no supo decirse por qué le resultó incómodo ver que ella dejara de poner resistencia, que se dejara atrapar en sus brazos.
-Syaoran...
Se detuvo a milímetros de poder devorarle el cuerpo a besos. Esperó a que ella hablara. Dijese lo que dijese, ya no iba a dar marcha atrás.
-Lo siento.
-¿Ah? ¿Primero me llamas por mi nombre y después te disculpas? ¿Qué le hiciste a mi princesa? ¿A dónde se ha ido?
-Perdóname por no confiar en ti, sino fuera por la otra princesa, yo... No pude evitar sentirme segura ahora que derribaste... cuando esa persona entro a la tienda. Si tiemblo es por haber olvidado lo fuerte y leal que has sido... Lo siento.
Syaoran no podía comprender que el problema fuera ése. Ciertamente hubiera sido una tontería que ella se suicidara, a él no le importaría partirle el hocico al idiota que se la robó, o si le hayan arrebatado el don, lo que no soportaría sería perderla a ella definitivamente. Pero el pasado, pasado era.
-Cállate, solo dame tu boca.
Un territorio que conquistar, una piel vacía de caricias por descubrir. La más blanca y pura flor atrapada ahora por manos que la alzaban al cielo, a un altar preparado para su amor. El beso era la absolución de sus pesares y el alma se sobrecogía de paz y libertad. La poderosa princesa, la inflexible, la dura y distante se veía irresistiblemente arrastrada a la voluntad de su esposo, transformada en la persona más frágil del mundo, no importaba, su fuerza estaba en él. Ella, la más valiosa, pues lo era todo para él. Unidos su timidez, temblores, caricias atrevidas o de ternura, besos, su sola compañía... pudiera decirse que su encuentro en la pureza de sus corazones se transformaba en oración. Pecado... pecado sería que terminara.
Era excitante verla perder el control. Era totalmente sensible a todas las caricias, no había parte en su piel que no se erizara. Desde los párpados a los dedos de los pies. Se estremecía ante el más leve movimiento o roce de ese aliento tan cercano. Ni un simple apretón de manos podía pasar inadvertido, era tal el resultado de su promesa de castidad absoluta, que sin ir muy lejos probarían de las mieles del éxtasis. Más, Syaoran quería no dejar pasar por alto nada, explorando cada centímetro, guardando vivamente en la memoria la cantidad de suspiros que lograba arrancarle y cómo. Armando y uniendo las piezas que podía encontrar, adivinándolas, buscándolas para resolver el crucigrama de ojos verdes, de labios sabor a cerezas, fresa y miel, de piel suave e irresistible con olor a tierna juventud.
La princesa no podía tejer mejor, ni más cálido vestido que la abrasadora piel con sabor chocolate-caramelo de su esposo. Ni todos los castillos podían darle mejor refugio que ese regazo.
Todo está bien mientras es él y solo él quien mitad conciente, mitad distraído desliza una mano por sus muslos, haciéndole reaccionar con levantar la rodilla. Todo está bien mientras sea él quien la atrape de la cintura acercándola más hacia sí. Todo está bien, murmura entrecortadamente una voz de mujer dando permiso a que la asalten sus deseos de estar cada vez más cerca... solo un poco más. Pero todavía Syaoran, tiene que derribar una última muralla de pudor, que aún persiste en medio del más desmedido descontrol de sentidos:
¿Cómo es que llegamos a esto? Tal vez no sea demasiado tarde para dejarlo. ¿Qué ganaremos de cualquier forma? ¿Para qué? ¿Simple juego? ¿No estamos siendo ingratos al dejar a los otros peleando, mientras nos divertimos y rendimos al placer?
La respuesta está colgando de sus labios, tan simple y de peso inmenso. Cuelga de un hilo, si dudan todo terminará allí, si se percatan de su presencia y la acogen... les acompañará hasta el final de sus días.
Syaoran, a quien dejamos frente a la última muralla de su princesa, ante la última y no menos importante duda... al ver que aunque es aceptado, todavía no es del todo recibido... no quiere forzarla, pero tampoco piensa dejarla. Tiene un alto precio que pagar: todo lo suyo. Él se ha rendido no desde ese momento, sino desde que la conoció, desde el principio. El precio ya había sido pagado. Apostando todo a una sola carta, inclina su cabeza y alcanzando su oído le ofrece lo mejor que él puede dar.
-Sakura... no sabes cuánto... te amo.
El par de esmeraldas se abrieron, un fulgor de indescriptible dicha apareció junto con lágrimas cristalinas y puras como respuesta. No hacía falta que lo dijera con palabras si borraba del mapa esa sombra de duda. La princesa recogió sus piernas lentamente, no porque titubeara más, sino porque las fuerzas y el aliento se le rendían. Syaoran mismo veía como en cámara lenta cómo lo rodeaba y atrapaba por la cintura. El color de su cara no podía expresar mejor su sorpresa, y él que nunca en toda su existencia había llorado, tuvo el deseo de esconder su rostro en el pecho de la persona amada y quedarse allí; pero eso hubiera sido aunque muestra de su dicha, algo en parte egoísta.
-Se mordió el labio, apretando fuerte los dientes, para evitar gemir cuando las mejillas se le mojaban. Incapaz de poder agregar nada más que su propio ser, bajó las manos hacia esas caderas de mujer, sujetándola con delicadeza y fuerza. Uniéndose a ella, de una vez y para siempre, su ser de hombre en el de ella como mujer.
Un enorme estremecimiento que no podían evitar los volvió a sacar de sus ensoñaciones. La princesa no pudo reprimir un grito. Desde donde sus cuerpos formaban uno solo, emergió hasta cubrir toda su piel, un cálido resplandor, brillante: rojos. Anaranjados y amarillos matices como el fuego. Sus ojos mismos parecían hermosas chimeneas encendidas. Un fuego que abrazaba, que estaba vivo en toda su piel e incluso inundaba sus almas, sin consumirlos, llenándolos de una paz, felicidad infinita...
-¿Cómo va a ayudarnos este fuego? ¡Es el don! –Con solo mirarse a los ojos habían caído en la cuenta. Tras la conclusión, Syaoran iba a ponerse en pie. Creía sentirse un poco más fuerte. Entonces Sakura se abrazó a él, impidiéndole separársele.
-Aún no –gimió.
-¿Qué? Pero Kurogane y Fay...
-¡Lo sé! Pero... tengo el presentimiento de que todavía no lo conseguimos.
-¿Cómo puedes saberlo?
-No lo sé... confía en mí.
Syaoran quería partirse en dos. La batalla afuera estaba volviéndose atroz y tampoco quería separarse de Sakura.
-Solo un minuto más y te dejaré ir... -insistió ella aferrándose a él con todas sus fuerzas.
-No llores así, permanece tranquila, mi primer deber eres tú.
Tanteando en darle un apoyo más cómodo a su mujer, se soltó un segundo para acomodar los cojines y cuanto tenía al alcance de la mano, pero todos esos pequeños esfuerzos, cada simple movimiento hacía que la chica se pusiera tensa, jadeaba y se revolvía. Su bajo vientre era un cúmulo de fuertes pulsaciones que la hacían dudar de dónde era exactamente el punto en que llevaba el corazón. Syaoran era conciente de ello, felizmente conciente y como buen conquistador de su nuevo territorio, quería llegar a la cima; qué tan lejos o qué tan fuerte puede ser. Aunque volviera a sujetarse de ella, no significó que fuera a estarse quieto. Sakura atrapó su cuello, mordió su hombro, arañó, hizo hasta lo imposible por liberar toda esa tensión que no cedía. Quiso distraer a Syaoran con rápidas y efusivas caricias o besos que lo dejaban sin aliento, pero que producían el efecto contrario: lo invitaban a continuar, no a detenerse.
-Syaoran, ya, es inútil... no creo resistir más y nada más ha pasado –dijo entrecortadamente, en medio del último esfuerzo y contuvo la respiración.
-Mi más preciada persona, no me pidas eso, que no puedo concedértelo... no cuando me tienes atrapado de esta forma.
-Creía que yo era la presa –soltó una corta carcajada que hizo que sacudiera el pecho.
Él estaba perdido, embelesado, así que no pudo agregar nada más a lo que ella había dicho, a pesar de haberlo intentado ó más bien solo lo pensó porque no le dio tiempo para decirlo.
Ambos rostros encendidos, con un nuevo sabor en sus labios, expresaban en una forzosa mueca la más alta de sus sensaciones, una sacudida más intensa que las que habían dejado atrás, tan fuerte que los hizo arquear las espaldas y despertar el poder que dormían en su interior. Una ola de fuego hizo centro en ellos pero se extendió más allá de su alcance, en un parpadeo, a varios kilómetros a la redonda haciendo temblar su suelo y abarcar toda la tierra del reino de Luz.

Pero era tan solo el inicio de la guerra.

Luz y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora