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La espada al rojo vivo atravesaba incluso el metal más sólido, no encontraba persona alguna capaz de enfrentarle. Miles y miles de soldados caían calcinados... solo sus caballos y bestias al verse libres de sus jinetes cambiaban de mando, poniéndose detrás del único que no podía ser derrotado.
La persona amada armó bajo sus pies un puente de roca que como si fuera por sí solo se iba construyendo a cada paso que daba hasta atravesar el abismo que los separaba.
Syaoran terminaba con la primera avanzada de miles de ejércitos mezclados, con muy pocos hombres que se volvieron a él de rodillas. Protegió sus cabezas también. Ahora que estos terminaban... en el horizonte borrosamente distinguía una alfombra gris de hombres que se acercaban de lugares distantes. Los ejércitos completos aunque despacio, estaban a no mucho tiempo de arribar.
El muchacho al ver aquellos millares de ejércitos y hombres, y viendo que el Fuego que lo protegía iba extinguiéndose, se llenó de una inmensa preocupación. Su espada se volvió de pronto más pesada que el plomo, su brazo temblaba, las piernas perdían fuerza, su espalda se inclinaba. Cuando se dio cuenta de que caia sin el más mínimo de fuerza en sus músculos, apenas pudo sentir que un par de brazos frágiles lo sujetaban, distinguió un par de ojos verdes muy familiares y después todo fue oscuridad.
La princesa le arropó en su regazo con el mismo manto que la cubría, quedando ambos cubiertos debajo de él. Syaoran había vuelto a ser de apariencia humana, como cualquier otro, había resistido lo más posible y ahora era incapaz de moverse o tan siquiera pestañear.
Sakura alzó la cabeza, aunque sentada en el suelo y sosteniendo a su esposo, su semblante no dejaba duda alguna de su sangre noble. Poco a poco los del reino de Luz, los del reino aliado de Fuego y aquellos que por voluntad propia habían decidido unirse, se levantaron ya libres del hechizo.
En un segundo, Kurogane y luego Fay estaban a ambos lados de su princesa. Muchos pudieron hacerse de algún caballo o bestia para montar. Aguardaban lo que estaba por venir.


Por su parte, Syaoran y Sakura del Reino de Luz estaban ya dentro del castillo e ignoraban el peligro latente allá afuera, en que el efecto del don de fuego acababa de perder su fuerza.
Cuando entraban a la habitación de la princesa se voltearon atrás al sentir que los llamaban. Eran los padres del muchacho quienes liberados del hechizo iban a proteger a la puerta de la alcoba con tal de que no fuesen molestados los nuevos esposos. El padre al alcanzarlos lanzó una mirada inquisidora a su retoño.
-¿Aun están vestidos?
La respuesta fue una rápida coloración en el rostro y una extrema expresión de sorpresa tras lo cual se cerró la puerta de golpe. Sakura se ruborizó apenas y preguntando a su pareja corroboró.
-¿Tenemos que desnudarnos? -y se llevó las manos al pecho, como si tratase de cubrirse... esto hizo q se exaltase todavía más el joven quien aún no se liberaba de su enojo por la primera pregunta.
-Eso... creo
La princesa se cohibió al punto de las lágrimas, por lo que rectificó.
-¡No lo sé! -gritó el chico queriendo evadir el tema lo más que se pudiera, pues ya estaba empezando a temblar desde hace rato por la sola visión superficial de lo que tenía por delante qué hacer.
-Será mejor que bloqueen la entrada con todo lo que tengan -los sacó del trance la voz del padre, así que tuvieron en qué entretenerse antes de llegar al fondo del tema.
-Princesa... digo, Sa-Sakura, ¿me ayudas?
Entre los dos movieron la cama con dosel de la muchacha para dirigirla hasta la puerta. Le encimaron a su vez otros tantos muebles lo mismo que a las ventanas les cerraron y bloquearon. En fin, toda entrada a ese lugar.
-Listo -resoplo el joven, limpiándose el sudor de la frente.
-¿Ahora... qué debemos hacer?
La pregunta vino para aturdir los sentidos del otro. La princesa se sentó sobre la alfombra en que antes había estado puesto su lecho y miró con atención a su esposo con una expresión de creciente curiosidad.
-¿Qué hay qué hacer con respecto al don?
-¿Qué?
-Syaoran. ¿ocurre algo?
-¿Qué? Es que... ¿No escuchaste?
-¿Qué cosa?
-Estamos rodeados. El castillo esta sitiado.
Efectivamente estaban rodeados, pues no tardaron en oír gritos y choques de armas justo frente a su puerta o el silbido de flechas que chocaban contra ventanas. Los ojos de Syaoran danzaron por la habitación en busca de alguna salida. Bien sabido era que los castillos suelen esconder pasillos o puertas secretas para ese tipo de circunstancias. Entre tanto, la princesa comenzó a sollozar y buscó un objeto entre sus ropas, sacando una llave de oro q pendía de una cadena.
-Si mis padres estuvieran aún conmigo podría preguntarles qué hacer, pero hace muchos años que ellos están en el cielo. Siempre he sido auxiliada por los ministros a mi servicio, pero ahora que tengo la edad para tomar las riendas del reino estoy totalmente asustada. No sé qué hacer, cómo ayudar a los que me han acompañado y protegido por ya tanto tiempo. No puedo pagar todos sus sacrificios por mí.
Syaoran se acercó a ella para secar sus lágrimas aunque ella no se lo permitió, pero él le tomó en brazos.
-Encontraremos la forma, juntos. Estoy seguro.
-Tantos años supuestamente preparándome para esto. Resulta irónico -decía la princesa mientras forzaba una sonrisa. Y justamente es hoy cuando no sé cómo traer a la vida el don, el cual se supone salvaría a mi gente.
-Si nadie nos ha enseñado al respecto, me hace comprender que es algo que debemos descubrir por nuestra propia cuenta.
Syaoran recargó la cabeza sobre su princesa al tiempo que le acariciaba con dulzura el cabello, lo cual ayudaba a tranquilizarla en parte y por otro a ponerle nerviosa. Nunca antes había experimentado tan delicado y placentero detalle, que tuvo el deseo de que el tiempo se detuviera.
-Antes de que mis padre desaparecieran, me dieron esto:
Ella le enseñó la llave con los ojos inundados en lágrimas.
-Se supone que solo yo podría dar con lo que abre ésta llave y que era algo sumamente importante... y que lo sería para mi futuro esposo.
El joven recibió en sus manos la llave de oro y durante un par de minutos estuvo observándola pensando qué cosa abriría y sobre cómo podía serle útil, cuando descubrieron que la puerta y el borde de la alfombra comenzaban a arder, lo mismo las ventanas. Por apagar el tapete, Syaoran terminó lanzándolo a una pared y debajo de éste, salió al descubierto una trampilla o portezuela, con cerradura.
Ambos se miraron y asintieron como comprendiendo ese mutuo lenguaje. Entonces Syaoran echó la llave en la cerradura y sin mayores dificultades ésta cedió a abrirse. Sin demora entraron por la escalinata que se les presentaba entre las penumbras y cerraron a sus espaldas. La oscuridad se volvió total. Conforme avanzaron, los ruidos se fueron amortiguando. Cabe decir que la entrada se cubrió con escombros y el enemigo no se dio cuenta siquiera de su existencia al hacer un registro de la habitación real.
Avanzaron lentamente y a tientas hasta el final del reducido pasaje. Dieron con una puertecilla-reja que dejaba filtrar unos agradables rayos de luz. Fue fácil abrirle y al otro lado dieron con un jardín de estrecho tamaño, rodeado de una muralla altísima que podría bien llegar hasta el cielo. El jardín tenía ya varios años descuidado y lleno de maleza. Las plantas que allí crecían eran propias de la sombra y requerían poca luz que solo llegaba apenas unos momentos en una hora fija del medio día. En esos momentos la sombra dominaba. Al centro una fuentecilla y al fondo un como altar o monumento. Los esposos se acercaron a él y vieron los grabados en la superficie. Se podía notar a simple vista que habían sido de distintas épocas los escritos. Unos tras otros. Las más antiguas inscripciones eran de un dialecto ya antiguo y difícil de descifrar por personas inexpertas en la materia. Solo las más recientes eran más legibles y entendibles pues además lo escrito ya venía desgastándose por el paso del tiempo. Sin embargo, por lo que los jóvenes pudieron apreciar, eran diálogos de los antiguos reyes y reinas descendientes de aquéllos a los que se les prometió primero el don de Luz. Hablaban de sus esfuerzos y porqué habían fracasado, para hacer un fuerte llamado a sus sucesores de mantenerse atentos y apegados a los requisitos para recibir el ansiado don.
Sakura no pudo contener las lágrimas al reconocer claramente las últimas inscripciones que deberían ser sin duda alguna de sus padres:

"A nuestra pequeña hijita Sakura y su Candidato"

Ellos le contaron allí que poco antes de cumplida la edad requerida, sus padres se habían visto a solas y por el temor de ser separados por los candidatos de reinos enemigos, se habían entregado uno a otro, por temor, quizá un capricho, quizá desanimados también por no contar con el auxilio del reino de Fuego, quienes estaban tratando de sobrellevar sus propios problemas, asaltos y raptos de princesas. Añadía la anterior Reina del reino de Luz, con cariño a su hijita:

"No pierdas la fe mi pequeña, y no permitas que tu luz se extinga. Eres nuestra última esperanza y confiamos en que todo saldrá bien. Pase lo que pase te amamos. Y un último concejo: obedece a tu corazón cuando el momento llegue, él te dirá lo que tienes qué hacer"

Luego ambos levantaron la vista y vieron una puerta más a un lado del monumento. Entraron luego descendieron unos cuantos escalones y lo que allí había hizo que se les helara la sangre.
La princesa fue quien avanzó. Syaoran se detuvo apenas ante el primer lecho de varios que habían allí. Con pies ligeros y suaves para evitar hacer cualquier ruido, la joven se acercó al segundo lecho, corrió un poco la cortina del dosel y contempló de cerca los rostros de los dos que allí dormían. Las telas y ropas estaban ya desgastadas por el tiempo, pero a los sujetos parecía no importarles en absoluto, dormían tranquilamente y con una expresión de paz y tranquilidad...
-Papá... Mamá...
La princesa se llevó las manos temblorosas al rostro. Syaoran al escuchar eso paseó los ojos desde allí al resto de la habitación con creciente temor.
Las parejas que dormían en aquella habitación eran al parecer los Reyes y Reinas pasados, desde los primeros hasta los últimos de aquéllos que recibieron la promesa del don de la Luz. Todos sus cuerpos habían logrado permanecer incorruptos a pesar del paso de los años, con lo que, solamente parecían personas que durmieran allí.
Syaoran no supo si inclinarse en señal de respeto o ir a alcanzar a su esposa por serenarla, estar a su lado. Donde él se había quedado, guardando así una respetuosa distancia, era un lecho vacío de sabanas, almohadas y cortinas blancas. Se veía tan acogedor el lecho, aún a media luz parecía resplandeciente y lo invitaba a quedarse dormido en él. Así que fue mayor el deseo de acomodarse en él. Habiendo hecho lo propio, giró el rostro para ver a Sakura, ella caminaba por entre los lechos y se iba volviendo borrosa para Syaoran conforme ella se alejaba.
-¡Sakura!
La llamó cuando no pudo verle. Pronunció varias veces su nombre hasta que ella acudió a él, con el rostro inundado en lágrimas.
-Mi amor... ven aquí.
Sakura planto sus ojos en Syaoran, quien estaba recostado y le provocó ruborizarse entre lágrimas. Él se giró sobre su costado para hacerle espacio y en ello vio que no podia moverse muy bien pero Sakura fue la única en comprender porqué... las sábanas a su espalda estaban tiñéndose de rojo y el vestido que Syaoran portaba estaba goteando sangre. Para no entrar en pánico Sakura quería asegurarse de que esa no era la sangre de su esposo, sino con algo de suerte solo se trataría de la del enemigo y la causa de que él no se pudiera mover no fuera otra que mero cansancio por el esfuerzo hecho por entrar en el castillo a salvo. Así pues, con determinación Sakura se acercó a él para quitarle sus ropas.
-No hace falta... yo... -Syaoran se ruborizó pues no tenía fuerzas para impedírselo. La mirada que surgió de él en ese momento solo pudo hacer sentir a Sakura más valor, de alguna forma conseguía en su interior el anhelante deseo de desvestir a su esposo cual si del más grande tesoro se tratase. No eran ni los listones o los encajes, había algo más allí provocando la intensidad de los latidos en su corazón. La cordura no acertaba a darle la respuesta.
El muchacho echó las sábanas sobre su cuerpo y trataba de ocultar su boca. Sakura por no asustarle ni a si misma aprovechó a besarlo en los labios y con sus manos buscó a tientas el camino de esa sangre. El muchacho llevó por instinto los brazos hacia ella y poder así capturarla y evitar que escapara. Pero en un segundo sus miembros cayeron desfallecidos sobre la sábana sin capturar lo que deseaban, gimió de dolor en el instante mismo en que Sakura encontraba la llaga que lo estaba torturando. Sin embargo también su sensibilidad estaba afectada, pues no era un dolor desagradable para él, sino que se trataba de algo nuevo e interesante. No podía explicárselo bien.

Luz y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora