16
¿Qué tanto era lo que comprendía Syaoran del reino de luz, acerca de la intimidad entre pareja? Muy poco realmente, pero ése poco lo hacía bastante tímido. Lo avergonzaba al extremo el solo hecho de sentirse desnudo, con el aliento de una chica cosquilleándole en el cuello y unos cálidos dedos rozando una herida reciente que hacía camino por su espada baja hasta una de sus piernas.
-Lo siento, te estoy lastimando, y...
Syaoran parpadeó. Su rubor era intensísimo, como el mismo fuego. En el segundo en que Sakura se disponía a apartarse y romper así aquella electrizante cercanía...
Allí ocurrió todo.
Las imágenes se volvieron muy borrosas, deformadas. Syaoran supo entonces que estaba bastante grave, que la herida que tenía probablemente había sido hecha con un arma envenenada. Se dio cuenta de que si seguía vivo era de milagro.
Era un espacio muy corto de tiempo como para poder tomar decisiones o meditarlas. El cuerpo rápidamente redujo sus reflejos a sus funciones más básicas. Su mente trabajó en un resumen de ideas y pensamientos, es decir, una única cosa tenía dentro de su cabeza: la imagen, ahora contornos borrosos, de la princesa Sakura.
El corazón tuvo el deseo de poder poseerla pero un sentimiento mezclado con angustia, dolor, ansiedad, temor a perderla. Sus brazos apenas podían mover sus dedos un poco y elevar las manos unos milímetros.
La deseó como loco, con todas sus fuerzas a punto de extinguirse. Abrazarse a ella era todo, nada más quería, ni le pedía otro placer a la vida misma.
-Sa... ku... ra...
Extendió sus brazos hacia ella, quien entre sollozos y una amorosa mirada se debatía entre dejarse caer sobre el cuerpo herido de su marido y lavarle las llagas con sus lágrimas o si debería dejarlo descansar para salir corriendo en busca de alguien que pudiera sanarlo.
Syaoran abría sus brazos en ese momento, pero... dudó.
El dolor de la muerte cercana, el hecho de no saber exactamente qué hacer, el ser conocedor de la inocencia y dulzura de su princesa, que era un brillante y blanquísimo lienzo blanco al que no se atrevía a comenzar a pincelar, todo eso se convirtió en un nudo dentro de su garganta y pecho.
Duda.
No importaba cuánto él pudiera amarla, no importaba cuánto había esperado por ése momento, ni tampoco el asunto del esperado "don de luz" y la unificación de los reinos de Luz y Fuego. Él no podía simplemente atreverse a tomar a la princesa para cumplir sus deseos.
¿Por qué estaba él aproximándose a hacer "aquello", lo que sea que fuera? ¿Por qué rayos estaba allí, en ese momento? ¿Por qué había querido ser un candidato a la princesa desde un principio? ¿Era solamente porque se veía obligado a ello en un principio y después era meramente solo un capricho, deseo, curiosidad?
Se observó a sí mismo como un horrible ser, el peor que pudiera existir.
Sus brazos fueron cayendo lentamente a sus costados, los ojos se le fueron nublando poco a poco, la piel le palideció severamente, asomaron un par de lágrimas que no alcanzaron a correr cuando sus labios tensos musitaron un quebrado y sin fuerza:
-Lo siento.
Entonces su corazón se detuvo, dejó de luchar por sobrevivir y murió el candidato de la princesa del Reino de Luz.
Ella sintió cómo el cuerpo de Syaoran fue perdiendo calor hasta volverse tan frío como el mármol.
El grito que escapó de su pecho entonces, al comprender que había perdido a su amado esposo para siempre, fue apenas una pequeña parte del dolor que oprimió su propio corazón. La potencia de su voz fue tal que por todo el castillo se pudo oír claramente y ella desgarró en ello su garganta, acabando así con su capacidad de hablar; el solo gemir era bastante doloroso y sin embargo, era el dolor más pequeño de todos para ella, porque acababa de perder no la posibilidad de usar el "don de Luz", ni el regreso de sus ancestros a casa; era el adiós para ése alguien muy valioso para ella. Esposo, amigo, amor, ternura, confianza, seguridad, risas, paz, compañía, calidez. Eso y mil cosas más había sido Syaoran para la joven princesa. ¿Por qué tenía que irse así tan repentinamente? ¿Por qué cuando podrían simplemente estar juntos para siempre?
Su pesar fue tan doloroso y sufriente que hasta el mismo ejército enemigo al encontrarle y tomarla presa, tenían que contener sus propias lágrimas.
También la princesa del Reino de Fuego fue capturada y su candidato cruelmente asesinado. Incluso el mismo maestro Kurogane y el maestro Fai tras dar una dura batalla de ellos solos enfrentando miles de hombres, finalmente fueron vencidos. Y después de pasar sobre ellos, todos los aliados al Reino de Fuego o de Luz que continuaron dando lucha, fueron exterminados.
Fue una larga guerra, bastante triste, bastante fría. Duró varios días, eternos, interminables. Fuego por todos lados, sangre, cuerpos, edificios ardiendo y derribándose, niños, mujeres y ancianos llorando sobre los caídos. El ejército enemigo resultando victorioso, tomó al resto de personas supervivientes, como sus esclavos.
Desde entonces, aquellos horribles eventos y la derrota total de los Reinos de Luz y Fuego, quedaron escritas con tinta-sangre en las memorias de los pocos sobrevivientes. Entre ellos las pequeñas princesas que fueron tomadas a la fuerza. A ellas se les casó con candidatos de otros reinos. Pero los dones nunca despertaron.
¿Qué fue de aquéllos despojos del Reino de Luz? Poco quedó en pie al pasar los años. Era propiamente un pueblo fantasma. Todas las noches se llenaba de voces y sonidos de personas que lloraban y clamaban auxilio, que se lamentaban por no haber podido recuperar lo que les pertenecía, y entre ello haber perdido el favor de los "dones" ya que las princesas no tenían descendientes, con ello se perdía la última esperanza.
En donde antes había estado el castillo del Reino de Luz, ahora era el cementerio de aquellos hombres caídos, además de los antiguos reyes. A oídos de los antepasados llegaban las voces y llanto de los últimos descendientes que ahora se reunían con ellos en el lugar donde el dolor ya no existe, donde reina la paz y hay alegría por volver a encontrarse con los familiares y amigos perdidos.
Entre esas filas de almas, caminaba Syaoran con un rostro ensombrecido, caminaba rumbo al lugar del juicio, pero le parecía haber caminado hacia allá durante siglos y sin avanzar apenas nada. Concentrado en su pesar de verse apartado de la persona que más amaba, le dieron alcance un grupo de sujetos que formaron una barrera en círculo en torno a él.
Syaoran detuvo sus pasos y alzó la vista. El más viejo de todos ellos dio un paso hacia él y habló así:
-Hijo mío, ¿qué haces aquí visitándonos tan temprano? ¿Dónde está tu mujer? ¿Es que acaso no escuchas su llanto? ¿Por qué has dudado de tomar a tu esposa y recibir el don que por derecho les pertenecía? ¡Hijo mío! Si tan solo hubieras abierto los ojos y creído en que ustedes habían sido bendecidos con ése poder que podía librarlos de sus enemigos y hacer prosperar el reino, herencia en la que todos nosotros dimos nuestras vidas por verlos a ustedes crecer con bien, en paz y armonía.
Syaoran comprendió que aquél hombre viejo era uno de los ancestros, uno de los antiguos reyes del Reino de Luz. El joven candidato bajó el rostro sin encontrar palabras para justificarse. Sus ojos contenían apenas las lágrimas. Luego, entró al círculo otro hombre, quedando al lado del primero. Habló de la siguiente forma:
-Puesto que ya estás aquí, quisiera que me acompañaras a dar una caminata. Sígueme.
El círculo de hombres se rompió para darle paso a Syaoran y al hombre, enseguida caminaron en pos de ellos.
El sendero se hacía visible conforme daban un paso, así que no era preciso saber hacia dónde se dirigían con exactitud. El joven luego de cierto tiempo que le pareció como cuatro o cinco días, tras varias meditaciones se atrevió a pedir:
-Si la princesa ha estado llorando por mí, si ella está sufriendo de alguna forma mi ausencia, os ruego que por favor me muestren la manera de volver a donde está ella para decirle que no debe preocuparse en absoluto por mí, que yo estoy bien ahora y –apretó sus manos en puño-...si ella se siente sola puede aceptar venir a un nuevo amor a su vida.
El hombre que caminaba por delante se detuvo un momento y el resto lo imitó.
-Ahora mismo pienso mostrarte lo que ha ocurrido con ella, con el Reino de Luz y el Reino aliado de Fuego. Pero no puedes intervenir, ni puedes hablar con ellos, tan solo verlos. ¿Aún así, quieres verla?
Syaoran sintió inundarse de alegría, pues volvería a ver a su esposa y por otro lado sospechaba que las cosas tal vez no fueran muy bien, así que estaba preocupado.
El grupo de personas dio un paso más y por obra como de magia el paisaje terrenal apareció bajo sus pies. El pasto verde, en lo más alto de una montaña, el aire atravesándolos sin mover de ellos un solo cabello, el sol que no les quemaba... todo daba indicios de ser el mundo terrenal. Desde ese sitio, Syaoran alzó la vista hacia el horizonte, en donde estaba asentado el antes Reino de Luz, ahora en ruinas.
Sobresaltado por el triste paisaje echó a correr montaña abajo, con los ancianos siguiéndole pero lentamente.
Al joven Syaoran las piernas no le dolían en absoluto al correr, ni podía sentir el suelo bajo sus pies, fueran piedras, charcos de agua, espinas, terreno escarpado o pozos, nada le afectaba. Al respirar no sentía que fuera el aire de los vivos lo que llenaba sus pulmones. Pronto entró entre las ruinas. Miró en todas direcciones en busca de vestigios de que aún vivieran seres mortales allí, en lugar de eso un grupo de espíritus errantes lo acorraló.
-Joven príncipe, ¿aún no ha llegado la hora en que brillará nuestro reino? ¿Cuánto más debemos esperar? Los ejércitos enemigos han hecho de nosotros polvo. Nuestra preciosa ciudad ahora es apenas unas rocas regadas por todas partes y sin orden. ¿Cuándo brillará la Luz prometida? Aún tenemos hijos por los cuales velar en éste mundo...
Syaoran temió ser tocado por alguno de aquellos desesperados espíritus. Se trataba más de un reflejo, una costumbre, que de pánico. Apenas hizo distancia de unos cuantos metros de con ellos y les preguntó:
-¿Dónde están vuestros hijos, aquéllos que todavía viven? ¿Dónde está mi esposa, la princesa de éste reino y dónde está la princesa de nuestros aliados?
-Mi señor, el enemigo se ha llevado nuestra familia y los ha adoptado como sus esclavos. Nuestra princesa ha sido robada igualmente para desposarse con los hijos del Rey enemigo. La misma suerte ha acontecido para la princesa aliada.
-¿Qué ha sido de su esposo entonces?
-¡Oh! El otro príncipe también fue muerto en batalla.
Syaoran se llevó la mano al pecho. La derrota total de los reinos de Luz y Fuego había sido por su culpa, por dudar en el último momento y ya nada podía hacerse por recuperarlo.
Los ancianos alcanzaron a Syaoran más tarde, lo encontraron conversando por los detalles de lo acontecido en la batalla, sobre los grandes luchadores, entre ellos el Maestro Kurogane y el Maestro Fai, sobre el poder asombroso del don de Fuego, sobre la fuerte autoridad que impuso el joven príncipe del reino aliado de Fuego.
Era hora de hacer otra caminata, en busca de la princesa, así que los ancianos Reyes dirigieron a Syaoran a otro sitio. Como siempre avanzando lentamente y con una paciencia sobrehumana, como si dispusieran del tiempo de la eternidad.
Cuando sus pies entraban serenos en los terrenos del reino del Cerezo, divisaron las primeras chozas y cabañas de los habitantes más pobres. Syaoran no reparaba en ello, tenía puestos sus ojos en las murallas del castillo. Le salieron al paso sin previo aviso un grupo de soldados que corrían en pos de una pobre mujer. Aquella mujer iba huyendo en dirección de Syaoran. Su vestimenta era propia de una aldeana de bajos recursos. Ella atravesó el cuerpo de Syaoran y en ese mismo instante una muy familiar sensación lo electrizó de pies a cabeza. La joven debió sentir aquello mismo porque a los pocos pasos de distancia tropezó y cayó al suelo, cuando el camino aparecía libe de obstáculos.
El grupo de soldados los acorraló. La mujer en su accidente había dejado caer su canasto, el contenido ahora estaba esparcido por la tierra: panes frutos, queso, una jarra de leche y un ramo de flores. Aquello quedó estropeado. La mujer sufrió algún rasguño en sus rodillas y manos pero esto no impidió que se diera la vuelta para ver detrás de ella en busca de ése algo o "alguien", culpable de su caída.
Entonces Syaoran abrió desmesuradamente los ojos al ver el rostro que había debajo de la capucha haraposa. Era su princesa, no había duda alguna, sus gestos, su cara, su belleza delicada, sus ojos verdes, su aspecto inocente. Ella se había convertido en una pobre mujer...
-El Rey ordenó devolverla al castillo, su majestad. Por favor no se resista –dijo uno de los soldados y ése la tomó del brazo para ponerle una cadena.
Syaoran alzó la voz y gritó
-¡No!
Arrojándose hacia la princesa para detener al soldado, descubrió que primero: no lo podían escuchar y dos: no podía intervenir en el mundo de los vivos. Su ser atravesaba todo tipo de objetos e incluso personas.
Los antiguos Reyes que observaban en silencio dijeron:
-Nuestra hija no ha podido dejar de ser la de siempre. Ella justo ahora iba a visitar la casa de la gente pobre de éste reino para darles un poco de comer. Necesita ir vestida así para no ser encontrada con facilidad y para no ser temida por la gente de aquí. Lleva haciendo lo mismo durante el tiempo que ha vivido bajo el techo del Rey de éste lugar. Ahora mismo la llevan de vuelta al castillo.
-¿En verdad no hay nada que podamos hacer? –Syaoran estalló-. Nosotros somos en éste estado, seres más poderosos, si se puede ver de otra forma.
-Ahora mismo hacemos lo que nos corresponde hacer –lo interrumpió uno de los antiguos Reyes.
Veía Syaoran cómo llevaban a empujones a la joven princesa. En eso, la mujer murmura algo con sus labios sin oírse voz alguna proveniente de su garganta, pero claramente entendible:
"Syaoran, amor, llévame contigo"
El príncipe conmovido, quiso coger a la chica entre sus brazos, sin embargo su intento fue inútil. Él se maldijo a sí mismo aún más, mientras la seguía, escoltada por la caravana de soldados.
Llegando al castillo, la condujeron a los aposentos reales, donde ya la esperaba su "esposo" impuesto.
-Otra vez escapaste del castillo –habló el hombre aquél en tono sereno pero con aire de impaciencia-. Cariño, ¿de qué sirve que alimentes un par de pobres con lo que se te da de comer a ti? Cada día te noto más delgada y enferma, si continúas así me veré obligado a encerrarte con cadenas.
El hombre tiró de la cadena que llevaba Sakura, para acercarla a él, mientras que un desesperado Syaoran intentaba romperle la cara al sujeto, pero el resultado era el mismo que golpear al aire.
-Cariño, es hora de que tú y yo ya consumemos nuestro matrimonio. ¿Has pensado en lo que te dije antes, verdad? Mi padre desea tener descendientes y pronto. Y como tú bien sabes, no hemos siquiera intentado una vez.
El hombre abrazó posesivamente a la princesa Sakura mientras que ella negaba sus palabras con un claro movimiento de la cabeza y oponiendo resistencia al mismo tiempo. Como pudo, valiéndose de artimañas, Sakura pudo liberarse del fuerte agarre y hacer distancia de un par de pasos, pero el sujeto tiró entonces de la cadena que aún sostenía, la cual atrapaba la mano de Sakura.
-¡Ahora lo haremos! Aunque no quieras. Si no es por las buenas, será a la fuerza.
El sujeto entonces tiró muy fuerte de la cadena, cuando Sakura luchaba por apartarse. Ambos escucharon el "crack" del hombro de la joven al momento del tirón. Sakura hubiera querido poder gritar pero la voz no salía, solo el gesto de su boca y rostro delataron el fuertísimo dolor de haberse quebrado el hombro. Con el brazo libre ella se apretaba en el lugar donde le dolía con mayor intensidad, mientras que se retorcía.
Syaoran no podía seguir viendo aquello y no hacer nada, pero le era imposible intervenir.
-¿Y cómo se supone que los que mueren descansen en paz, si al ver a sus queridos y amados que han dejado atrás, siguen padeciendo? ¿Cómo podré yo hacer que no veo nada? Su dolor me traspasa el alma y es un dolor más fuerte que la muerte misma. Quiero volver a estar con ella. ¡Quiero protegerla!
El círculo de ancianos Reyes se abrió para permitirle paso a un muchacho como de la misma edad y apariencia que Syaoran.
-¿Entonces qué demonios haces dormido todavía? Si de verdad la amas, entonces –entre penumbra distinguió que se trataba del candidato de la princesa del reino aliado de Fuego-... ¡Despierta!
¡Despierta!
La última palabra resonó muy fuerte dentro de su cabeza, de tal forma que lo despertó en el momento justo antes de morir. Tras un turbulento torbellino de visiones, terminó en la habitación-tumba de los Reyes del reino de Luz, recostado en la antigua cama. Su princesa y esposa al frente suyo, con las manos manchadas de sangre, su sangre. Volvió punzante el dolor por todo su cuerpo, Syaoran volvía a sentirse como un ser mortal al ultimo segundo de su vida.
Había vuelto en el tiempo o algo así, sentía como si hubiera caminado por años, pero tal vez también todo eso había sido un sueño o delirio causado por el veneno y el estar al borde de la muerte. Fuera lo que fuera, de una cosa estaba seguro ahora: de que se entregaría completamente a su mujer "en cuerpo y alma". Dio gracias mentalmente a los antiguos Reyes y al otro Syaoran por hacerlo despertar a la realidad.
-Lo siento –repitió Syaoran con lágrimas en los ojos.
-Syaoran, resiste, iré en busca de alguien que te ayude...
-No, quédate conmigo, será lo mejor.
El joven hizo un gesto con las manos para que Sakura terminara arrojándose a sus brazos, rompiendo en llanto aunque lo había estado evitando.
Con mucha dificultad, Syaoran apartó el vestido de la princesa, de su delicada y hermosa figura, que entonces contempló con demasiado pudor y valor al mismo tiempo. Syaoran era un costal de nervios, pero una vez que se había decidido no había marcha atrás.
Buscó indicios, alguna pista o señal que le dijera por dónde continuar y fueron sus manos caricias como pétalos de flor sobre cada punto de la piel femenina. Sakura estaba demasiado sorprendida como para poder apenas decir nada o simplemente resistirse.
Como el muchacho apenas podía moverse, fue ella quien tomó la iniciativa de robarle un beso a su príncipe. Lo único malo de ése momento eran las tontas lágrimas que no dejaban de salir a raudales por los ojos femeninos y masculinos.
Cuando las manos de Syaoran alcanzaban el punto más íntimo de la princesa, una pequeña luz se abrió paso en el cerebro de ambos jóvenes. Uno creía apenas haber encontrado una pista, la otra creía que moriría en ése momento junto a su príncipe si seguía acariciándola.
-Sakura... ya casi no puedo verte, perdóname si mis manos son un poco torpes y pudiera lastimarte.
-Estoy bien -y no creyó lo que dijo su propia boca casi enseguida, pero sus labios se movieron antes de poder detenerlos-. Continúa...
Syaoran abrazó a Sakura y giró sobre su costado hasta quedar prácticamente sobre ella. Fue una proeza que le robó demasiado de sus escasas fuerzas, por lo que tuvo que hacer una pausa. Ya su respiración era entrecortada con solo el dolor y agonía, ni hablar de los esfuerzos por moverse y su propio pudor.
Al recobrar un poco el aliento y coger algo de valor extra, propio de su ser, solamente hizo una pregunta antes de continuar:
-¿Está bien que sea conmigo?
-Si no eres tú, no podría ser feliz, nunca –aseguró Sakura con mucha firmeza, tanto que Syaoran quedó completamente convencido.
Fue cuando finalmente se unió a su princesa, tal y como sospechaba debía ser, según como acababa de comprender por su propio instinto. El corazón le latía a mil por el solo hecho de intentarlo e incluso trató de ser lo más cuidadoso posible. Como en todo, tal era su forma de ser. Sakura más bien comprendió desde entonces, con esa experiencia. Al fundirse los dos en uno solo, al igual que con los príncipes del reino aliado de Fuego, sus cuerpos comenzaron a brillar. En éste caso se trataba de una luz intensa de destellos blancos que convirtió sus cabellos, ojos, piel en un blanco puro.
Sakura se abrazó con fuerza a Syaoran usando brazos y piernas, deseando no soltarlo jamás. Por otro lado, las heridas de Syaoran fueron desvaneciéndose al recibir directamente aquéllos vestigios del don recibido, referente a la Luz. Su cuerpo literalmente se volvió luminoso, sano, fuerte y le volvió el alma.
-¡Maldita sea! Me siento como si hubiera perdido diecisiete años de encima.
-¿Tantos? ¿Y luego entonces serás un bebé recién nacido o qué? Ya no podríamos hacer lo que hacemos ahora.
Bromeó Sakura animada por la hora sonrisa de su esposo y en parte también por sus propios nervios. Ella también podía sentir el cambio, si en un principio había resultado ser un poco "doloroso" el unirse a su esposo, la molestia que el cuerpo pudiera sentir se había desvanecido y quedado solo el cosquilleo electrizante. Syaoran mismo comenzaba a perder el miedo y ahora que sus sentidos volvían a la normalidad y que volvía a ver a su mujer nítidamente, se arrojó a ella sediento de su amor, cariño y ternura.
-De ahora en adelante te protegeré, siempre. No te dejaré sola. Lo prometo.
Sakura no comprendió a lo que él se refería, pero el orden de palabras era dicho con tanta calidez y seguridad que no pudo más que sentirse protegida allí, vulnerable a sus besos y caricias. Sin embargo, aunque todo pareciera ir bastante bien, el don de Luz todavía no despertaba en plenitud, aunque ellos lo dieran por hecho.
El tiempo apremiaba, el enemigo estaba dando alcance al pequeño ejército del reino de Luz y Fuego. Ya se desenvainaban las espadas y ya gritaban los guerreros creando el pánico.
El joven príncipe, en brazos de la princesa del reino de Fuego, abrió apenas sus ojos y ésa era toda su fuerza y era su mayor dicha contemplar el rostro de aquélla mujer tan amada en el último momento quizá de su vida.
-No moriremos aquí –fue la voz firme de su Sakura, la que lo sacó del pensamiento de la muerte-. Viviremos y ganaremos ésta batalla. Dentro de poco veremos el don de Luz, estoy segura. Y nos ayudará a pelear.
El joven volvió a cerrar los ojos confiando en que así fuera.
Entretanto, la princesa del reino de Luz y su esposo hacían una pausa.
-Me pregunto si lo estamos haciendo bien –comenzó a decir Syaoran-, es decir, estoy muy contento de estar aquí contigo y siendo parte de esto, de tu amor, de tu calidez; esta es una bendición muy grande ya por sí sola y siento deseos de compartirla.
-Me sucede lo mismo –afirmó Sakura, apoyándose con un asentimiento de cabeza.
-Desearía que toda la gente del mundo pudiera sentir la misma alegría que yo siento, la misma tranquilidad, dicha, emoción, euforia. Ahora mismo quisiera gritarlo como un loco, que todos me oigan, que todos salten de júbilo. Es así como me siento yo por dentro, mi corazón y cuerpo están atravesados por tu Luz, mi preciosa y amada esposa. Y éste don me inunda, siento que es demasiado para que yo solo lo tenga, le pertenece a toda nuestra gente porque lo hemos estado esperando juntos y hemos peleado juntos por él. Por lo tanto debo salir ahora mismo y mostrar ésta Luz a todos.
-Yo opino igual, pero ¿cómo haremos para dársela a todos, uno por uno? Nos tomaría demasiado tiempo. Ya muero de ansiedad porque mi gente pueda vivir en paz y tranquilidad, volver a unificar a nuestro reino y hacerlo prosperar.
Estos y otros muchos deseos fueron pronunciando en voz alta, sacando de sus inocentes corazones sus mejores intenciones, mostrando su lado de bondad y servicio. Miles de osas se les ocurrían en ese momento. Tal afinidad de pensamientos los acercaba uno al otro más y más. Syaoran y Sakura terminaron su discurso con un apretado beso, uniendo sus alientos de tal forma que una vez iniciando ya no deseaban detenerse y así estimularon sus labios, lenguas y bocas; teniendo un apetito que en definitiva nunca habían sentido antes.
Se incorporaron, sentándose ambos, Sakura encima del hombre sin dejar de besarlo. Se sujetaban por la nuca, revolviéndose uno al otro el cabello, como si temieran romper el beso "encantado".
Al igual que con los otros jóvenes, cualquier trozo de piel, cualquier miembro, el menos sensible, al recibir el más mínimo roce, era estimulante en grandes dosis. No era de extrañar que la conexión que mantenían juntos, más el beso prolongado los hiciera llegar a un alto grado de excitación que por poco los hiciera llegar a la culminación de ése momento. Syaoran rompió un segundo el beso, temiendo ya que se estuviera pasando de aprovechado. Echó el rostro a un lado y tratando de encontrar algo distinto en lo que pensar para calmarse un poco el deseo creciente de continuar y no poder en definitiva hacer la retirada.
-Ya deberíamos ir con los demás y...
No se dijo más, cuando una descarga electrizante recorrió su espalda. Era que la princesa lo acariciaba haciéndolo callar, utilizando su propio cuerpo y piel para ello. Las manos ascendían y descendían por el camino de su columna casi totalmente recta; ella empujaba y deslizaba su propio torso contra él, de modo que parecía incitarlo a continuar con lo de antes. Sakura apoyó la cara en el hombro de su esposo y proporcionó pequeños besos por su cuello y nuca.
¿Dónde rayos había aprendido a comportarse así? Ni ella misma lo sabía, solo estaba haciendo aquello que le inspiraba el hecho de ver a Syaoran. Él en cambio, seguía manteniendo una lucha interna por no sobrepasarse y abusar de la situación y ventaja. Sus genes de hombre caballeroso con mezcla de bondad e inocencia estaban haciendo presa de él nuevamente; así que soportó bastante quieto la "tortura". Pero rayos, ¡qué bien se estaba sintiendo! No podía negar que quería un poquito más, solo un poquito, se dijo.
Devolvió el rostro hacia Sakura, para iniciar a devorar su boca, enseguida la abrazó más apretadamente contra él, logrando fundirse más y más profundamente con ella.
-¿Escuchas mi corazón? –Murmuró ella contra sus labios-. Tiene rato diciéndome que quiere sentirte más y más.
-Yo creo que ha sido suficiente por ahora, ¿no crees? Me preocupa que pudiera estar lastimándote o no sé. Se siente un poco apretado allí dentro.
-Estoy bien –se sonrió con sinceridad-. De hecho, me preguntaba si no soy yo quien te lastima.
-¡Descuida! –Syaoran hablaba bastante nervioso en comparación con Sakura-. Yo estoy bien.
A punto de morir, mentiroso. Estaba a punto de tocar el cielo... hipotéticamente hablando y Sakura lo terminaba de empujar a ésa dirección. Decidió que no estaba ya muy cómoda en ésa posición e iba a acomodarse para estirar las piernas. El hecho de levantar la cadera y acomodarse como tenía en mente, hizo el jaque mate para el pobrecillo de Syaoran. Gimió el nombre de Sakura suplicando por su vida, haciendo lo imposible por contenerse. Ella entonces se puso lo más quieta posible, pero era obvio que también había sentido un poco de placer momentáneo.
-Dime, Syaoran...
El rostro del chico era una mueca prácticamente. Se mordía el labio, contenía la respiración y sus cejas casi se unían de tan presionado que tenía el entrecejo.
-Necesito moverme un poco más, casi no siento mis piernas –comentó Sakura-, dime que no te molesta si yo...
Más despacio, Sakura hizo girar su cadera, de modo que fuera un movimiento casi imperceptible, pero de nada sirvió. El hombre resopló contra su oído, nuevamente y pronunciando algo difícil de entender.
Las manos de él se adueñaron del contorno de ése "tormento" femenino para dirigirlo.
-¡Syaoran!
En cuanto ella quería especificar que le daba vergüenza que la sujetara así por detrás, el azote de nervios le impidió pronunciar palabra. Su estrecha cintura giraba, descendía y subía guiándose por el movimiento de las manos del joven.
Ya era vergonzoso desde el principio y ahora esto.
Ni uno ni otro se atrevía a decirlo, claro. ¿Era correcto así? No se podría decir con exactitud. Lo que sí veían era hacia su interior, les agradaba la compañía y podían sentirse tranquilos en el sentido de que habían escogido a la persona correcta para vivir juntos el resto de sus vidas. Se amaban, se correspondían, se complementaban. La fuerza de atracción mutua era lo que les impedía separarse, teniendo en cuenta su mucho pudor y vergüenza. En palabras simples: "eran el uno para el otro". ¿Qué más haría falta explicar?
-Te vez muy sexy con la cara roja, Sakura.
-Y tú haces cosquillas –trató de reír, pero lo que salió fue otro de tantos suspiros.
Una onda de luz parpadeó proveniente de sus cuerpos, dibujando un círculo debajo de ellos. Ambos lo habían sentido. Confundidos se miraron, pero no se detuvieron allí, al contrario, avanzaron concentrándose en ésa cada vez más alta sensación de satisfacción.
Syaoran por su parte, volvía a sentir un cambio, el verse con más fuerza, pese a que prácticamente cargaba a Sakura, no estaba demasiado exhausto.
En ambos la sensibilidad aumentaba de forma alarmante. Desde el centro mismo de sus corazones golpeó otra onda expansiva de Luz, ésta se abrió más allá de su vista, abarcando el castillo entero. Algunos de los que peleaban allí dentro se percataron de aquello, fueran enemigos o no los que fueron tocados por aquella Luz hicieron una pausa soltando lentamente sus armas, acto seguido fueron curándose sus heridas y llenándose de fuerza. Solamente aquellos que eran enemigos de ésa Luz, quienes no la deseaban, ellos no experimentaban ningún cambio, pero podría decirse que el Don tenía un poder misterios que hacía aliados a los mismos enemigos. Aquellos que fueran demasiado malvados eran capaces de resistirse apenas.
A pocos segundos otra onda luminosa se extendió con más fuerza y llegó a varios metros de distancia del edificio, dejando a su paso nuevos enemigos convertidos en aliados y sanando heridas. El mismo suelo cambiaba, la tierra desde lo profundo se volvía más fértil, las plantas y animales también experimentaban un cambio en belleza, fortaleza y salud. Todo se "bendecía" al paso de la Luz. Y así sucesivamente, fueron apareciendo ondas de luz cada vez más seguido y cada vez más lejos. El don de Luz comenzó a llenar de confianza y valor los corazones de la gente. Retomaron sus armas para ir directo al frente de batalla junto a la princesa del Reino de Fuego y su esposo, quienes aún no recibían la Luz y necesitaban de toda la ayuda posible.
El Maestro Kurogane y el Maestro hechicero Fai protegían valerosamente a la princesa. El enemigo retrocedía ante el poder de su espada combinada con la magia. No obstante seguía siendo un círculo muy apretado en torno a ellos y mantenerlo les exigía fuerza de modo que poco a poco estaban agotándose. En un momento de distracción, el Maestro Fai estuvo a poco de ser alcanzado con el filo de un hacha y el Maestro Kurogane se enteró en el último segundo, logrando interponerse para salvarlo, aunque el precio fue su mismo brazo izquierdo. La sangre comenzó a brotar instantáneamente a borbotones, salpicando a todo el que estuviera cerca. El Maestro Kurogane no se dejó fastidiar por el dolor y continuó luchando y haciendo rodar cabezas y cuerpos antes que preocuparse por sí mismo. Aunque era evidente que su golpe de espada ya no era igual de fuerte. Fue viéndose en la imperiosa necesidad de dar pasos hacia atrás, puesto que el enemigo comenzaba a dominar aprovechándose de la situación. En un segundo, tanto los Maestros Kurogane y Fai junto la princesa y su esposo del Reino aliado de Fuego, tenían blandidas alrededor del cuello por lo menos diez espadas cada uno. Finalmente acorralados.
Al mismo tiempo, en el castillo, la princesa del Reino de Luz se preguntaba si podría resistir tanto poder dentro de su ser, sostenerlo activo durante el tiempo necesario que durara la batalla; de no ser así, ¿sería capaz de...?
-Syaoran, si terminamos rendidos, ¿siempre podemos volver a repetirlo, cierto? ¿Amor?
Sakura buscó la mirada reconfortante de su marido cuando al contemplar sus ojos, la expresión encontrada fue de lo más diferente a la usual amabilidad o dulzura o alegría de siempre. El carácter de Syaoran seguía siendo el mismo, solo que a ésas alturas el Don de Luz hacía que adquiriera un aspecto de hombre maduro, casi no humano; en forma semejante que con el otro Syaoran. Sakura resistió atrapada entre sus brazos, siguiendo el ritmo de su caprichoso movimiento en el momento mismo en que todo su ser estallaría hasta la última célula. Syaoran la ayudó a llegar al clímax junto a él, sin apartarse de su lado un solo segundo.
Ella fue la que gritó al sentirlo.
Esta vez no fue solamente una onda de Luz. Se alzó en primer lugar como una columna luminosa que llegó más allá de las nubes, el diámetro de aquella era el mismo castillo. Los que quedaron por ella veían como si desaparecieran, pero era que desaparecían las sombras junto con su oscuridad. Un simple efecto óptico.
Una vez que aquella luz tocaba el cielo, muchos de los que luchaban en batalla la vieron. Los enemigos presintieron algo grande a punto de aplastarlos.
Syaoran del Reino de Fuego vio que las espadas alrededor de su cuello temblaban de pánico. Él solamente sonrió malévolamente y dijo:
-Es su fin.
La columna de Luz estalló entonces dando miles de ondas y alzándolas a su alrededor con rapidez, cubriendo el Reino entero junto a gran parte de los territorios vecinos. Quien deseara acoger el Don, era curado de sus heridas, enfermedades, incluso hasta su estado de ánimo cambiado por dicha. Tal había sido el deseo de la princesa y su candidato del Reino de Luz.
Aquellos que por el contrario, no quisieron acoger la Luz, simplemente no les afectaba en forma alguna, más sin embargo les aguardaba un importante peligro: Syaoran del Reino de Fuego acababa de recobrar su fuerza y su coraje, debido al don de Luz que entonces lo volvía su "paladín", lo inundaba de fuerza para pelear.
El muchacho empuñó nuevamente su espada, pidió a su esposa el permiso y bendición para continuar. Ella le hizo una advertencia severa:
-Si te atreves a morir, jamás en mi vida volveré a besarte.
Syaoran se sonrió, tomándolo como un permiso efectivo.
-Será un placer volver a recibir sus besos, mi terrorífica dama.
-¿A dónde crees que vas, "vestido" así? –Sakura giró el rostro cuando Syaoran se puso de pie, saliendo de la manta que los cubría a ambos.
-Yo no veo que tenga algo encima –Kurogane levantó del suelo su brazo, sopló para desempolvarlo y enseguida poner a prueba el don de Luz. Su herida sanó completamente incluyendo la movilidad de su miembro.
-Eres libre de caminar por allí, al descubierto en pleno momento del don de Luz –bromeó el maestro Fai luego de silbar-. O si lo prefieres, un toque de magia para hacerte un atuendo de acuerdo a ti.
Syaoran del reino de Fuego arqueó una ceja, notoriamente molesto.
-Considerando el último atuendo que me dio, creo que me apetece ir desnudo, gracias.
-De acuerdo, adelante –siguió riendo el maestro Fai-. Su majestad, ¿usted también apetece algo para llevar?
Hizo una reverencia a la princesa y acto seguido, haciendo uso de sus artes de magia confeccionó unos atuendos para Sakura y Syaoran utilizando la manta que ya tenían ellos. Como las ropas eran adecuadas e incluso con motivos de fuego, Syaoran en lugar de agradecer, frunció el entrecejo y apuntó su espada al honorable maestro Fai.
-¿Por qué no lo hizo antes? ¡Pude haber tenido un mejor traje para el día de la boda!
-Lo siento, no se me ocurrió. ¿Quieres pelear?
-Me temo que no hay tiempo –una voz conocida detrás de ellos los hizo volver los rostros. Syaoran y la princesa Sakura del Reino de Luz llegaban a reunirse con el grupo-. Perdón por la tardanza. Bonito atuendo.
El Syaoran ojo-azul retomó su malévola sonrisa.
-Lo mismo digo, mis pequeños aprendices. ¿Les sirvieron mis lecciones? Me pregunto por qué abandonaron sus aposentos tan rápido, aún tienen las caras rojas como la grana.
-¿De cuáles lecciones y cuáles caras rojas estás hablando? –refunfuñó el otro.
-Contemplen el resultado de tu bonito don –le cambió el tema y todo el grupo alzó la vista al terreno de batalla. Los enemigos postrados cabeza en tierra, pidiendo misericordia y desistiendo de tomar las armas. Solamente se veían correr unos cuantos, aparte de aquéllos que se resistían a seguir atacando, un número bastante escaso de hombres.
-Acabaré con ellos de un solo golpe –dijo Syaoran del Reino de Fuego haciendo aparecer flamas en el filo de la espada, como vestigios de su don. A su lado, Syaoran del Reino de Luz mostraba igualmente su espada, que destellaba con luz propia.
Rápidamente el enemigo fue totalmente sometido. Fue una de las más grandes batallas que el Reino de Luz y el Reino aliado de Fuego libró a fin de conseguir la unificación de los reinos. Apenas era el comienzo, un pequeño paso. Sin embargo, éste relato habla solamente del tiempo del despertar de los dones de Luz y Fuego. Lo que acontece para unir a los reinos y su largo camino por recorrer todavía, merece un texto aparte, más detallado.
En concreto, mientras los dos reinos permanezcan en amistad, mientras conserven los dones y los usen, difícilmente el enemigo tendrá poder sobre ellos; es por eso que se hizo especial énfasis en la forma en que ambas princesas y sus candidatos hicieron lo posible por obtener los dones y hacer brillar la esperanza en los corazones de su gente.
Se hizo una de las más grandes fiestas del reino en ése día victorioso, se engalanaron los héroes de guerra en sus mejores trajes y dieron a su gente la noticia ya obvia de las bodas, juntando así dos importantes festejos. A su vez, los honorables esposos de las princesas presentaron a la gente a sus padres y hermano. Todos les acogieron con amabilidad y gusto. Ese día fue de regocijo y todos brindaron por un futuro mejor.
Ajeno a ésa algarabía, un sobreviviente enemigo maldecía para sus adentros a los jóvenes candidatos y a sus princesas: era el Rey del Reino del Cerezo quien oculto en la oscuridad de su castillo, conspiraba contra los del Reino de Luz y Fuego. Pensaba él en cómo derrotar incluso a los mismos dones. Si era necesario valerse de algo más que fuerza humana, conseguiría refuerzos de otro tipo de fuerza, entonces recurriría a la Magia.
FIN de "Luz y Fuego"Hice un pequeño fancomic con respecto a ésta historia, y lo que sucede en él es con respecto a un suceso después de ésta historia de luz y fuego... Lo pondré en otra publicación por si gustan verlo.
Se titula "Tímido esposo"
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Luz y Fuego
FanficHace muchos años, en el reino de luz y em el reino de fuego, existía una leyenda, según la cual las princesas de ambos reinos podría obtener un poder especial para proteger a su pueblo. Dicho poder solo podría adquirirse si se cumplían ciertos requi...