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Syaoran del reino de Fuego recostó con delicadeza el cuerpo de su amada princesa que se había desmayado y agotado hasta el último músculo, ahora sin fuerza. Recogió sus piernas y le echó el manto encima, cubriéndola totalmente. Luego de estos mínimos cuidados se puso en pie, aún golpeándole el cúmulo de sensaciones por cada parte de su ser. El fuego que lo rodeaba por fuera y que era aún más vivo dentro de él, lo llenaba de una fortaleza que nunca antes habían experimentado. Lo notó desde el mismo momento que sujetaba su espada que le pareció podría hacerla polvo en el puño, tan ligera que, tenía que verla para estar seguro de que la tenía en su mano. El reflejo que le devolvió la hoja no era el de un muchacho, se parecía más a un ser sobrenatural, una especie de deidad, un enviado del cielo o algo igual de significativamente grande. Ya no parecía un humano.
Corrió la cortina de la tienda y salió de ella con paso firme, todavía desnudo, pero era lo menos importante cuando un fuego como aquél estaba por todas partes y lo envolvía. Su expresión era severa, dura, rígida... cual ser sin sentimientos. Solo su alma guardaba la enorme dicha recientemente vivida. Más aún, era tal su estado que parecía estar en un trance y que se movía por una voluntad que no era la suya.
Kurogane fue el primero en verlo y sin entender ni cómo o por qué, inclinó no solo el rostro en tierra, sino todo el cuerpo. Quiso mover algún músculo por levantarse, inútilmente. Se preguntó en el pensamiento: ¿por qué?
-Porque tu lealtad a la princesa es total. Ten calma, el Fuego no te dañará –le dijo Syaoran como oyendo su pensamiento. El muchacho siguió de largo y con Fay ocurrió cosa semejante. Después de ellos todas las multitudes, fueran propios o extraños, aliados o enemigos, muchos fueron los que se inclinaron al solo verle. Nadie era capaz de sostenerle la mirada que irradiaba una luz tan intensa como el mismo fuego.
Una anciana del reino de Luz se quitó su reboso al sentirlo pasar y lo puso en su camino. Syaoran se detuvo antes de tocarlo. Inexplicablemente como lo ocurrido con Kurogane, cogió la prenda con amor sobrehumano y se lo devolvió a esa mujer, diciéndole:
-Aunque usted llegue a faltarles a sus nietos, mientras ellos conserven su recuerdo con ésta prenda, ellos estarán bien.
Se levantó y siguió caminando, con rumbo a las primeras filas del enemigo: aquéllos entre propios, aliados y enemigos que no se habían inclinado.
Uno de esos horribles seres que se iba ennegreciendo debido al fuego, corrió feroz con espada en mano para atacarlo. Antes de siquiera darle alcance, su cuerpo se volvió cenizas. Syaoran siguió caminando, alzó la espada y la agitó como ordenando a fuego borrar del mapa a los enemigos. Aún a distancia de ellos los alcanzó su poder. El temor se fue apoderando de los corazones, otros más se inclinaron suplicando piedad apenas a tiempo de ser calcinados.

Syaoran del reino de Luz y su princesa vieron facilitado su camino. El fuego que los rodeó, les llenó de una felicidad que no supieron comprender. Para ellos no daba ningún efecto, al contrario, los protegía por lo que pudieron avanzar más rápido y pronto estaban atravesando la primera muralla del castillo. Se cerraron las puertas a sus espaldas y cuando estuvieron a salvo un susurro asaltó a sus oídos:
No tarden demasiado, podemos detener el enemigo pero por unos instantes solamente

Syaoran del reino de Fuego se detuvo al llegar al más claro límite en que a sus espaldas quedaban los que ponían rostro en tierra y frente a él aquellos que lo retaban a dar un paso más. Syaoran barrió con la punta de su espada el suelo, dibujando un medio circulo. De allí hacia delante hizo arder el mismo suelo hasta que este ardía a tal punto cual si de lava se tratase. Abrió así una gigantesca grieta que ni hombre o animal podría saltarla fácilmente sin valerse de otros medios. El muchacho desapareció y reapareció del otro lado frente a frente de las primeras filas de los ejércitos enemigos. La primera línea se abalanzó sobre él. Igual que antes, a poco de poder siquiera alcanzarlo, sus cuerpos se transformaron en una nube negra de cenizas, que se azotaría sobre su rostro sino fuera porque el mismo Fuego parecía querer impedir que partícula alguna de esas lo tocara.
Mientras desaparecía la cortina de cenizas la segunda fila de guerreros tomaba forma peligrosamente cerca.
-¡Maldición! Ése chiquillo e demasiado arrogante, quiere encargarse él solo –gruñó Kurogane fastidiado de no poder mover siquiera un dedo y solo quedarse observando.
-Syaoran-kun siempre ha sido así de solitario, ¿no? –el maestro Fay deseaba poder estar en posición para realizar algún conjuro, pero el mismo Fuego volvía nulos sus esfuerzos.
-Él desea de corazón protegerlos a todos. Es por eso que él carga con la responsabilidad del don de Fuego.
-Princesa... ¿va a dejarlo? –el maestro Kurogane vio pasar un par de pies ligero y reconoció la voz.
-Me tocaba a mí tomarlo, lo vi entre sueños, pero él se ha negado robándomelo.
-No entiendo a qué se refiere, pero será mejor que alguien le diga que se detenga, él solo contra esas multitudes, eso es... simplemente imposible –urgió Kurogane.
-Gracias por vuestra lealtad, queridos míos. Voy a reunirme con mi esposo, sé que su cuerpo no lo soportará, por mucho que su espíritu sea inquebrantable.
-¿Usted irá? Pero... -el maestro Fay alzó un poco el rostro, preocupado.
-Tengo que ir.
Sakura llevaba puesto el manto encima, mismo que arrastraba un poco por detrás.
-Syaoran eres un terco, imagino con certeza que no podré detenerte, pero si vas a caer en medio de esta guerra, no estarás solo.

Luz y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora