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Tanto tiempo aguardando que llegara ese momento. En el segundo mismo que Syaoran entraba a la tienda, su determinación era tal que, cuando escuchó la voz de su esposa llamándolo, se olvidó completamente de su actitud servicial hasta entonces estrictamente observada, para hacer lo que su corazón le dictaba, lo que los sueños le sugerían y lo que el cuerpo le reclamaba.
-No te me acerques con ese vestidito que te lo destrozaré.
-Está bien, no pienso conservarlo –sonríe él desgarrando el vuelo de la falda con su propia espada, abraza a Sakura quitándose al mismo tiempo los guantes con un jalón de los dientes. La niña cabe muy bien en su regazo, se da cuenta. No se da tiempo a más contemplaciones, para besarla a los labios con desesperación e invitándola a recostarse.
Inconcientemente o no, busca sus tobillos, cruzándolos con los propios.
-Tienes medias... -reclama la princesa.
Él, molesto por tales observaciones, mira en torno, alza el brazo para echarse una manta amplia a sus espaldas y con torpeza causada más bien por la prisa se libera en un par de movimientos del molesto vestido, destrozándolo sin piedad o miramientos. Sakura desvía la cara, no quiere ver más esos ojos desiguales de color.
-¿Alguna vez imaginaste que sería así?
-No medias, no vestido ¿puedo continuar?
-No me hables en ese tono.
Se aseguró de sostener su espada en una mano fuertemente, mientras que con la otra atrapaba a la niña por las muñecas, con el peso de su cuerpo la capturaba y la boca era con lo único que contaba para recoger lo que estuviera a su paso, besar arrebatado. Decidió clausurar sus oídos a todo reclamo de su esposa que le ordenaba inconciente o no, que él se detuviera, que fuera despacio; por más que insistiera, gimiera o se torciera bajo él...
Si Sakura fuera sincera consigo misma, en ese momento más bien agradecería, pero tantos años de órdenes y seriedad le impedían comportarse diferente, no obstante su esposo tenía en mente ablandar ese corazón, amoldar ese cuerpo, acostumbrarlo a él. ¿Era mucho pedir sentirse amado solamente? ¿Estaba mal querer estar por ella más que por el deber? Esas cuestiones surcaban por su mente cuando grababa con su boca un recorrido que antes solo había existido en sus sueños, logrando erizar aquélla delicada piel, haciéndola temblar de ambas formas: de emoción contenida y un naciente temor de enterarse hasta dónde el amante sería capaz de llegar.
-Supongo que lo sabes, lo que estás haciendo...
-¿Ah?
El muchacho alzó la barbilla, mientras que Sakura le lanzaba una mirada que hería su orgullo, lo deshacía en polvo y muestra de ello era el rubor que asaltó su cara junto con el vergonzoso silencio que le siguió. Frunció el ceño y enfrentó la femenina mirada.
-En teoría. No se supone que lo haya hecho antes.
-Pero... -balbuceó la princesa.
-No me cuestiones.
Sakura le arrojó fuego por los ojos. Nunca antes la habían interrumpido al hablar.
-Si tanto deseas se la protagonista... -mientras lo meditaba le soltaba de las manos.
-Aunque seas mi esposo, tienes que guardar ciertos modales. Claro que soy yo quien... manda aquí...
Tartamudeó al final con la falta de aliento. El muchacho no pedía permiso para nada, eso la molestaba, más bien comenzaba a tomar forma el temor cuando él pretendía desprenderle de su investidura de princesa, queriendo desatarle esas ataduras de arrogancia, haciéndola temblar desde sus cimientos de dureza. Siempre sin soltar la espada ni dejar del todo libre a su bella presa, fue capaz de ir bajando el blanco estorbo.
Mente y corazón quién sabe si soportarían. En semejante situación no tenían escapatoria, reprimir sus emociones le estaba costando y no era el único. Ella se debatía por mantener el rostro firme en su expresión más fría, mientras le enterraba los dedos en la espalda.
Acto seguido, cuando la mitad de su cuerpo estaba libre de la blancura de la tela, ambos se sobresaltaron al oír que alguien entraba abruptamente. Syaoran no lo pensó dos veces: se inclinó a cubrir el cuerpo de su esposa con el suyo que tenía encima la manta y al mismo tiempo con un movimiento rápido desarmó y atravesó el cuerpo del intruso con la espada.
La pareja volvió a la realidad de un solo golpe, viendo cómo caía la víctima imprudente al suelo. Ése, si hubiera visto los ojos de quien lo atravesaba, aún muerto se pararía de allí y largaría arrastrándose inmediatamente suplicando piedad. Sakura misma nunca antes lo había conocido así de enfadado. Tragó saliva, mientras los ojos se le humedecían.

 Tragó saliva, mientras los ojos se le humedecían

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