Capítulo 4

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-¿Te encuentras bien? -pregunta Mauro.

La joven parpadea un par de veces, traga saliva y asiente.

-Solo fue un descenso...un bajón de azúcar -disimula ante la mirada inquisidora del Comisario Hidalgo.

-No culpe a la diabetes -reclama el jefe, haciendo referencia al padecimiento de la joven-. ¿Debería enviarla de regreso a casa o puede con esto?

-Puedo -contesta con seguridad, poniéndose de pie al instante.

-Bien, porque se encargará de este desastre, detective Dubois -informa, señalando con su índice el cuerpo de Lucas.

-¿Hora de la muerte? -pregunta Mauro.

-Por la temperatura del cuerpo diría que entre las veintidós y veintitrés horas, pero estoy seguro de que no lo asesinaron aquí, y por el nivel de palidez se pasó un tiempo en posición fetal una vez muerto -responde el Comisario-. Los forenses determinaron que la causa de muerte es asfixia y que...fue decapitado después de fallecer.

-Llevaba desaparecido una semana. ¡Dios! No sé si soportaría ser torturado durante tanto tiempo -pronuncia Mauro notablemente apenado.

-¿Quién encontró a Lucas? -demanda Marian.

-Roger, el pescador -menciona Hidalgo-. Fue llevado a Comisaría para tomarle declaración, se veía bastante afectado.

-Todos lo estamos -apunta Mauro-, no habíamos tenido una muerte tan inesperada desde la de -frena en seco sus palabras y dirige rápidamente la mirada hacia Marian-. Lo siento, yo...no pretendía recordártelo.

-Dilo -ordena Dubois. Pero su compañero no se atreve a pronunciar el nombre para no herir emociones, así que Marian concluye la frase por él-. No habíamos tenido un asesinato como este desde el de Arturo.

-A eso me refería -añade Mauro un tanto apenado.

-Esperemos que no ocurra lo mismo que sucedió con el caso de mi esposo, ¿cierto, Comisario? -sisea sagaz, recordando el momento en que cerraron la investigación por falta de evidencias.

-Para ello encárguense de encontrar al culpable -exige Hidalgo-. No quiero a alguien tan detestable dando vueltas por mi pueblo.

-¡Eso haremos, jefe! -exclama Mauro mientras que Marian solo asiente obediente. El jefe da media vuelta y comienza a ascender por la empinada colina, de regreso a la carretera-. Si necesitas tiempo, solo házmelo saber.

-No tienes que preocuparte por mí. Soy capaz de separar mis emociones del trabajo.

-¿Incluso tratándose de Lucas? -duda Mauro. La joven Dubois lo observa fijamente, ocultando el dolor que le produce acercarse al cadáver del pequeño porque le hace rememorar la muerte de su esposo, y termina afirmando.

-Incluso tratándose de Lucas -sentencia.

-Me parece perfecto porque acaban de informarme que el Alcalde y su esposa están esperándonos en Comisaría -avisa Mauro-. Imagino que prefieres darle...ya sabes...la noticia. De no ser por ti, los Ortega no hubiesen pensado en adoptar a Lucas.

-Eso haré -asegura Marian. Echa un último vistazo al cadáver, deja salir un suspiro y opta por voltear la mirada. Pero justo cuando sus ojos planean retirarse del cuerpo, vislumbran un objeto que ha pasado desapercibido para los demás espectadores de la escena-. ¡Demonios!

-¿Qué ocurre? -pregunta el oficial, intrigado por la extraña conducta de su compañera. La detective avanza hasta donde yace el pequeño.

-¡Aléjense! -pide a los forenses-. Dime...dime que estás viendo lo mismo que yo -suplica a Mauro y señala con su índice el ave tallada en madera que descansa a un lado del cadáver-. ¿A qué fecha estamos?

-Diciembre veinticuatro -menciona el hombre y al instante un atisbo de comprensión se plasma en su rostro. Clava la mirada en Marian, suspira y casi sin voz, sentencia-. Ha firmado el crimen...está de regreso.

-No puede ser casualidad. ¡Creí...creí que se había marchado de Escamez! -exclama la detective Dubois.

-Créeme -pronuncia Mauro-, nadie se marcha de este pueblo para nunca volver, y El Búho no es la excepción.


Las risas de Escamez TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora