Capítulo 5

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SEIS AÑOS ANTES

Las manos de Marian sostienen la taza de té que alguien preparó para ella. A un lado, en el sofá favorito de los recién casados, descansa la canasta y el soñoliento recién nacido.

Afuera todos corren preocupados como si se acercase una tormenta de nieve. Los oficiales registran el perímetro, pero es la tercera vez que los perros pierden el rastro a pocos metros de la escena del crimen.

Marian prefiere retirar la mirada del inmenso ventanal y centrarla en la infusión. Su llanto es tan intenso que algunas lágrimas caen directo a la bebida y terminan mezclándose con ellas. La imagen de los peritos forenses cubriendo el cuerpo de su esposo, con aquel manto de nailon negro, se repite como un carrete de película. Los ojos de Marian repasan cada espacio del salón. Es dolor, un dolor agonizante y nostálgico, lo que siente al notar que las copas de vino se quedaron a medio servir. En la diminuta mesa de centro los bombones parecen esperar a ser degustados. Los cojines sobre los que tiene la espalda recostada conservan intacta la fragancia de la colonia masculina que nadie no volverá a usar.

Las cosas aparentan estar igual, como si Arturo no hubiese muerto minutos antes. Pero en realidad, la sensación de vacío se esconde tras la puerta esperando a que todos se marchen para apoderarse de todos los espacios.

La joven Dubois da varios sorbos al té. Sus dedos acarician el aro metálico del anular. Un anillo sencillo, nada ostentoso, a pesar de que su esposo insistió en añadirle un pequeño diamante. Marian aprieta los párpados para no pensar que, en cuestión de segundos, pasó de recién casada a viuda.

Ha perdido al hombre de su vida.

El recuerdo de la primera vez que le vio acaricia su mente.

«Arturo Dubois esperaba a la detective Marian con los codos apoyados en las rodillas.

Desesperado, no existía mejor palabra para describir su semblante.

La desaparición de uno de sus cuadros -el mismo que exhibiría dentro de una semana junto al lanzamiento de su libro- tenía al joven artista al borde del colapso. Un año entero le costó completar la colección Infierno Chico y más de tres meses para que alguna de las galerías concurridas de la ciudad aceptase exponer las pinturas. Pero alguien había invadido su estudio y sustraído la pieza más importante. La presentación aún estaba a tiempo de ser un éxito inminente o un fracaso total, todo dependía de que al público le atrajese su siniestra veta artística y literaria y de que, obviamente, el cuadro principal -el del asesino- apareciera. De no ser así, quedaría suspendida.

-¿Es usted el señor Dubois? -preguntó Marian. Arturo alzó la mirada y asintió-. ¿Podría acompañarme?

-Sí, claro -siguiendo los pasos de la joven, llegaron a una habitación algo desordenada.

-Siéntese, por favor. Necesito hacerle unas preguntas -él obedeció-. Me llamo Marian León y seré la detective a cargo de su caso -Arturo frunció el ceño un tanto confundido.

-No es usted muy joven para ser detective -apuntó. Marian retiró la mirada del reporte de denuncia que había redactado el oficial Guzmán y la centró en el hombre.

-Si le preocupa que mi edad sea impedimento para realizar bien mi trabajo, puede estar tranquilo señor Dubois. Soy bastante competente -sentenció.

-No...no me malinterprete. Lo siento si la ofendí, no era mi intención, es solo que estoy algo estresado.

-Pierda cuidado, para su suerte no me ofendo con facilidad -siseó tenaz-. Tengo entendido que han robado una pintura de su estudio.

-Una pintura no. ¡La pintura! -exclamó Arturo con sobrado dramatismo-. Es mi obra maestra y debo encontrarla antes del próximo viernes o estaré perdido.

-Primero respire y mantenga la calma -sugirió Marian-, haré todo lo posible por encontrarla a tiempo.

-Se lo agradeceré, detective.

-Dígame, ¿cuándo fue la última vez que vio su obra maestra?

-Ayer en la tarde.

-¿Solo usted puede acceder al estudio? -preguntó la joven.

-Sí.

-¿Tiene algún enemigo capaz de cometer tal fechoría? -inquirió. Una arruga que no pasó desapercibida para Marian apareció en la frente de Arturo-. ¿Está pensando en alguien, cierto?

-Así es, un viejo conocido -susurró el artista-. Es la única persona a la que el lanzamiento de mi libro y la presentación de mis cuadros ofenderían...sí, le afectarían en gran medida. Pero no le veo capaz de perjudicarme.

-¿Puede decirme su nombre?

-Bruno, Bruno Legrand -Marian escribió el nombre en su agenda de anotaciones.

-¿Por qué cree que el señor Legrand robaría su obra maestra?

-Porque es la imagen de su esposa...completamente desnuda.

-Entiendo. ¿Le importaría responderme de qué van sus pinturas?

-Están inspiradas en los secretos que se ocultan en los pueblos pequeños -confesó Arturo.

-Interesante -dijo Marian, ganándose una sonrisa cómplice por parte de Dubois-. ¿Mencionó usted algo relacionado con un libro en la denuncia?

-Así es. Todo lo que expresan mis pinturas lo he contado en un libro que lleva el mismo nombre de la exposición. Infierno Chico, le recomiendo que lo lea -la detective negó y añadió con convicción.

-Soy más de novelas policíacas que de libros de cotilleos, sin ofender -siseó, dándole a probar a Arturo un trago de su propia medicina. Pero el gesto en vez de insultarle, le conquistó-. Ahora, si me lo permite, me pondré en marcha con la investigación. Debo encontrar cuanto antes su obra maestra.»

-Señora Dubois -pronuncia uno de los oficiales-, señora Dubois necesito hacerle algunas preguntas -Marian está tan perdida entre los recuerdos que tarda en volver a la realidad.

-Lo siento -se disculpa-. No le he escuchado.

-Me llamo Mauro Espinosa. Debo hacerle algunas preguntas sobre lo ocurrido, ¿se encuentra usted en condiciones de responderme? -inquiere el hombre de cabellos rubios. Marian asiente, pero justo cuando pretende acompañar al oficial el recién nacido comienza a llorar.

-Creo -susurra la joven-, creo que tiene hambre.

-Espéreme aquí, llamaré a los paramédicos para que lo revisen -avisa Mauro-. ¿Podría...no sé...cargarlo en brazos mientras tanto? Quizás eso logre calmarle -suplica el oficial.

Marian acepta y algo dudosa se acerca a la canasta. Envuelve al bebé en un de las mantas que reposan sobre el sofá y lo toma en brazos. Como si la criatura pudiese ver a través de su dolor y del pánico que provoca en ella los sollozos, detiene el llanto. Marian lo mira a los ojos -dos diminutas canicas verdosas- y no puede evitar pensar que se parecen demasiado a los de Arturo.

-¿Por qué te abandonaron aquí, Lucas? -pregunta con las lágrimas rozando sus labios-. ¿Por qué tuvo que morir mi esposo?

Una mujer de mediana edad aparece ante ella. Marian le entrega al bebé y con el alma rota se abraza al oficial Espinosa. Su llanto humedece el uniforme del hombre. La imagen es penosa, quita el aliento. La joven Dubois está deshecha y, sin previo aviso, se desvanece.


Las risas de Escamez TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora