Bruno Legrand está sumamente nervioso. Introduce una de sus manos en el bolsillo derecho de su abrigo y ese gesto pone en alerta a todos los oficiales.
Mauro tiene el dedo a escasos milímetros del gatillo de su revólver. El jefe Hidalgo está pendiente a cada movimiento de El Búho, que ha dejado de ser un mito para convertirse en alguien real, de carne y hueso.
-No sé qué tramas, Bruno -avisa Marian-, pero hay una decena de oficiales apuntándole a tu cabeza. Y créeme, después de lo que le hiciste a Lucas, volarte los sesos sería un placer para ellos -le informa con sobrada suficiencia.
Legrand roza con sus dedos la figura de madera. El barniz se ha secado. Envuelve la pieza en su mano y en una maniobra que confunde a la autoridad, alza el brazo a la altura del hombro.
El primer disparo estremece a Marian. El segundo chasquido la deja sin habla. Apenas distingue el tercero.
Bruno cae sobre sus rodillas. Una línea de sangre se dibuja en su frente. Va deslizándose desde el orificio que provocó una de las balas hasta el puente de su nariz. Lleva la mano al pecho como acto reflejo, y el líquido viscoso termina manchándola por completo. Se tiende encima de la nieve e intenta balbucear algunas palabras. Marian se arrodilla a su lado. Nota que su intención no fue disparar. Él no lleva armas consigo, solamente un búho tallado en madera.
Bruno roza la muerte y, antes de tomar la última respiración, murmura sin aliento.
-No me...torturarán más.
-¡Los paramédicos! -grita Marian, que a pesar de sentir desprecio por el hombre está obligada a seguir el protocolo. Presiona las heridas con sus manos, controla el pulso cardíaco, pero es muy tarde.
Los gritos de Eugenia son penosos. Nadie le impide que se aproxime al cuerpo inerte de su hijo y lo acerque a su regazo. Las lágrimas de la mujer resbalan desde sus ojos hasta las mejillas de Bruno.
Todo pasa demasiado rápido y a la vez tan lento. Esa es la paradoja de la muerte, que ocurre en centésimas de segundos pero la sensación y el impacto perduran en el tiempo. Mauro busca a Marian con sus brazos, sostiene sus manos y la ayuda a levantarse. Marian se abraza a él y también llora. Presenciar la muerte -aunque sea la del ser más despreciable del planeta- es una experiencia non grata.
-¡Hemos encontrado algo! -informan desde el interior del refugio. Marian sigue con la mirada a Hidalgo, que se posiciona a un lado del oficial y atrapa en sus manos una especie de diario. El jefe revisa el contenido de la agenda y asiente agradecido.
-Tenemos lo que necesitábamos -anuncia orgulloso-. Lo ha confesado todo.
-¡Sí! -exclama Mauro, feliz de que la investigación haya finalizado.
-Jefe, debería ver esto -el llamado capta la atención de los presentes. Dubois, siguiendo los pasos del jefe camina junto a Mauro hasta el interior del escondite.
Hay restos de paja por todos lados, como si fuese el verdadero nido de un ave. Todos hacen pinzas con los dedos en sus narices porque el hedor es insoportable. Una cama, un aparador y dos sillas llenan el espacio de lo que sería el salón. En un extremo, reluciente como si acabasen de limpiarlo, reposa un ataúd de madera maciza. Ya lo han abierto. Dentro descansan los restos de un cadáver que a simple vista parece corresponderle a una mujer.
-Puede que sea Julie -menciona Mauro.
-Dejemos a los forenses hacer su trabajo -sugiere Hidalgo-. Aquí ya hemos terminado...Sé que no es lo más importante ahora pero me alegro de que hayan encontrado al culpable. Ustedes dos forman un buen equipo.
-Gracias, jefe -pronuncian Marian y su compañero al unísono.
La detective hace un amago de retirarse de la escena y justo antes de salir la luz de su linterna incide en una de las paredes. Contiene una exclamación. El quinto cuadro de Arturo cuelga de ella. La rama de un árbol aparece rota y el cuerpo de un hombre simula caer al vacío.
Lo que más le sorprende a Marian no es que Bruno Legrand haya sido el comprador de la obra.
Lo que más le sorprende es la frase que se consigue leer debajo del cuadro.
«No me torturarán más las risas de Escamez»
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Las risas de Escamez TERMINADA
Misterio / SuspensoMarian Dubois no puede dormir. Las extrañas pesadillas están de regreso y le provocan insomnios. Justo cuando faltan pocas horas para que todos celebren la Navidad, el descubrimiento de un cuerpo mutilado a orillas del río destruye los planes. Ha...