Capítulo 6

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Mauro estaciona el vehículo justo en la entrada de Comisaría.

Alrededor de una decena de personas se han reunido en el sitio, deseosas de saber si es cierto lo que todos comentan. En pueblo chico las noticias viajan con el aire, y más una noticia como la que Marian está a punto de darle a los padres adoptivos de Lucas. Bastó empujar la puerta y avanzar dos pasos para que Greta Ortega se echase a llorar y corriese a su encuentro.

La mujer se abalanza hacia Dubois y con los ojos cargados de terror, le suplica:

-Dime que no es cierto, por favor.

-Lo siento...lo siento mucho -pronuncia Marian, provocando que Greta palidezca. Su esposo, el Alcalde de Escamez, se cubre el rostro con ambas manos. Luce igual de afectado que la mujer-. En verdad lo siento, Joaquín -dice al hombre.

-¡No! ¡No es posible! ¡Mi Lucas no está muerto! -se lamenta la señora Ortega-. Tú lo trajiste a nuestras vidas...-musita conteniendo los hipidos-, y ahora nos dices que lo hemos perdido.

-Me afecta tanto como a ustedes, créeme -confiesa la joven Dubois con las entrañas afligidas- y no descansaré hasta hacer que el culpable pague el precio.

-¡Quiero que lo encuentres! -exige exaltado-. Un monstruo como ese no merece vivir.

-Lo haré -promete Marian-. Ahora debo interrogar a Roger, fue él quien encontró el cuerpo. Sé que no es el momento indicado para pedir esto, pero me permitirían revisar otra vez la habitación de Lucas -los Ortega asienten.

-Todo está como lo dejó, no hemos cambiado nada -asegura el Alcalde.

-Ni siquiera cerré la ventana...tenía la esperanza de que regresaría en mitad de la noche -añade Greta.

Marian da media vuelta y se encamina hasta donde Mauro le espera.

-Iré a interrogar a Roger, pero necesito que revises otra vez la denuncia de desaparición de Lucas y busca en el archivo el expediente de El Búho -ordena Marian a su compañero.

-Entendido. ¿Algo más?

-Sí -afirma la joven-, no le cuentes a nadie los detalles de la investigación. Si es cierto que ha regresado, será mejor mantenerlo en secreto para que no se desate el caos en Escamez.

-Mantendré mi boca cerrada, no te preocupes.

Marian atraviesa el corredor y empuja con su mano la última puerta. Entrar al salón de interrogatorios le produce cierta tensión. Pero resolver este caso depende de cuan capaz sea de ignorar sus emociones. Roger levanta el mentón. Tiene los dedos entrelazados y temblorosos y la mirada perdida en algún recuerdo aterrador a juzgar por las líneas de expresión que aparecen en su rostro. Marian está preocupada de que el descubrimiento le haya afectado, porque a su edad y llevando un marcapasos en el corazón, es casi un milagro que no esté de camino a urgencias.

-Hola, Roger. ¿Cómo te sientes?

-Estoy...-pronuncia y deja escapar un suspiro-, abrumado.

-Lo entiendo, el hallazgo que has hecho es impactante. ¿Quieres que llame a un médico? -niega-. Contamos con un psicólogo en Comisaría por si luego requieres tratamiento -le informa la detective.

-No es necesario.

-Es tu decisión, ahora es imprescindible que te haga algunas preguntas. ¿Estás apto para responderlas?

-Sí, sí que lo estoy.

-Bien -murmura Marian-, ¿a qué hora encontraste el cadáver de Lucas?

-Un poco después de la media noche.

-Es diciembre, hay nieve y hacía demasiado frío, ¿por qué estabas ahí?

-Pongo trampas para ranas, siempre a la misma hora.

-¿Ranas?

-Atrapo ranas y las uso como carnada para truchas. No puedo utilizar larvas...ya sabe, está prohibido.

-¿Cómo fue que encontraste el cuerpo?

-Escuché sonidos entre la maleza, pensé que era un lobo y me escondí. Entonces la linterna iluminó la orilla del río -cuenta Roger-. Supuse que se trataba de Agustín, porque a veces me acompaña a revisar las trampas, así que caminé hacia la luz, pero frené en seco cuando mis ojos divisaron lo que estaba sucediendo.

-¿Qué sucedía? -insiste Marian.

-Vi a una persona acomodando el cadáver sobre las piedras, por su estatura creo que se trataba de un hombre.

-¿Crees? ¿No estás seguro?

-No estoy seguro, detective -confiesa nervioso-. Entre la oscuridad, el miedo y las dos cervezas que me había tomado en la cantina de la gitana no pude distinguir bien.

-A ver, volvamos atrás. ¿Has dicho que esa persona estaba acomodando el cadáver?

-Sí, de eso sí que estoy seguro. Lo tendió con sumo cuidado, como si estuviese recreando un cuadro. Se agachó varias veces a recolocar los brazos e incluso le vi atrapar un pañuelo de uno de sus bolsillos y dejar algo...no sé específicamente qué, pero le vi dejar algo a un lado del cuerpo -Roger suspira apesadumbrado-. Y luego, con el mismo pañuelo, limpió los restos de tierra que ensuciaron las manos de Lucas.

-Cielos -susurra Marian.

-No puedo sacar esa imagen de mi cabeza. Se repitió cientos de veces mientras corría en busca de ayuda.

-¿Viniste directo a Comisaría? -Roger niega.

-Llamé desde la primera cabina telefónica que encontré, la del kilómetro 80. Soy un cobarde por huir -se reclama a sí mismo-, de no haberme asustado, talvez lo hubiese detenido.

-O pudiste haber muerto -apunta Marian, tratando de tranquilizar al anciano-. No te culpes.

-¿Cómo voy a mirar a los Ortega? ¿Cómo? ¡Dígame, detective!

-Sabes, Roger, creo demasiado en el destino y aunque me veas con este carácter más ácido que un pomelo, puedo asegurarte de que busco siempre lo positivo de las cosas -dice Marian-. Quizás el destino te situó en ese lugar, a esa hora, solo para que el Alcalde y su esposa pudiesen darle un cierre a la desaparición de Lucas.

-¿Eso cree? -pregunta conmovido.

-Eso creo, Roger. Si no hubieses estado ahí, nadie se habría enterado de lo que realmente le sucedió al pequeño. Porque los lobos de Escamez no darían tregua a tanta carne. Dentro de seis años, sin rastro de evidencias, el caso iría a parar a un archivo lleno de polvo o sería declarado desierto. Así que deja de lamentarte y agradece que fueras a revisar las trampas -asegura Marian, ganándose un asentimiento comprensivo por parte del anciano. Atrapa un pedazo de papel y escribe con tinta azul su número de teléfono-. Ahora vaya a descansar, y si recuerda algo más no dude en llamarme.

-Sé que este pueblo te ha arrebatado todo lo que querías...y hasta te dio la espalda cuando lo necesitaste, pero el pobre Lucas no tuvo culpa de nada. Encuentra al asesino, por favor -suplica Roger, guardando la nota en el bolsillo de su abrigo.

-Es una promesa.


Las risas de Escamez TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora