Capítulo 8

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Marian ha pasado más de doce minutos con la mirada perdida, observando el bosque desde la ventana de Lucas.

-Algo no encaja -le deja saber a Mauro sin retirar la vista del paisaje-. Has visto la sábana, no hay indicios de arrastre ni de pelea. Está perfectamente acomodada, como cuando decides levantarte por voluntad propia.

-Tienes razón, y eso solo puede significar que el asesino conocía a la víctima.

-O que se ganó su confianza y le convenció para que lo acompañase -añade-. ¿Quién redactó la denuncia de desaparición?

-El oficial Mosquejo -contesta.

-¡Demonios! Mosquejo es un imbécil, sabes cuántos detalles deben habérsele pasado de largo.

-Fue justo por ser tonto que Hidalgo lo designó encargado de desapariciones. Como nadie se pierde en este pueblo excepto los turistas, y en esta temporada no vienen a Escamez, el jefe lo transfirió a ese departamento.

-Creo que será mejor empezar de cero -sugiere Marian-. Veamos...recuerdo que Greta declaró haber visto a Lucas por última vez alrededor de las veinte horas, cuando lo trajo a la cama.

-El pequeño estaba calmado, arropado en su cobija. El asesino entró por la ventana pues de otra forma los Ortega le hubiesen descubierto -señala Mauro-. Si nuestras sospechas son ciertas, y Lucas conocía a su secuestrador, es comprensible que no haya gritado.

El rubio entrecierra los párpados y escanea, como buen investigador, cada centímetro del dormitorio. Nada fuera de sitio, nada que llame su atención. Sin embargo, el presentimiento de que existe una pista escondida permanece durante todo el registro.

-¿Encontraron alguna huella?

-Solo una, y desafortunadamente coincidía con la del pequeño -le informa a su compañera.

-¿Y los perros? -demanda, girando sobre sus talones y fijando sus ojos primero en el oficial y posteriormente en la pared paralela a la de la ventana.

-Ocurrió exactamente lo mismo que cuando asesinaron a tu esposo. Perdieron el rastro a pocos metros -avisa, pero la joven ha quedado hipnotizada. Mauro voltea, dirige la mirada al mismo sitio en el que está concentrada su compañera y comenta-. Jamás decoraría la habitación de mi hijo con un cuadro así. Me recuerda a cuando robaron la oveja negra del señor Ramírez. Jamás se supo quién fue el culpable, pero el pobre hombre lloró por días a Clarita hasta sufrir aquel infarto.

-¿El señor Ramírez murió? -cuestiona Marian. Su amigo asiente, lo que provoca una fuerte punzada en la cabeza de la joven. Decir que le impacta la noticia tanto como que los Ortega posean ese cuadro, es redundante-. ¡Cielos! -exclama y traza una sonrisa incrédula con sus labios.

-¿Por qué te asombras? Estaba viejo y le habían arrebatado su única compañía.

-Porque...ese cuadro lo pintó Arturo, y, precisamente...

-Fuimos nosotros quienes nos robamos a Clarita -confiesa Joaquín, que acaba de aparecer en el umbral de la puerta. Mauro queda estupefacto. La detective, en cambio, voltea la mirada y la fija en el Alcalde tan pronto este pregunta-. ¿Arturo te contó lo de la oveja? -ella afirma-. ¡Vaya! Se suponía que sería nuestro secreto, prometimos no decírselo a nadie.

-¡Oh Dios, no puedo creerlo! ¿Ustedes...ustedes provocaron que el señor Ramírez...muriese? -brama el rubio, pero su interrogante es ignorada por Joaquín, que está más decidido a averiguar desde hace cuánto tiempo Marian sabe del incidente.

-¿Cuándo te contó? -pregunta a la joven Dubois, quien luego de soltar un resoplido, gruñe decepcionada.

-Me conquistó con esa maldita historia.


Las risas de Escamez TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora