Capítulo 12

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Marian hace girar la llave en el cerrojo.

Sube a pasos veloces las escaleras y atraviesa el vestíbulo de la segunda planta.

La biblioteca está detrás de la tercera puerta a la derecha.

Las columnas de libros no han sido desempolvadas en años. A pesar del estado en el que se encuentran, la joven detective logra descifrar algunos de los títulos. Está buscando uno en específico, uno que por más que su esposo insistió, no se atrevió a leer.

-¡Lo tengo! -exclama, atrapando el ejemplar en sus manos. Limpia un poco la portada y, llena de expectativas, examina el contenido. En la primera página aún reluce la dedicatoria escrita por Arturo.

He cometido errores en mi vida, pero ninguno tuvo una consecuencia tan maravillosa como conocerte. Espero que disfrutes de estas historias, detective Marian.

Una lágrima se desliza por la mejilla de Marian solo de pensar que pocos meses después de aquel encuentro en la Galería de Arte, se había casado con Arturo Dubois. Cinco cuadros. Fueron solo cinco cuadros los que se expusieron ese día. Si su difunto esposo llevaba razón y el causante de su muerte estaba escondido en las historias de las pinturas, Marian pretende descubrirlo. Se acerca al escritorio de caoba y toma asiento en la silla giratoria. Masajea su nuca antes de concentrarse en la lectura de Infierno chico.

Pera nadie le ha preparado para lo que hallará entre líneas, excepto la vaga predicción de la gitana.

Los capítulos también son cinco, uno por cada cuadro.

El primero narra la historia de Clarita y es, desgraciadamente, como la hubo contado Arturo en su momento (sumando el detalle de la muerte del señor Ramírez). El pobre anciano estuvo esperando a su oveja en la entrada del cobertizo por seis días y, justo en el séptimo, falleció de pena. Marian niega apesadumbrada, está alucinando, no es capaz de comprender cómo Joaquín y Arturo pudieron ser tan crueles. No quiere continuar con la historia de Clarita.

Pasa la página.

Keroseno y fósforos. La mezcla perfecta para arder en llamas. Su esposo solo pretendía encender una fogata con las ramas secas que había recolectado en el parque. Pero se excedió en las cantidades del combustible y terminó incendiando los columpios. El fuego se propagó algunos metros y costó más de tres años reforestar la zona. Jamás se supo quién había sido el culpable, sin embargo, encontraron un bidón a pocos metros de la carpintería del señor Legrand y, automáticamente, su hijo se convirtió en el principal sospechoso.

-¿Legrand? ¿De qué me suena ese apellido? -murmura Marian.

-¡Ya estoy aquí! -gritan desde la planta baja. La detective no se sobresalta pues sabe que esa voz le pertenece a Mauro.

-¡En la biblioteca! -le hace saber. El oficial aparece a los segundos, arruga la nariz y fija sus ojos en las motas de polvo.

-Eres consciente de que este sitio necesita una limpieza con urgencia.

-Ya tendré tiempo para hacerlo cuando cerremos el caso -contesta Marian-. ¿Traes el archivo?

-Sí, esto fue lo único que encontré -afirma-. ¿Qué haces?

-Leo, no lo ves.

-No se supone que deberíamos estar trabajando -cuestiona Mauro. La detective le fulmina con la mirada, alza el libro que sostiene en sus manos apretando el pulgar en medio de ambas páginas y con un deje de indiferencia, le comunica a su compañero.

-Es parte del trabajo.

-¿No es el libro de tu esposo? -Marian asiente-. ¿Crees que guarde alguna relación con la muerte de Lucas?

Las risas de Escamez TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora