Capítulo 14

2 0 0
                                    

-Las luces aún están encendidas. Esa es una buena señal -avisa Mauro y luego llama a la puerta de la señora Legrand.

«¿Por qué me late tan fuerte el corazón?» piensa Marian.

Dentro se escuchan unas pisadas acercándose despacio a la mirilla. Alguien tose, el picaporte gira hacia la derecha y aparece ante ellos una señora de cabellos platinados y aspecto cansado.

-Buenas noches Eugenia -le saluda el oficial.

-Hola Mauro. ¿Sucede algo? -pregunta preocupada, dirigiendo su mirada a la joven Dubois.

-Necesitamos hacerle algunas preguntas. ¿Podría regalarnos unos minutos?

-Sí, claro. Adelante -susurra y permite que ambos pasen a la residencia-. ¿Quieren una taza de té?

-No se moleste, señora Legrand. Tenemos prisa -asegura Marian.

-Y bien, ¿qué quieren saber?

-Tengo entendido que su hijo ya no vive con usted, ¿cierto? -inquiere el rubio. Eugenia asiente-. Hace algún tiempo que no se le ve por el pueblo, ¿ha tenido noticias de él?

-Estuvo una buena temporada sin visitarme, pero precisamente hoy lo hizo.

-¿Hoy? -cuestiona la detective.

-De haber llegado unos minutos antes, talvez se hubiesen tropezado con él.

-¿Esa visita tan repentina tuvo algún motivo en específico? -indaga Mauro, centrando sus ojos en las manos temblorosas de Eugenia.

-¿Es que acaso Bruno se ha metido en problemas?

-Responda mi pregunta, señora Legrand.

-Necesitaba tomar unas cosas de la carpintería -dice la mujer. Marian cruza una mirada cómplice con su compañero y regulando el tono de su voz para no levantar sospechas, interviene.

-¿Bruno sabe trabajar la madera?

-Sí, mi esposo era el único carpintero que había en todo Escamez y antes de fallecer le enseñó a nuestro hijo algunos trucos. Sobre todo a tallarla -el teléfono del oficial interrumpe la conversación. Mauro pide permiso y se retira del salón principal para contestar la llamada. Marian, en cambio, se atreve a preguntar.

-¿Y Julie, ha sabido de su paradero? Tengo entendido que ya no vive en el pueblo.

-Las pocas veces que le pregunté a Bruno siempre respondía lo mismo. Que se había marchado a Francia con el bastardito.

-¿El bastardito?

-Julie pasó unos meses en la ciudad y regresó con un embarazo notable. Dijo a todos que el bebé era de Bruno, pero mi hijo no le creyó. Así que después de firmar el divorcio emprendió su viaje rumbo al norte.

-¿Su hijo tenía alguna sospecha de quién era el padre de ese bebé? -pronuncia Marian con un nudo en el estómago.

-No pretendo ofenderla, señorita. Pero mi hijo creía que Arturo Dubois había dejado embarazada a la francesa.

Marian palidece.

Una punzada de dolor le provoca un fuerte mareo. Aprieta los párpados y respira profundo. Su glucosa está descendiendo. «¡Maldita diabetes emocional!» gruñe su voz interior.

-¿Se siente bien? -pregunta Eugenia, preocupada por la expresión de la detective.

-Un último favor, ¿podría mostrarme la foto más reciente que tenga de su hijo?

-Sí, deme un segundo.

La señora Legrand se posiciona frente a una repisa y toma de ella una imagen enmarcada. Por cada paso que avanza Eugenia hasta ella, los latidos de Marian se aceleran.

-Tenga -susurra la mujer.

La detective estira el brazo, sostiene el marco y justo cuando sus ojos se proponen observar la fotografía, Mauro irrumpe en el espacio.

-¡Dubois, malas noticias! -la frase atrae la atención de la joven-. Pierre Simon acaba de reportar la desaparición de su hija.

-¡Demonios! -masculla Marian-. ¡Demonios! -vuelve a sisear en cuanto distingue en el labio de Bruno Legrand la enorme cicatriz.

-¡Marian! -grita su compañero. Pero ella solo atina a voltear la imagen hacia él. Mauro se acerca y examina la fotografía.

-Es...es El Búho de Escamez. ¡Tenemos que avisarle a todas las unidades! -la joven permanece congelada en la misma posición-. ¡Hey, reacciona! Es nuestra oportunidad de atraparlo.

-Eugenia, necesito que colabore con nosotros -suplica Marian a la mujer-. ¿Tiene idea de dónde puede estar su hijo?

-Yo...no estoy segura. Nunca me dijo dónde estaba viviendo.

-Piense, por favor.

-Mi esposo -comenta la señora Legrand-, mi esposo tenía un refugio en mitad del bosque para cuando se iba de caza.

-¿Sería capaz de llevarnos hasta ahí?

-Imposible, jamás le acompañé.

-¡Mierda! -brama Mauro.

-Pero tengo un mapa que señala las coordenadas.


Las risas de Escamez TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora